Esta semana, la primera audiencia televisada del impeachment, o juicio político a Donald Trump, marcó un punto de inflexión en la política estadounidense. Como si se tratara de una final de fútbol, los bares abrieron en la mañana para que los ciudadanos pudieran presenciar el show. En ese ambiente de expectativa comenzó el ‘espectáculo’ que tiene la nada despreciable capacidad de hacer historia en la democracia de Estados Unidos. Con declaraciones contundentes, dos testigos claves, William Taylor y George Kent, diplomáticos de carrera que han trabajado con ambos partidos, desvirtuaron la principal línea de defensa del séquito de Trump. El primero es el embajador encargado de Estados Unidos en Ucrania, y el segundo el subsecretario de Estado para asuntos europeos y euroasiáticos. Según sus testimonios sí hubo quid pro quo, (intercambio de favores) ya que el magnate pidió al presidente de Ucrania investigar a su rival político, Joe Biden. Con esta nueva fase de audiencias públicas, tanto demócratas como republicanos se juegan el éxito o el fracaso del proceso en el impredecible y cambiante terreno de la opinión pública. En últimas, los ciudadanos tienen el poder de presionar a los senadores para que destituyan al presidente. La Cámara de Representantes vivió, a ratos, una atmósfera circense el miércoles. Antes de las alocuciones de Taylor y Kent, el representante republicano Devin Nunes expuso varias teorías conspirativas sin sentido que seguramente buscaban hablarle al oído a la base electoral de Trump. Dijo, por ejemplo, que el proceso corresponde a una “operación de tres años en la que los demócratas, los medios corruptos y los burócratas partidistas buscan anular los resultados de las elecciones de 2016”. Pero cuando parecía que no podía sobrepasar el límite de lo absurdo, sorprendió con una frase todavía más ridícula que la anterior. Dijo que un complot demócrata quería obtener “fotos desnudas de Trump en Rusia”. Nada de ello tiene que ver con el meollo del asunto, que radica en las presuntas presiones que el presidente ejerció sobre un país extranjero (Ucrania) para que investigara a su rival político, con el fin personal de favorecer su reelección. Y, para esto utilizó como moneda de cambio nada menos que la política exterior de su país, y de paso, comprometió la seguridad de un aliado estratégico, y la credibilidad de Estados Unidos.
Todo empezó en septiembre cuando corría el rumor de que un informante anónimo había presentado una queja por una supuesta promesa inapropiada de Trump a un líder extranjero. Pero el escándalo estalló cuando medios estadounidenses publicaron reportes según los cuales Trump había pedido hasta ocho veces al presidente de Ucrania, Vladimir Zelenski, investigar a Joe Biden, el exvicepresidente de Obama y precandidato presidencial para 2020. Para presionar al ucraniano, el magnate presuntamente utilizó los casi 400 millones de dólares de ayuda militar que Estados Unidos le había destinado a ese país. Y lo cierto es que ese dinero sí estuvo retenido sin explicación alguna. Además, en mayo, Trump canceló un viaje de su vicepresidente Mike Pence para presionar aún más a Zelenski. Estas pruebas dejaron sin opción a los demócratas, que prácticamente se vieron obligados a hacerle un juicio político al presidente, para no pasar a la historia como cómplices de un enemigo de la democracia. Esto significaba asumir los costos políticos de dicha operación en época preelectoral. Hasta ahora nada está escrito, y aunque los demócratas tienen a su favor la evidencia, los republicanos han respaldado a Trump, a pesar de sus escándalos. Lo cierto es que este proceso refleja la profunda herida que aqueja a la democracia estadounidense.
