Náufrago en tierra firme Gabriel García Marquez, 19 de marzo del 2000 El viernes, cuando Juan Miguel González fue a la escuela por su hijo Elián para pasar juntos el fin de semana, le dijeron que Elizabeth Brotons, su antigua esposa y madre del niño, se lo había llevado al mediodía y no lo había devuelto en la tarde. A Juan Miguel le pareció normal en su rutina de divorciado. Desde que Elizabeth y él se habían separado en los mejores términos, dos años antes, el niño vivía con su padre, y alternaba sus días entre la casa de éste y la de su madre. Pero en vista de que la puerta de Elizabeth estuvo con candado no sólo el fin de semana, sino también el lunes, Juan Miguel empezó a hacer averiguaciones. Fue así como descubrió la mala noticia que ya empezaba a ser de dominio público en la ciudad de Cárdenas: la madre de Elián se lo había llevado para Miami, junto con 12 personas más, en un bote de aluminio de cinco metros y medio de largo, sin salvavidas y con un motor decrépito muchas veces remendado. Era el 22 de noviembre de 1999. "Aquel día se me acabó la vida", dice Juan Miguel cuatro meses después. Desde que se divorciaron había mantenido con Elizabeth una relación cordial y estable, pero más bien insólita, pues siguieron viviendo bajo el mismo techo y compartiendo sus sueños en la misma cama, con la esperanza de lograr como amantes el hijo que no habían podido tener de casados. Parecía imposible. Elizabeth quedaba encinta, pero sufría abortos espontáneos en los cuatro primeros meses de embarazo. Al cabo de siete pérdidas, y con una asistencia médica especial, nació el hijo tan esperado, para el cual tenían previsto un nombre único desde que se casaron: Elián. El nombre ha llamado la atención fuera de Cuba. Se ha escrito sin rubor que Elián era su patriarca bíblico, y un periódico lo ha celebrado como un hallazgo de Rubén Darío. Para los cubanos, en cambio, Elián es un nombre como cualquiera de los muchos que ellos inventan a espaldas del santoral: Usnavi, Yusnier, Cheislisver, Anysleidis, Alquimia, Deylier, Anel. Sin embargo, lo que hicieron Elizabeth y Juan Miguel fue crear para el recién nacido un nombre equitativo con las tres primeras letras del nombre de ella, Elizabeth, y las dos finales del nombre de Juan. Elizabeth tenía 28 años cuando se llevó al niño para Miami. Había sido una buena estudiante de hotelería, y seguía siendo simpática y servicial como camarera de primer grado en el hotel Paradiso -Punta Arenas de Varadero-. Su padre dice que a los 14 años estaba ya enamorada de Juan Miguel González, y se casó con él a los 18. "Éramos como hermanos", dice Juan Miguel, un hombre pausado, de buen carácter, que también trabaja en Varadero como dependiente cajero en el parque Josone. Ya divorciados y con el niño, Juan Miguel y Elizabeth siguieron viviendo juntos en la ciudad de Cárdenas -donde nacieron y vivieron todos los protagonistas de este drama- hasta que ella se enamoró del hombre que le costó la vida: Lázaro Rafael Munero, un guapo de barrio, mujeriego y sin empleo fijo, que no aprendió el judo como cultura física, sino para pelear, y lo habían condenado a dos años de cárcel por robo con fuerza en el hotel Siboney de Varadero. Juan Miguel, por su parte, se casó más tarde con Nelsy Carmeta, con quien hoy tiene un hijo de seis meses que fue el amor de la vida de Elián hasta que Elizabeth se lo llevó para Miami. Juan Miguel no tuvo que perder tiempo para saber dónde estaba su hijo, porque en el Caribe se sabe todo. "Inclusive antes de que suceda", como me dijo uno de mis informantes. Todo el mundo sabía que el promotor y gerente de la aventura había sido Lázaro Munero, que había hecho por lo menos dos viajes clandestinos a los Estados Unidos para preparar el terreno. Así que tenía los contactos necesarios y bastantes agallas para llevarse no sólo a Elizabeth con el hijo, sino también a un hermano menor, a su propio padre, con más de setenta años, y a su madre, todavía convaleciente de un infarto. Su socio en la empresa se llevó a la familia completa: su mujer, sus padres y su hermano, y a una vecina de enfrente cuyo esposo la esperaba en los Estados Unidos. A última hora, mediante el pago de mil dólares cada uno, se embarcó una muchacha de 22 años, Arianne