Esta vez, el resultado del debate fue alentador. En Salt Lake City, Utah, se encontraban cara a cara Kamala Harris, la fórmula vicepresidencial del demócrata Joe Biden, y Mike Pence, el segundo de Donald Trump en la Casa Blanca. Más allá de defender a sus candidatos a capa y espada, sobre Harris y Pence pesaba una responsabilidad mayor: devolverle al país la confianza en su clase política con un encuentro a la altura de las expectativas.

Los norteamericanos quedaron aterrados tras el debate presidencial de Trump y Biden en Cleveland, Ohio. Pero el espectáculo de gritos e insultos, sobre todo de Trump, dejó en el aire una espesa nube de dudas sobre la eficacia de los debates y, en especial, alarmó al país entero por la salud de la democracia estadounidense. Sin embargo, en Salt Lake City, con el magnate ausente y confinado tras contraer el coronavirus, las esperanzas de ver un enfrentamiento civilizado se hicieron realidad.

En esta oportunidad, como nunca antes en la historia reciente de ese país, las fórmulas vicepresidenciales cobran una importancia especial. En efecto, el coronavirus de Trump encendió las alarmas sobre el estado de salud del magnate, de 74 años y con varios factores de riesgo, como su sobrepeso. Como cualquiera de los dos se convertirá en enero en el presidente de mayor edad en comenzar un periodo, en este caso adquiere más validez la idea de que los vicepresidentes están a un latido de ocupar la Casa Blanca.

Cada una de las fórmulas llegó al debate con un objetivo distinto. Pence, antítesis de las formas desmedidas de Trump, tenía la misión de defender al presidente y su mandato con serenidad. Harris, reputada oradora, debía demostrar su valía como escudera de un Biden discreto y escaso de carisma. Además, tenía que situar las próximas elecciones como un referendo urgente sobre Trump, un discurso repetido por los demócratas, que siguen consternados con las controversiales decisiones adoptadas por el magnate en la Casa Blanca.

Harris le había dado oxígeno a la campaña de Biden, pero algunos temían que sus raíces indias y jamaiquinas solo sirvieran para captar el apoyo de las minorías. Su desempeño en el debate tranquilizó a los incrédulos.

Harris no perdió tiempo. Susan Page, moderadora del encuentro y jefa del buró en Washington del USA Today, comenzó con una pregunta sobre la crisis del coronavirus en su nación. Harris respondió sin rodeos: “El pueblo estadounidense ha sido testigo del mayor fracaso de cualquier administración presidencial en la historia de nuestro país”. La demoledora personalidad de Harris, su gran presencia escénica y la seguridad de sus respuestas convencieron a muchos de su valía como fórmula de Biden. Logró acorralar a Pence con respuestas de gran calibre, como cuando acusó a Trump de estar “tratando de deshacerse de la Ley de Cuidado de Salud a Bajo Precio (Affordable Care Act, ACA)”, el conocido Obamacare, por lo que el estadounidense promedio “perderá protección, aunque tenga condiciones preexistentes”, algo de especial gravedad en plena pandemia.

Los expertos coinciden en que Harris calmó las dudas de muchos votantes que no estaban convencidos con Biden, refugiado en las redes sociales para movilizar su campaña y que en el debate con Trump no pudo demostrar su real capacidad. Antes, la nominación de Harris le había dado oxígeno a la campaña. Pero algunos temían que sus raíces indias y jamaiquinas solo sirvieran para captar el apoyo de las minorías étnicas y de las mujeres. No obstante, con su desempeño en el encuentro demostró que su presencia en la fórmula de Biden va mucho más allá y podría tener lo necesario para devolver a Estados Unidos a un estado de normalidad tras el turbulento periodo de Trump.

