Con 900 millones de personas habilitadas para votar, 8.000 candidatos se disputan 543 escaños de la Cámara baja, en unas votaciones que duran seis semanas y media en siete etapas, y que cuestan 6.000 millones de dólares en logística. Esos y muchos otros datos dejan las colosales elecciones de la democracia más grande del mundo, la de India. Le puede interesar: ¿Cómo hace India para organizar las mayores elecciones del mundo? Las encuestas apuntan a que el Bharatiya Janata, partido del actual primer ministro Narendra Modi, volverá a ganar la mayoría de escaños. Sin embargo, esta vez, el carismático líder del Partido del Congreso, descendiente de tres primeros ministros del siglo XX, Rahul Gandhi, logra un espacio entre las regiones más decepcionadas con la administración del nacionalista Modi y se la pone difícil para ganar aplastantemente.

Narendra Modi, en la foto rodeado de seguidores, disputa el poder con Rahul Gandhi, hijo de Rajiv, nieto de Indira y bisnieto de Nehru. Un paramilitar pakistaní custodia a los votantes de Cachemira. Y es que algunas de las políticas del mandatario generan fuertes resentimientos entre la población, que lo acusa de “gobernar para los ricos”, de “crear conflictos que no existían entre los musulmanes y los hinduistas” y de “ser un guerrerista”. El primer señalamiento tiene que ver con la política de desmonetización que aplicó en 2016, según él para acabar con el lavado de activos y el mercado negro del dinero. Empero, al retirar las denominaciones más bajas de la moneda, solo logró meses de escasez y millones de personas sin flujo de efectivo. En un país poco bancarizado como India, la medida fue catastrófica. No obstante, Kelly Arévalo, investigadora del Centro de Estudios de India y Asia Meridional de la Universidad Externado, le dijo a SEMANA que la política industrial de Modi ha dado buenos resultados hasta ahora. “Quiere posicionar a India como un centro manufacturero mundial. Su Gobierno ha logrado el crecimiento sostenido en el sector automotor, aeroespacial, farmacéutico y tecnológico, tanto que 100 ciudades inteligentes están en construcción”. Aunque la profesora Arévalo añade que en un país tan grande es complejo hablar de cifras, porque las brechas son enormes y todavía gran parte de la población gana menos de dos dólares al día. Le sugerimos: La comunidad donde prostituir a las hijas mayores es una tradición Pero es cierto que India le está pisando los talones a las grandes potencias mundiales. El Banco Mundial estima que en los próximos años, el país podría desbancar al Reino Unido del quinto lugar de los más ricos. El Gobierno de Modi ha sabido aprovechar la guerra comercial entre Estados Unidos y China para convertirse en un gran aliado de ambos y aumentar sus exportaciones. Sin embargo, de puertas para adentro hay otra historia. Modi recrudeció su discurso abiertamente islamofóbico y desconoce la Constitución secular india. El mandatario está empecinado en combinar religión y política, y en rechazar el hecho de que su país es diverso cultural y religiosamente. Al fin y al cabo, la ‘minoría’ islámica abarca ‘solo’ 150 millones de personas, que constituyen el 14 por ciento de su enorme población. Por eso, no ha dudado en llamar a los musulmanes pakistaníes “amenazas para la civilización”, “terroristas” y “usurpadores”. Esa mirada lo ha llevado a reavivar el conflicto por la región de Cachemira. Después de que India se liberó del Imperio británico en 1947, Cachemira quedó bajo su soberanía. No obstante, al revés del resto del país, es la única región en la que la mayoría de sus ciudadanos profesa el islam, por lo que muchos de ellos piden su independencia o, en su defecto, adherirse al islámico Pakistán. Ante el temor a los separatistas, Modi preguntó tres veces a una multitud en Nueva Delhi “¿Iremos a las casas de los terroristas y los mataremos?”. A lo que la masa respondió: “¡Sí, sí, sí!”. Mientras tanto, miles de personas votaban en la zona del Himalaya por Gandhi, custodiados por paramilitares de Pakistán que los cuidaban de los nacionalistas que lincharon a algunos semanas atrás. Si Modi continúa con su discurso religioso nacionalista, podría poner en peligro la sólida democracia que construyó India después de su independencia. Pues no solo su sistema de votación, totalmente automatizado, es un ejemplo para muchos países Latinoamericanos, sino los años de convivencia entre “progreso, tradición y religión” demuestran una historia de políticas pacifistas e inclusivas.