Horta, con su hija de cinco años, Esthefany, y con Nivaldo Vladimir Fernández, marido de una amiga. Una fórmula infalible para una buena recepción migratoria en los Estados Unidos es llegar como náufrago a sus aguas territoriales. Cárdenas es un buen punto de partida por su cercanía con la Florida, y por sus recodos marinos resguardados por manglares difíciles para los guardacostas que patrullan sus aguas. Además, el arte regional de barcas para la pesca en la vecina ciénaga de Zapata y la laguna del Tesoro facilita la materia prima para la construcción de embarcaciones ilegales. En especial, los tubos de aluminio para regadíos de cítricos, que se venden como pan barato cuando ya no sirven para nada. Se dice que Munero debió gastarse unos 200 dólares en billetes y 800 pesos cubanos más entre el motor y la construcción de la lancha. El producto final fue una chalupa no más larga que un automóvil, sin techo ni asientos, de modo que los pasajeros debieron viajar sentados en el fondo y a pleno sol. Se supone que el bote estaba listo desde septiembre pasado, a la espera de que pasara la estación de los huracanes. El motor fuera de borda no fue el que más les convino, sino el que pudieron encontrar con muchos años de zozobras en el estrecho de la Florida. Tres neumáticos de automóvil se embarcaron como salvavidas para 14 personas. No había sitio para uno más. Los tres eran negros, tal vez por la superstición caribe de que ese color ahuyenta los tiburones, que son cegatos por naturaleza. Antes de partir, la mayoría de los pasajeros se inyectaron Gravinol intravenoso para evitar el mareo. Parece que habían zarpado el 20 de noviembre desde un manglar en las inmediaciones de Jagüey Grande, muy cerca de Cárdenas, pero tuvieron que regresar por una falla del motor. Allí permanecieron escondidos dos días, a la espera de que lo repararan, mientras Juan Miguel creía que el hijo estaba ya en Miami. Esta primera emergencia sirvió para que Arianne Hortas comprendiera que el riesgo de la aventura era excesivo para la hija, y resolvió dejarla en tierra con su familia para llevársela más tarde por una vía segura. Se ha dicho también que Elián tomó conciencia allí mismo de los peligros de la travesía, y lloraba a grito herido para que lo dejaran. Munero, temeroso de que los descubrieran por el llanto, amenazó a la esposa: "O lo callas tú o lo callo yo". En definitiva, zarparon al amanecer del 22, con buena mar, pero con mal motor. Con un tiempo como aquél, el viaje puede hacerse entre 48 y 72 horas, con un barco de poco impulso. Los relatos que los sobrevivientes hicieron a la prensa en la Florida después del naufragio, y los que aumentaron por teléfono a sus familias de Cárdenas, volvieron de dominio público los pormenores pavorosos de la tragedia. Sus versiones son las únicas posibles mientras no se conozca la de Elián. Según ellos, a la medianoche del 22, los responsables del viaje desmontaron el motor desahuciado y lo tiraron en el mar para aligerar la carga. Pero la barca, descompensada, dio una voltereta de costado y todos los pasajeros cayeron al agua. Sin embargo, una suposición de expertos es que la voltereta pudo haber roto las frágiles soldaduras de los tubos de aluminio, y la barca se hundió. Fue el final, en una noche negra y en un infierno de pánico. Las personas mayores que no sabían nadar debieron ahogarse al instante. Un factor contra la mayoría debió ser el Gravinol, que, en efecto, evita el mareo, pero provoca somnolencia y entorpece los reflejos. Arianne y Nivaldo se agarraron a uno de los neumáticos; Elián y tal vez su madre se agarraron de otro. Nada se supo del tercer neumático. Elián sabe nadar, pero Elizabeth no sabía, y bien pudo soltarse en medio de la confusión y el terror. "Yo vi cuando mamá se perdió en el mar", diría el niño a su padre después por teléfono. Lo que es difícil de entender, aunque merece ser cierto, es que ella tuvo la serenidad y el tiempo para darle al hijo una botella de agua dulce. Con sus datos erróneos, Juan Miguel tuvo el presagio de la tragedia antes de que ocurriera. Había llamado varias veces a su tío Lázaro González, que vive en Miami desde hace años, e hizo averiguaciones de llegadas clandestinas o naufragios recientes, pero no