La familia Monstesdeoca, de las islas Canarias, llevaba meses planeando estas vacaciones de verano a Malta, que no solo incluían a sus hijos, sino también a las suegras.
Ellas son personas mayores de edad con diabetes, así que, con la suficiente antelación, buscaron por Airbnb un apartamento que cumpliera con ciertas condiciones, como que quedara en un primer piso, o que tuviera ascensor si estaba en un piso más alto.
Así mismo, procuraron hacer las cosas con tiempo para evitar que se les desbordara el presupuesto, dado que mientras más cerca la fecha del viaje más altas pueden ser las tarifas.
En su búsqueda encontraron un apartamento adecuado que resultó disponible, y desde ese momento empezó una fluida comunicación con la dueña del apartamento, que se encargaba de atender personalmente a sus clientes.
Días antes de emprender el recorrido a la isla, los Montesdeoca se comunicaron con la dueña, para concretar las instrucciones para entrar a la vivienda.
Sin embargo, ella no les contestó, lo cual se les hizo extraño, porque siempre había estado disponible ágilmente para sus requerimientos.
En vista de ello, se comunicaron con Airbnb, uno de cuyos operadores les contestó que tratarían ellos mismos de ponerse en contacto con la dueña y que se comunicarían con ellos cuando supieran algo. Eso nunca sucedió.
De todos modos, el grupo familiar emprendió el recorrido, sin saber que lo que debían ser unas apacibles vacaciones en el Mediterráneo comenzaría con una peripecia de película.
Al llegar a la isla y en vista de que no sabían cómo llegar al apartamento, lo primero que hicieron fue dejar a las mujeres mayores en un hotel que habían alquilado de emergencia, pensando especialmente en ellas.
Antonio Montesdeoca y su esposa iniciaron la búsqueda de la mujer directamente en el apartamento que les había alquilado.
Por fuera el inmueble se veía en orden y limpio, pero no había una nota, una cajón con las llaves o algo que denotara algún tipo de instrucción para poder acceder.
Preguntando a los vecinos, lograron conseguir la dirección de la dueña, que estaba cerca de allí.
Al llegar a su casa, fue la misma situación de antes. Nadie contestaba ni hallaron ninguna indicación sobre qué hacer para entrar al alojamiento.
Al día siguiente, repitieron la operación. Primero fueron a la vivienda, pero no se encontraron con ninguna novedad.
Volvieron a la urbanización donde vivía la dueña y tocaron repetidamente el timbre y la puerta, pero todo fue infructuoso.
Los vecinos no solo se solidarizaron con ellos, sino que empezaron a preocuparse por la vecina, ya que era una persona que no salía mucho de su casa, así que toda la situación empezaba a tornarse extraña.
Los canarios no se rindieron, así que le preguntaban a todo el que podían por la mujer.
Finalmente, esa insistencia dio resultado cuando alguien les dijo haber visto que se llevaban a la propietaria en una ambulancia.
Los turistas dedujeron que su silencio se debía a que estaba delicada en el hospital, hacia el cual se dirigieron, convencidos de que pronto se acabarían sus problemas.
Empero, allí les dijeron que la mujer estuvo internada, pero que había sido dada de alta.
Resolvieron entonces volver a la casa de la dueña, pero cuando iban en camino recibieron una llamada de sus vecinos, en la cual les notificaban que habían dado aviso a la policía de la desaparición de la mujer.
Al llegar a su casa, se encontraron con un dispositivo policial como de película.
“En la casa había muchos policías y también forenses. Mi mujer entró, se identificó y se puso a disposición por si era necesario que prestase alguna declaración”, le declaró a la Cadena Ser Antonio Montesdeoca.
“Salio desencajada. Fue un momento muy difícil”, dijo el viajero, tras explicar que, si la propietaria no se había aparecido, se debía a que llevaba varios días muerta en su casa.
“Impactados y desorientados, no tuvimos otra alternativa que sentarnos todos en una terraza, llamar de nuevo a Airbnb y contarles que la anfitriona había aparecido muerta, para ver qué solución nos daban”, cuenta el canario, “nuestras madres son diabéticas y hacía 35 grados; más allá de evitar que se deshidrataran y tuviesen un bajón de azúcar, no sabíamos qué hacer”.
Los Montesdeoca se quejan particularmente de la poca colaboración que les prestaron en Airbnb.
Ni siquiera la noticia de que la propietaria de su hospedaje había muerto y ellos estaban en la calle movió a los operadores a darles una respuesta rápida.
Cada vez que se comunicaron, le contaron a Cadena Ser, les contestó un asesor distinto, que siempre les decía que la empresa tenía que comunicarse con el propietario, pero ellos les insistían que estaba muerta. De todos modos, les replicaban, eso era lo que dictaba el protocolo.
A pesar de que es temporada alta, la familia pudo conseguir donde quedarse con la ayuda de una agencia inmobiliaria que se conmovió con el drama que estaba viviendo.
Eso sí, afirman, Airbnb no se comunicó más con ellos para hacerse cargo de la situación u ofrecerles una compensación.