Cuando se creía que existían pocas historias nuevas para contar alrededor de Pablo Escobar y el extinto Cartel de Medellín, un revelador reportaje se tomó en las últimas horas las páginas del Financial Times, uno de los periódicos más prestigiosos del mundo en materia de negocios y economía, que revela lo que denominó la mayor operación contra lavado de dinero en Estados Unidos.
Bajo el título ‘Ciudad mágica encubierta’, el diario comparte la historia de Lydia Bulas, una discreta contadora cubana que de niña huyó junto a su familia de la dictadura de Fidel Castro rumbo a Miami, y que, sin buscarlo, terminó convertida en una agente especial que comenzó a seguirles la pista a distintos enlaces del mundo de las drogas cuya misión era lavar dinero para Escobar y hacer llegar, de forma legal, millones de dólares a cuentas de bancos en la Florida.
La historia, narrada por los periodistas Jeff Maysh y Keith Moore, se remonta a mayo de 1983, cuando se creía que Estados Unidos estaba perdiendo la guerra contra las drogas. A Bulas, para entonces una agente especial novata de 31 años, de origen cubano, le llamó la atención ver cómo un compatriota suyo cargaba 17 cajas de cartón en un Learjet parqueado en el aeropuerto Lauderdale-Hollywood de Florida.
Bulas, a bordo de su carro, había recibido previamente una llamada de la aduana: “Fuera lo que fuera lo que transportaba el hombre, no había firmado ningún formulario”.
Detrás de Bulas, “una legión de coches de la Policía” buscaba detener al cubano, que viéndose rodeado por las autoridades, puso el avión en marcha y buscaba cómo despegar de la pista. Pero la intrépida agente alcanzó el aparato y se le puso enfrente, “lo que obligó al piloto a detenerse bruscamente. Revólver en mano, ella y otros agentes irrumpieron en el avión y en su interior encontraron más de cinco millones de dólares en efectivo, justo lo que Bulas estaba buscando. Es que, para ese entonces, los carteles importaban una droga nueva, la cocaína, por aviones y barcos, y el gran desafío era enviar sus ganancias en efectivo a Colombia”, se lee en el reportaje.
Las sospechas sobre un creciente ‘blanqueo’ de dinero en suelo estadounidense había comenzado tras una auditoría gubernamental sobre “el flujo de caja del sistema bancario que puso al descubierto más de 6.000 millones de dólares inexplicables provenientes de bancos del sur de la Florida. Esto era más que todo el excedente de moneda estadounidense y, en teoría, suficiente para hundir la economía estadounidense real”, aseguran los autores del artículo.
Movido por esas sospechas, el Gobierno envió agentes encubiertos para detener al misterioso cubano, de quien después se conoció su nombre: Ramón Milián Rodríguez, un tipo de 32 años con una maestría en negocios y una arrogancia que sorprendió a los investigadores. “Soy un lavador de narcodólares para el ‘Quién es quién de los narcotraficantes’”, se jactó ante los agentes federales tras su arresto. “Sólo él genera este tipo de efectivo. Ni siquiera General Motors”, agregó.
Pero Bulas no trabajaba con la DEA ni con el FBI. Lo hacía para el IRS (el Servicio de Impuestos Internos, por sus siglas en inglés) en una operación secreta que, sin embargo, nada tenía que ver con reembolsos de impuestos.
Lejos de pensar que estaban tras la caza de poderosos jefes de las drogas, el jefe de la operación le había entregado a su personal tarjetas que indicaban su línea de trabajo: autos usados, whisky, computadores y otra serie de artículos que distaban del mundo de la cocaína. Para entonces, las autoridades de Estados Unidos ignoraban que Pablo Escobar estaba construyendo “un violento imperio de la droga que se extendía desde Medellín hasta Miami”.
Pero cuando Bulas y sus colegas registraron la oficina de Milian Rodríguez, encontraron un maletín plagado de documentos que evidenciaban que había lavado la asombrosa cantidad de 146 millones de dólares en apenas ocho meses. También le hallaron una metralleta y hasta 28 kilos de cocaína. Sólo entonces entendieron que se enfrentaban a un delito mucho más peligroso que el contrabando.
En Miami, mientras Bulas intentaba hacer una vida como inmigrante y salir adelante, frecuentaba clubes nocturnos, como The Mutiny en Coconut Grove, “un lugar para beber frente al mar que llegó a ser conocido como Hotel Scarface, donde los camareros vendían más botellas de Dom Pérignon que en cualquier otro establecimiento del mundo. Y se sorprendió al ver a la gente inhalando abiertamente polvo blanco”.
Ya para ese momento, las drogas habían transformado a Miami. Bulas veía noticias sobre tiroteos, en centros comerciales, al estilo del Lejano Oeste entre narcotraficantes colombianos rivales. En los baúles aparecían cuerpos acribillados a balazos. “Al empezar a trabajar para el Gobierno, me desperté”, dice Bulas. Así, mientras las autoridades y la DEA luchaban por contener toneladas de cocaína que llegaban a la frontera, el IRS empezó a preocuparse por las espectaculares cantidades de efectivo que generaba. Así nació Greenback, la mayor operación contra lavado de dinero en Estados Unidos.
El perfil de Bulas encajaba perfecto para esa misión: era hispanohablante y, sobre todo, una ‘tesa’ con los números. Así fue cómo ella y otros nerds, genios de las matemáticas del IRS, terminaron siguiéndoles la pista a importantes fichas del Cartel de Medellín en el extranjero que buscaban afanosamente ‘lavar’ las toneladas de dinero que dejaba el creciente negocio de la cocaína en las calles de Florida.
La Operación Greenback era liderada por Mike McDonald, “la persona con más conocimientos sobre blanqueo de dinero que puedas conocer”, como lo definió Bulas.
Según Jonathan Rosen, profesor asistente y experto en crimen organizado en la Universidad de la ciudad de Nueva Jersey, Greenback no necesitaba tipos armados para golpear a los traficantes, sino “contadores y un ejército de nerds”. Valientes nerds dispuestos a enfrentarse cara a cara con criminales internacionales. “En aquel entonces, desde que era joven, pensaba que era invencible”, asegura Bulas.
Ella y sus compañeros estudiaron a decenas de clientes sospechosos “que empujaban carritos llenos de dinero en efectivo con un comprobante de depósito entre los dientes. Otros llevaban billetes que apestaban a pescado, pues habían estado en bolsas utilizadas por los contrabandistas marítimos. En aquel entonces no existían leyes sobre el blanqueo de dinero. Los bancos estaban obligados a presentar un informe cuando alguien depositaba 10.000 dólares o más, pero pocos se molestaban en hacerlo”.
Uno de esos grandes sospechosos en caer fue Isaac Kattan, un discreto agente de viajes colombiano, que solía frecuentar el Great American Bank, del condado de Dade. Padre de familia y un hombre de voz amable que conducía un viejo Chevrolet Citation y portaba una misteriosa cartera de color púrpura. Pero, detrás de su apariencia de hombre común, la realidad era otra: el tipo depositaba hasta cuatro millones de dólares por día. Kattan llegó a la justicia y como él, gracias a la Operación Greenback, cayeron decenas de lavadores de dinero del sangriento mundo de las drogas.