le dieron razones de nada. Por fin, al amanecer del jueves 25 estallaron las noticias sucesivas. El cadáver de una mujer mayor fue encontrado en la playa por un pescador. Más tarde aparecieron vivos Arianne y Nivaldo, aferrados a uno de los neumáticos. Poco después se supo que un niño había aparecido frente a Fort Lauderdale, inconsciente y escaldado por el sol, y no amarrado, sino acostado bocarriba sobre otro neumático. Era Elián, el último sobreviviente. La determinación de Juan Miguel desde que lo supo fue hablar por teléfono con el niño, pero no sabía adónde. El 25 lo llamó un médico de Miami para informarse de las enfermedades que Elián había tenido, las medicinas que toleraba mal, las operaciones que le hubieran hecho. Entonces supo con una gran alegría que era el mismo Elián quien había dado en el hospital el nombre de su padre y el teléfono y la dirección de su casa en Cárdenas. Juan Miguel dio los datos solicitados por el médico, y éste volvió a llamarlo el día siguiente para que hablara con Elián. Conmovido, pero con voz firme, Elián le contó a su padre cómo había visto ahogarse a su madre. También le dijo que había perdido la mochila y el uniforme de la escuela; Juan Miguel lo interpretó como un síntoma de desorientación y trató de ayudarlo. "No, papo", le dijo, "el uniforme tuyo está aquí y la mochila la tengo para cuando vuelvas". Sin embargo, también es posible que Elián tuviera otro juego de útiles en casa de su madre o que se lo hubieran comprado a última hora para que no insistiera en volver a su casa. Su apego a la escuela, que es famoso entre sus maestros y condiscípulos, así como sus deseos de volver a clase, tuvieron una demostración palmaria unos días después, cuando habló por teléfono con su maestra: "Cuídenme bien mi pupitre". Desde las primeras llamadas, Juan Miguel se dio cuenta de que alguien en Miami entorpecía las conversaciones telefónicas con su hijo. "Es bueno que usted sepa que desde el principio hacían todo lo posible para sabotearnos", me dijo. "A veces le hablan a gritos al niño mientras conversamos, suben al máximo el volumen de los dibujos animados en la televisión o le ponen un caramelo en la boca para que no se le entienda lo que dice". Estas artimañas fueron sufridas también en carne propia por Raquel Rodríguez y Marcela Quintana, las abuelas de Elián, durante su tormentosa visita a Miami, cuando un agente de la policía, a órdenes de una monja frenética, les arrebató el teléfono celular con que ellas daban noticias del niño a sus familias de Cuba. La visita, que había sido prevista para dos días, se redujo al final a 90 minutos, con toda clase de interrupciones provocadas y con no más de un cuarto de hora a solas con Elián. De modo que volvieron a Cuba escandalizadas de cuánto lo habían cambiado. "Éste no es el mismo niño de antes", dijeron, atribuladas por la timidez y el retraimiento del que recordaban como un niño vivaz, inteligente y con una aptitud admirable para el dibujo. "¡Hay que salvarlo!". A nadie en Miami parece importarle el daño que le están causando a la salud mental de Elián con los métodos de desarraigo cultural a que lo tienen sometido. En la fiesta de sus seis años, que cumplió el pasado 6 de diciembre en el cautiverio de Miami, sus anfitriones interesados lo retrataron con casco de combate, rodeado de armas mortíferas y envuelto en la bandera de los Estados Unidos, poco antes de que un niño de su edad asesinó a tiros de revólver a una compañera de escuela en el Estado de Michigan. No eran juguetes de amor, por supuesto, sino síntomas inequívocos de una conspiración política que millones de cubanos atribuyen sin reservas a la Fundación Cubano-Norteamericana, creada por Jorge Mas Canosa y sostenida por sus herederos, que al parecer está gastando millones de dólares para que Elián no sea devuelto a su padre. Es decir: el verdadero naufragio de Elián no fue en alta mar, sino cuando pisó la tierra firme en los Estados Unidos. La rabia de los cubanos ante esta expropiación insólita tiene pocos precedentes aun en su propia revolución. La movilización popular y el torrente de ideas que se ha generado en el país para exigir el regreso del niño usurpado es espontánea y espectacular. Con una novedad: la participación