El golpe de realidad fue instantáneo. En contraste con las semanas anteriores, en los últimos días las calles de la excolonia británica aparecen desoladas, a no ser por el constante patrullaje de policías armados. La causa: las fuertes penas impuestas por el Gobierno de Xi Jinping con la ley de seguridad de Hong Kong, que criminaliza severamente cualquier hecho considerado de subversión, secesión, terrorismo y colusión extranjera. Los hongkoneses saben muy bien que en Beijing hablan en serio.
El primero de julio marcó un antes y un después para la ciudad, y ante el temor de terminar encerrados por décadas en alguna prisión remota, varios líderes prodemocráticos dejaron Hong Kong de inmediato. Los restaurantes y establecimientos comerciales que lucían en sus fachadas el emblema prodemocrático tuvieron que removerlo, por la certeza de que las fuerzas policiales podrían arremeter contra los recintos.
Las fuertes penas impuestas por el Gobierno de Xi Jinping con la ley de seguridad de Hong Kong criminalizan severamente cualquier hecho considerado de subversión, secesión, terrorismo y colusión extranjera. La censura a cualquier acto considerado “subversivo” y peligroso para Beijing ha llegado, para muchos, a un punto de no retorno. Desde que Reino Unido le devolvió a China la soberanía de Hong Kong en 1997, el territorio tenía garantizada su autonomía bajo la fórmula de “un país, dos sistemas”. El tratado de devolución, firmado en 1984, le ha permitido gozar de derechos como la libertad de expresión, un esquema judicial independiente y un sistema capitalista que lo llevó a convertirse en el centro financiero más importante de Asia. Era previsible que cuando estuviese cerca el final del acuerdo, en 2047, el Gobierno continental empezaría una transición hacia integrar a Hong Kong en el sistema comunista de China. Pero pocos esperaban que, a más de 25 años para el fin del tratado, China mostrara los dientes de la noche a la mañana. Taiwán, ¿en la mira? Además del oscuro futuro que se le avecina a Hong Kong, algunos observadores han comenzado a señalar que este podría ser el comienzo de una estrategia china para retomar el control sobre sus territorios autónomos. En este sentido, todo indica que el próximo objetivo de China sería Taiwán, isla donde los nacionalistas chinos se refugiaron tras su derrota ante los comunistas al finalizar la guerra civil de 1949. Desde que Tsai Ing-wen asumió la presidencia de Taiwán en 2016, la mandataria ha manifestado su rechazo absoluto del modelo “un país, dos sistemas”, que China propone también para esa isla. Algunos comparan, con todas las salvedades históricas, culturales y geográficas, la estrategia de Xi con la de Vladímir Putin en Georgia y Ucrania. Como escriben Michael Green y Evan Medeiros en la revista Foreign Affairs, “cuando Putin decidió invadir Ucrania y anexar Crimea en 2014 estaba aprendiendo lecciones de su invasión de Georgia en 2008. En este último creó un ambiente gracias al primero: la invasión de Georgia le costó poco a Rusia, y solo generó una débil condena internacional”. Para el caso asiático, los especialistas agregan que “Putin tuvo en cuenta la respuesta estadounidense a las acciones rusas en Georgia para luego sí invadir Ucrania. Los líderes chinos considerarán la respuesta estadounidense a la ley de seguridad de Hong Kong en sus decisiones sobre una futura agresión en Asia”. Por eso, la débil respuesta internacional hace temer lo peor. La Casa Blanca y la Unión Europea han manifestado débilmente su desaprobación a lo que pasa en Hong Kong, pero Beijing ha hecho oídos sordos a sus reclamos. Incluso a Reino Unido, que al firmar el tratado funge como observador de Hong Kong, China le ha respondido que lo que pase en su excolonia “no es asunto suyo”.
En Estados Unidos el secretario de Comercio, Wilbur Ross, anunció que revocará el “estatus especial” a Hong Kong, ante la posibilidad de que se desvíe tecnología estadounidense “sensible” a las autoridades chinas. En Canadá, el primer ministro, Justin Trudeau, suspendió el tratado de extradición con Hong Kong, y se convirtió en el primer país en romper vínculos policiales con la excolonia. Y en Europa, el Parlamento Europeo evalúa imponer fuertes sanciones contra funcionarios chinos. En todo caso, mientras Xi Jinping teme cada vez menos a las medidas internacionales por sus decisiones cada vez más controvertidas y antidemocráticas, Occidente parece estar dispuesto a dejar el destino de Hong Kong a su suerte.