“Si esta no es una conducta enjuiciable, ¿qué lo es?”, preguntó el representante demócrata Adam Schiff. El republicano Devin Nunes acusó a los demócratas de llevar a cabo un complot contra Trump. Las declaraciones de Taylor y Kent demostraron que es casi imposible, incluso para los más trumpistas, negar que hubo un trato sobre la mesa. Ambos testigos recalcaron que no es solo una cuestión de abuso de poder, sino que implica algo mucho más grave; la reorientación de la política exterior estadounidense hacia Rusia, y en contra de los aliados tradicionales de Estados Unidos. Ambos testigos advirtieron sobre la irresponsabilidad de abandonar a un aliado estratégico como Ucrania, cuando 14.000 de sus ciudadanos han muerto defendiendo su territorio. Taylor, dijo algo obvio pero invisibilizado “Ucrania es un país que fue y está literalmente siendo atacado por Rusia en este momento. Gente murió a causa de retrasar la ayuda sin razón aparente”. Pero lo más preocupante es que ello no corresponde a un hecho aislado, sino a un patrón vigente desde que Trump subió al poder. Solo por nombrar algunos ejemplos: su decisión unilateral de retirar las tropas estadounidenses de Siria y su presión, e incluso bullying, a aliados de Estados Unidos en la cumbre del G8 para que volvieran a admitir a Rusia en el grupo.
George Kent, subsecretario de asuntos europeos y euroasiáticos, acusó a Trump de abusar de su poder para favorecer sus intereses personales. William Taylor, embajador encargado de Estados Unidos en Ucrania,dejó en evidencia el juego sucio de Trump.“¿Cómo pudieron intereses corruptos foráneos manipular al gobierno de Estados Unidos?”, preguntó la exembajadora Marie Yovanovitch. El testimonio del viernes de Marie Yovanovitch, la embajadora de Estados Unidos en Ucrania a la que Trump sacó de su cargo en mayo sin justificación,confirmó que el presidente está dispuesto a hacer cualquier cosa para obtener lo que quiere. Aunque ello signifique pisotear los intereses de su país, o terminar con 30 años de carrera de una diplomática simplemente porque no se prestó para presionar al gobierno de Zelenski para sacar trapos sucios de los rivales demócratas de Trump.
Mientras se llevaban a cabo las audiencias públicas del ‘impeachment’, manifestantes anti-Trump protestaron en las afueras del Capitolio. Revelación explosiva Taylor soltó una bomba cuando reveló que miembros de su equipo escucharon a Trump hablar por teléfono con Gordon Sondland, embajador de Estados Unidos ante la Unión Europea. “Luego de esta llamada, el miembro de mi ‘staff’ le preguntó al embajador Sondland qué pensaba el presidente Trump de Ucrania. El embajador Sondland respondió que al presidente Trump le interesan más las investigaciones a Biden, causa por la cual Giuliani, el abogado personal de Trump, estaba presionando”. La historia que contó horrorizado Taylor, propia de un film de Hollywood, ilustró la forma en la que Trump utilizó un canal irregular con gran protagonismo de Giuliani. Dijo además, que nunca en sus décadas de servicio público había visto otro ejemplo de política exterior estadounidense manipulada por un presidente para servir a sus propios intereses personales.Pero la gente escucha lo que quiere. Como le dijo a SEMANA el profesor de la Universidad de Cornell, Richard Bensel, “La revelación de una llamada telefónica directa de Trump, escuchada en un restaurante de Kiev, fue dramática. Eso puede haber movido ligeramente el sentimiento en la dirección de la acusación. Pero ahora hay tanta evidencia del intento de Trump de manipular e intimidar al gobierno ucraniano que creo que nada más hará una gran diferencia. Es lamentable”.
¿Qué viene ahora? Quedan dos semanas de audiencias públicas que constituyen, en buena medida, la gran apuesta de los demócratas. Con ello le apuntan a tener un efecto en la percepción del electorado de los senadores republicanos, lo que podría obligarlos a asumir la responsabilidad histórica de desmarcarse del presidente. Al fin y al cabo, el éxito del proceso dependerá del Senado, de mayoría republicana. Por eso, las probabilidades de tumbar a Trump son casi nulas, pues ello requiere que 67 de los 100 miembros de ese órgano voten contra él. Entre tanto, los republicanos han asumido la estrategia de recurrir a las pasiones del electorado de Trump, que tiene más características fanáticas que racionales. Para ello, usan la ya desgastada teoría conspirativa de que el indefenso presidente del país más poderoso del mundo sufre una cacería de brujas. Por eso, o porque no tienen cómo hacerlo, durante la fase inicial de las audiencias públicas decidieron no pelear contra los argumentos. En su lugar, pidieron a los ciudadanos algo más inteligente: apagar el televisor.