masiva de la juventud y la infancia. El poeta católico Cintio Vitier, asombrado por la torpeza de los Estados Unidos, escribió en un poema para Elián: "¡Qué tontos! Nos han unido para siempre". Desde la otra orilla, un desafecto a la revolución dijo lo mismo de otro modo: "Los yanquis son tan brutos que han arrojado a la juventud cubana en brazos de Fidel". Sin embargo, la empresa para quedarse con Elián tiene plata y poder, aun contra los órganos de justicia de los Estados Unidos, cuyo Servicio Nacional de Inmigración (INS) reconoció a Juan Miguel el pasado 5 de enero como la única persona habilitada para representar al niño y actuar en su nombre. El 24 de enero, la secretaria de Estado adjunta para asuntos consulares, embajadora Mary A. Ryan, pidió de manera expresa y pública que el niño fuera devuelto a su padre a la mayor brevedad, y advirtió que una decisión contraria "estará en total desacuerdo con los principios que nosotros defenderíamos en el caso de un niño norteamericano". El presidente Clinton declaró para la prensa: "En este caso no debe interferir ningún asunto político, sino respetar la decisión del INS". No parece casual hasta qué punto el tema de la patria potestad ha incidido en las tensiones entre los Estados Unidos y la revolución cubana desde sus orígenes. En 1960, bajo la Administración de Eisenhower, cuando la CIA inventó letra por letra y puso a circular en Cuba una falsa ley según la cual los niños cubanos serían arrebatados a sus padres por el Gobierno revolucionario y enviados para adoctrinamiento precoz en la Unión Soviética. Infundios aún más truculentos decían que los niños más apetitosos serían enviados a los mataderos de Siberia para que los devolvieran como carne enlatada, y que cincuenta madres de Bayamo, en el oriente de Cuba, habían preferido matar a sus hijos menores antes que someterlos a la ley siniestra. Esto fue lo que los mismos Estados Unidos bautizaron como la operación Peter Pan. A pesar de los desmentidos formales de Cuba, el Gobierno de Eisenhower llegó a un acuerdo secreto con la Iglesia católica norteamericana para que los padres cubanos pudieran enviar a sus hijos a los Estados Unidos sin padres, ni pasaporte ni equipaje. El éxodo desgarrador, en el cual invirtieron los Estados Unidos 28 millones de dólares, se convirtió en una comunidad de falsos huérfanos integrados a la fuerza en la cultura norteamericana. ¿Sería perverso asociar el caso de Elián con el fantasma de una nueva operación Peter Pan? No he podido evitarlo al escuchar el alegato público de un distinguido abogado de los servicios de inmigración de Miami, José Pertierra, que llegó de Cuba a los 12 años en aquel torrente de hijos sin padres, y acaba de hacer por televisión un alegato público para que se reconozca la patria potestad al padre de Elián. "Ni la familia que está en los Estados Unidos dice que este padre es un mal padre", dijo el doctor Pertierra. "Lo que dicen es que no les gusta la política de Fidel Castro, pero Fidel Castro no es el padre de este hijo". Al final de la entrevista dejó flotando un grano de pimienta en la sopa. "Lo más preocupante", dijo, "es que los jueces de la Florida son electos, y devolver este niño a Cuba podría costarle la elección a un juez de Miami". Por lo pronto ha llamado la atención que el juez King, el primero que debía decidir esta causa, tuvo que declararse impedido por sus vínculos con la Fundación Cubano-Norteamericana. Su sucesor, el juez Hoelever, sufrió un dudoso derrame cerebral. Michael Moore, el juez actual, no parece tener mucha prisa para fallar antes de las elecciones. De todos modos, a muchos cubanos les inquieta que el Gobierno de Clinton no se atreva a devolver al niño, a pesar de sus leyes y sus propias convicciones, por temor de que el candidato demócrata, Al Gore, pierda los votos de la Florida. Sin embargo, la pérdida jurídica e histórica puede ser para los Estados Unidos mucho más costosa que la electoral, pues más de 10.000 niños norteamericanos andan hoy por el mundo, sacados de su país por uno de sus padres sin autorización del otro. Lo grave para ellos es que si los cónyuges que se quedaron en los Estados Unidos quieren recuperarlos, el precedente de Elián podrá ser usado para impedirlo.