Una campaña presidencial es una competencia brutal en la que la atención mental y la tensión física se mantienen en niveles extremos. La prensa analiza hasta el cansancio cada paso, cada palabra y cada gesto de los candidatos. Sus caídas, sus lapsus y otros deslices suelen ser objeto de sombrías especulaciones, aun cuando se trate de eventos que pasaron hace varios años. Una simple pregunta puede acabar con sus aspiraciones. Una señal de fatiga dispara las sospechas de que no están en condiciones de soportar el estrés que representa liderar la Casa Blanca.Por eso, es comprensible que la neumonía que tiene Hillary Clinton desde el viernes pasado se haya convertido en un tema de campaña. Y por la misma razón, es razonable que haya encendido alarmas el desmayo que sufrió el lunes tras asistir a una ceremonia en el monumento dedicado a las víctimas de los atentados del 11 de Septiembre. Sin embargo, también es claro que la noticia tuvo una relevancia desmedida debido a la dinámica de esta campaña.Por un lado, las especulaciones malintencionadas sobre la salud de Hillary han sido una constante desde que lanzó su candidatura en abril del año pasado. Desde entonces, los medios han informado sin fundamento que ella tiene párkinson, esclerosis múltiple, lupus, deficiencias mentales, asma, problemas cardiacos y hasta VIH. En ese sentido, sus detractores celebraron su neumonía como la prueba reina de que su salud no anda para nada bien. “Buenas tardes, comenzamos nuestra edición con la muerte de Hillary Clinton”, dijo el martes el presentador de noticias Joe Torres, en un lapsus que la cadena WABC se demoró varios minutos en corregir.Por el otro, la campaña demócrata le dio un desastroso manejo a su desmayo y a su enfermedad, pues sus asesores reconocieron que la candidata había sufrido un trastorno solo después de que se conocieran las imágenes de varios guardaespaldas sosteniendo a la candidata para que no se fuera al piso. A su vez, solo reconocieron la pulmonía cuando las especulaciones sobre su salud se habían convertido en tema central de la campaña. Sin embargo, habían pasado casi 72 horas desde que Hillary habló con su médico, y el daño electoral ya estaba hecho, pues junto con su salud, uno de los argumentos de sus detractores es el secretismo de la candidata.Como resultado de su enfermedad, Clinton dejó de hacer campaña durante los tres días en que se barajaron todo tipo de especulaciones sobre su salud. El resultado fue una fuerte descolgada en los sondeos de tal nivel, que podría incluso cambiar el curso de la contienda. Si hace una semana la exsecretaria de Estado parecía tener en el bolsillo estas elecciones, esta semana la competencia se apretó. Las últimas encuestas registran no solo un empate técnico entre los dos candidatos, sino también un repunte del republicano en estados clave para ganar las elecciones, como Florida y Ohio, en donde el candidato estuvo el martes en un mitin. “¿Ustedes creen que Hillary podría soportar una hora de pie en un lugar lleno de gente como este?”, le preguntó el candidato a la multitud, que respondió con chiflidos. “No creo”, se contestó él mismo.El repunte de Trump no deja de ser irónico y no solo porque él es mayor que Clinton y está expuesto a los mismos achaques que ella. De hecho, si la demócrata ha manejado el tema de su salud sin transparencia, el magnate ha sido el maestro de la turbiedad. Hasta antes de esta semana, lo único que se conocía sobre su condición física era una nota calificada de ridícula, en la que Harold Bornstein, un gastroenterólogo a quien el magnate presentó como su médico de toda la vida, decía que sería el presidente más saludable de la historia de Estados Unidos. En entrevistas posteriores, este reconoció que la escribió en cinco minutos mientras la limusina de Trump esperaba en la entrada del consultorio, y que había escrito su concepto “a las carreras”.Y esta semana, tras prometer que iba a hacer pública su historia clínica, el magnate presentó una página con los resultados de un chequeo que el propio Bornstein le habría hecho pocos días atrás. Lo hizo el jueves en The Dr. Oz Show, un programa de televisión que presenta un polémico galeno que ha tenido que declarar ante el Senado por usar su programa para recomendar terapias sin fundamento científico. Pese a la cuidadosa puesta en escena, Oz aceptó con satisfacción los resultados de Trump sin examinarlo, plantearle ninguna pregunta ni verificar por su cuenta los resultados. Muchos medios criticaron la emisión como una “payasada”.Y, sin embargo, el asunto no tiene nada de chistoso. Como dijo a SEMANA Jacob Neiheisel, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Buffalo, “hay antecedentes de que enfermedades vinculadas a la edad han afectado la Presidencia de algunos mandatarios”. Durante la última parte del mandato de Woodrow Wilson (cuando ya rozaba los 65 años), este sufrió una embolia cerebral que le paralizó el hemisferio derecho, lo que contribuyó a que fracasara en su intento de que Estados Unidos entrara a la Liga de Naciones, la antecesora de las Naciones Unidas, lo que tuvo graves consecuencias históricas.En estas elecciones, esa realidad ha cobrado más relevancia que nunca debido a la edad de los dos candidatos que disputarán la Presidencia el 8 de noviembre. Nunca antes los aspirantes habían tenido una edad tan avanzada como Clinton, que va a cumplir 69 años en octubre, y Trump, que cumplió 70 a mediados de año. De hecho, solo Ronald Reagan se posesionó con una edad similar, y es también el único que ha gobernado desde el séptimo piso.Por un lado, a esa edad un profesional competente ha acumulado una vasta experiencia, que no siempre las sociedades modernas saben apreciar. Pero por el otro, se trata del momento en el que el cuerpo experimenta su mayor deterioro.Y eso, en quienes dirigen el destino de un país, es una cuestión de interés nacional. En momentos de crisis, necesitan también agilidad mental para procesar grandes cantidades de información, resistencia física para soportar grandes niveles de estrés, y en general una salud que les permita liderar calamidades como una pandemia, un ataque terrorista o una crisis financiera.A su vez, hoy es ampliamente aceptado que el alzhéimer de Ronald Reagan comenzó durante su segundo periodo, lo que lo llevó a confundir a las personas y a presentar otros síntomas de demencia. Sin olvidar que Franklin Delano Roosevelt falleció en plena Segunda Guerra Mundial, lo que llevó al poder a Harry S. Truman, quien lanzó las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, una decisión trágica que tal vez Roosevelt nunca hubiera tomado.