El contraste entre el personaje sombrío y desesperado que saluda desde un campero mientras se protege de la lluvia con un paraguas, en una de las pocas imágenes que se conocen de él en los últimos dias, es evidente. Era muy distinto el Muamar Gadafi rehabilitado que celebró ante la comunidad internacional hace menos de dos años, el primero de septiembre de 2009, el aniversario 40 del golpe de Estado que lo llevó al poder. El fastuoso festejo propio de las mil y una noches, con camellos, sobrevuelo de aviones, bandas militares y 400 bailarines duró seis días y costó unos 40 millones de dólares. Eran los buenos tiempos, cuando estaba en la cumbre de su poder después de haber conseguido una asombrosa metamorfosis que le había permitido sacudirse la imagen paria internacional que había cultivado en otros tiempos. Todo había comenzado en 1969, cuando, con apenas 27 años, el coronel Gadafi lideró el golpe que depuso al rey Idris I para después instaurar un particular sistema de gobierno. En sus inicios, era un abanderado del socialismo y se declaraba admirador del egipcio Gamal Abdel Nasser, líder del nacionalismo panárabe. Las ideas de su Libro Verde, nombrado así en una evidente emulación del Libro Rojo de Mao, se presentaban como una alternativa tanto al comunismo como al capitalismo. Más adelante inventó el concepto de "jamahiriya" o "estado de las masas", en el que los partidos se ven reemplazados por asambleas populares. Cuerpos que, en últimas, se convirtieron en la herramienta para desinstitucionalizar al país y entregarle el poder omnímodo al líder y su entorno familiar y tribal.En cualquier caso, la llegada del coronel significó para el pueblo libio un mejoramiento del nivel de vida, gracias a que los ingresos petroleros permearon mejor a más capas de la población. Pero con el paso de los años, Libia comenzó a acaparar titulares en la prensa del mundo, pues Gadafi se convirtió en un radical líder antiimperialista, mientras su imagen personal derivaba hacia la de un personaje cada vez más macabramente pintoresco. Comenzó a apoyar cuanto movimiento revolucionario existía en el mundo. La lista es larga y abarca desde su amistad con Carlos Ilich Ramírez, 'el Chacal', y el IRA irlandés, hasta el Septiembre Negro palestino, pasando por las Brigadas Rojas italianas, el Baader Meinhof alemán o el grupo separatista vasco ETA. Sus vínculos con el terrorismo internacional, según los servicios de inteligencia occidental, eran evidentes. El presidente estadounidense Ronald Reagan lo apodó como "el perro rabioso de Oriente Medio", una etiqueta que le quedó colgada por muchos años. Gadafi era el gran enemigo de Washington en aquellos tiempos, y la animosidad era palpable. De hecho, un atentado contra una discoteca que frecuentaban soldados gringos en Berlín, en 1986, provocó a Reagan, quien decidió bombardear Trípoli y Bengasi, las dos principales ciudades, con el objetivo de acabar con el dolor de cabeza que representaba Gadafi. No lo consiguió, pero en el ataque murió una hija adoptiva del coronel. Unos años después llegó el episodio que definió durante mucho tiempo la relación de Libia con el mundo. El 21 de diciembre de 1988 estalló en al aire, sobre la localidad escocesa de Lockerbie, un avión de Pan Am. Murieron 270 personas en lo que es considerado, hasta la fecha, el peor ataque terrorista en la historia de Gran Bretaña. El ataque siempre fue atribuido a agentes libios, y la comunidad internacional se convenció de que el coronel estaba decididamente por fuera de la ley. Pero tras años de sanciones, un apaciguado Gadafi accedió a entregar, en 1999, a dos sospechosos para que fueran procesados. Ese fue el comienzo de la larga 'rehabilitación' de Libia. Solo hubo un condenado por la bomba, Abdelbaset Alí al-Megrahi. Precisamente en las vísperas de la celebración de los 40 años del régimen, las autoridades británicas lo liberaron por razones humanitarias en medio de una gran polémica según la cual el acuerdo se había hecho a cambio de jugosos negocios. En Trípoli, donde recibió una bienvenida de héroe, no parecía estar desahuciado, como alegaban sus abogados, y lo que es peor, aún está vivo, a pesar de que supuestamente solo le quedaban tres meses. La semana pasada, en medio de la turbulencia, el exministro de Justicia libio aseguró tener pruebas de que Gadafi ordenó el atentado, algo que hasta el día de hoy nunca ha admitido.Poco después Gadafi, el gran transformista, entendió que el nuevo contexto mundial después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 era una oportunidad para acabar de lavar su imagen. Libia fue el primer país en pedir una orden de arresto internacional contra el líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, y el coronel, uno de los primeros líderes árabes en condenar los ataques. Cortó sus lazos con grupos terroristas, abandonó sus ambiciones nucleares y, aunque nunca admitió su culpa, pagó millonarias indemnizaciones a los familiares de Lockerbie. Washington sacó en 2007 a Libia de la lista de países que apoyan el terrorismo y George W. Bush celebró el giro como un éxito de su guerra contra el terrorismo. En realidad, Libia siempre tuvo a su favor su crudo de fácil extracción, que nunca dejó de estar en la mira de las compañías petroleras. Ese desértico país era una tierra fértil para los negocios en los últimos tiempos.Gadafi también dejó de perseguir el liderazgo del mundo árabe en algún momento de los años noventa y se reinventó como un abanderado de la integración africana. En 2008, 200 reyes y líderes del continente viajaron a Libia para coronarlo "rey de reyes" y, al año siguiente, presidió la Unión Africana. Las noticias desde Libia hablaban de una transición en la que el coronel preparaba como sucesor a uno de sus hijos. Según las filtraciones de WikiLeaks, Gadafi es hipocondríaco, paranoico, le obsesiona la estética y por eso se habría inyectado botox. En cualquier caso, el rehabilitado líder libio paseó la ancestral tienda beduina que solía llevar cuando salía de su país a diversos lugares, e incluso, de la mano de Silvio Berlusconi, se sentó a conversar con los líderes del mundo en 2009 durante la cumbre del G8 en L'Aquila, Italia. Seguía siendo un invitado incómodo, pero todos creían no solo que había renegado de la violencia, sino que estaba sólidamente atornillado al poder. Pero como lo demuestran los hechos de los últimos días, ese solo era un espejismo propio del desierto.