En todo caso, Harris se limitó a seguir un libreto cuidadoso. Aunque tuvo oportunidades para hacer daño, prefirió evitar cometer errores y se dedicó a administrar cuidadosamente la apreciable ventaja de Biden en las encuestas. Pence, obligado a pedalear cuesta arriba por la misma razón, pareció a veces tenso y tuvo la tendencia a interrumpir a su contraparte y a sobrepasar el tiempo asignado. En un turno suyo, Pence trató de interrumpirla y Kamala tuvo la oportunidad de decirle, con firmeza, pero con una sonrisa en los labios, “Vicepresidente, yo estoy hablando”. Ese incidente, mucho menor comparado con el debate presidencial, mostró, sin embargo, una de las características de este. Pence, un hombre blanco y evangélico de Indiana, y una mujer liberal, negra y de California simbolizaban fielmente el contraste entre dos formas de ver al país. Para varios comentaristas, Kamala se enfrentaba no solo a la actitud soterradamente machista de Pence, sino a los estereotipos que suelen caracterizar a una mujer enérgica y arrolladora como histérica y sin fondo.

Tras las intervenciones sensatas de Pence, muchos republicanos recuperaron la sensación de que en su fórmula electoral hay alguien con algo de sentido común.

A pesar de eso, el republicano se ciñó a las reglas del debate y también puso en apuros a Harris con interpelaciones incisivas. Le preguntó si los demócratas aumentarían el número de sillas de la Corte Suprema ante la eventual presencia allí de Amy Coney Barrett, la jueza nominada por Trump para ocupar la silla vacía de este tribunal. Harris dio rodeos a la pregunta y, al final, respondió con evasivas. También atacó al afirmar que “Joe Biden aumentará sus impuestos”, refiriéndose al plan impositivo que tiene en mente el exvicepresidente de Barack Obama. Harris recordó que los impuestos no le subirán “a nadie que gane menos de 400.000 dólares al año”, pero Pence logró poner sobre la mesa el tema impositivo como un asunto que divide aún más al electorado.

Al final, los demócratas respiraron aliviados por el peso que demostró su candidata, y muchos republicanos recuperaron la sensación de que en su fórmula electoral hay alguien con algo de sentido común. Así, quedó en el aire la idea de que los debates siguen teniendo validez, aunque solo sea para conocer un poco más las propuestas de los candidatos y, sobre todo, su personalidad y empatía. Esto a pesar de que no suelen cambiar dramáticamente el curso de las elecciones. Como le dijo a SEMANA Louise Fox, especialista en política del Instituto Brookings, “A los seguidores de Trump no les cambia nada que Pence sea el vicepresidente. En el caso de Harris, su imagen ha ayudado a solidificar la base demócrata y a mantener el entusiasmo de cara a los comicios. Pero su impacto sigue siendo bajo”.

De todas maneras, el público ve los debates no solo para decidir o cambiar su voto. Los ciudadanos quieren conocer a los candidatos, alinearse detrás de sus planteamientos y saber, a fin de cuentas, lo que le espera al país si gana uno u otro. Los modos de Harris y Biden recordaron el papel de la civilidad y la diplomacia en el ejercicio político. Pence no tuvo ningún reparo en “felicitarla, como lo hice por teléfono, por la naturaleza histórica de su nominación”. Harris agradeció las palabras de Pence y reconoció su trabajo en la vicepresidencia a pesar de sus diferencias. La moderadora Page también celebró el desempeño de los ponentes y recordó que “los estadounidenses se merecen una discusión civilizada. Estos son tiempos tumultuosos, pero podemos y tendremos un intercambio respetuoso”.

Para Fox, el papel de las fórmulas vicepresidenciales cobrará más relevancia en las últimas semanas. Según la experta, “Dada la enfermedad del presidente, Pence podría mostrarse más activo. Aunque temo que Trump intente robarse el espectáculo sin importar lo enfermo que esté. Por su parte, Harris podría ayudar hasta cierto punto a movilizar a los seguidores de Biden para que voten masivamente”.

Las encuestas mostraron que Harris ganó por un pequeño margen. Para otros, la gran noticia fue que la democracia recibió un segundo aire.