SEMANA: ¿Por qué decidieron hacer un informe basado en la desigualdad, un enfoque totalmente distinto a lo que venían haciendo? Luis López-Calva: En un primer momento, para pensar la desigualdad de manera diferente. Primero, ir más allá de los promedios con la idea precisamente de que los indicadores agregados siempre esconden mucha disparidad. La idea de tratar de entender cómo se comportan las distribuciones de avance más que los promedios del avance. El segundo era ir más allá del ingreso, porque la desigualdad en realidad tiene manifestaciones más relevantes. Y, el tercero, mostrar cómo puede evolucionar la desigualdad en el futuro y cuáles son las respuestas de política pública que se requerirán. Para eso tomamos dos dimensiones de estudio: cómo el cambio tecnológico sin acción pública puede llevar a mayor desigualdad y cómo el cambio climático también.

  SEMANA: Cuéntenos un poco más acerca de esas nuevas dimensiones. L.L.-C.: El mundo ha avanzado enormemente, pero al mismo tiempo hay algunas desigualdades que se amplían. Por ejemplo, la desigualdad de acceso a educación terciaria y la desigualdad en algunos indicadores de salud que van más allá de los tradicionales. Esos casos los llamamos las nuevas desigualdades.  El otro tema en el que hacemos énfasis es en la falta de movilidad social en general. El lugar donde una persona nace puede determinar un límite al avance que esa persona puede alcanzar. No es lo mismo nacer en Quibdó que en Bogotá. Franco Milano, que es un analista de desigualdades globales, empezó a desarrollar la idea de que el país donde uno nace también puede determinar hasta dónde se puede llegar.  "Hay una desconexión entre los ciudadanos y los organismos de representación política tradicional." SEMANA: ¿Qué desigualdades nuevas  considera usted que vivirán las próximas generaciones?  L.L.-C.: Una dimensión de las desigualdades que va a quedar muy clara, en especial en los países en vías de desarrollo, es la desigualdad determinada por la capacidad o no de adaptarse a ciertas tecnologías.  Otra importante son los riesgos ocasionados por el cambio climático y la capacidad de los hogares más pobres para responder es muy limitada. Hay otros dos elementos de desigualdad, que son el acceso a la participación política en un sentido amplio. Hay una percepción de que la identidad digital es equivalente a la participación política. Es decir, que si yo hago un comentario en una red social estoy participando políticamente. Esto es solo una forma, pero se ha reducido el trabajo político de base. Hay una desconexión entre los ciudadanos y los organismos de representación política, por lo que surge una desigualdad para las personas que no se sienten representadas. Nadie está procesando las demandas y tensiones de los ciudadanos. Hay 88 millones de personas registradas para votar en Latinoamérica y el Caribe, que no votaron en los últimos 5 años. 

  SEMANA:  ¿Qué papel desempeña la desigualdad en las protestas en el mundo? L.L.-C.: Si vemos los indicadores tradicionales, como el coeficiente Gini del ingreso, la desigualdad no ha aumentado. En Latinoamérica, particularmente, hubo un proceso de reducción del Gini que se estanca a partir de 2015. Entonces, no hay una evidencia clara en ese indicador de un aumento en la desigualdad y eso nos debería insinuar que no debería cumplir un papel importante. Pero si vemos las encuestas subjetivas, donde se le pregunta a la gente, la percepción de desigualdad aumentó.  Si vemos las desigualdades territoriales, las desigualdades entre hombres y mujeres, entre grupos étnicos, empezamos a saber que las personas ven más objetivamente lo que está ocurriendo. Eso produce el desencanto con las instituciones. Además, la región tuvo un importante crecimiento económico, en donde la desigualdad, paradójicamente, cayó muy poco. Sin duda, eso genera una crisis aspiracional, una crisis de expectativas no satisfechas y, sobre todo, un cierto resentimiento de las clases menos privilegiadas que sintieron que el dinero se acumuló en unos pocos.   

  SEMANA: ¿Qué pueden hacer los gobiernos, entonces? L.L.-C.: Pueden crear dinámicas de crecimiento más incluyentes en donde lo que se distribuye no es solo el ingreso, sino la capacidad productiva. Aunque no sé si los gobiernos tengan la capacidad de responder a estos retos tan rápido, estoy seguro de que las sociedades sí. Creo que incluso en Latinoamérica los distintos focos de descontento tienen características muy diferentes. Sería un error pensar que todos son explicados por la misma lógica. Considero que parte de la solución pasa por entender bien cuáles son las razones de esas tensiones y crear un marco institucional para responderlas. Yo insistiría mucho en la idea de traer a todos los actores a la mesa para definir una solución.   SEMANA: ¿Encontraron alguna diferencia en cómo los gobiernos de izquierda o derecha responden a estas problemáticas? L.L.-C.: No parece haber un patrón muy claro en términos de que haya ciertas tendencias ideológicas que redistribuyan más que otras. Pero los indicadores a nivel global sí muestran una mayor polarización política y mayor aceptación de los extremos. Sin embargo, independientemente de la ideología, cientos de gobiernos se han comprometido con Naciones Unidas a  reducir la desigualdad, bajar la pobreza, mejorar la participación política, etcétera. Entonces, hay temas que trascienden las ideologías. Las ideologías solo van a definir las velocidades con que se hacen los cambios.   SEMANA: ¿Y cómo ve a Colombia en todo esto? L.L.-C.: Colombia ha reducido la pobreza, no a lo que se requeriría, pero ha reducido ciertos espacios de desigualdad. Si vemos el número de años en recesión de los países latinoamericanos, Colombia es la economía menos volátil de la región. Tiene todas esas características estructurales que la hacen una economía muy sólida. José Antonio Ocampo, colombiano destacado, ha insistido en un dato muy interesante: después de Estados Unidos, Colombia es el segundo país con el mayor número de transiciones electorales pacíficas desde su independencia. Pero, de nuevo, todo dependerá de cómo se resuelve el tema de la desigualdad, que sigue siendo alto, y cómo el Gobierno procesa los pedidos de diferentes sectores sociales. 

SEMANA: ¿Y qué hay del asunto migratorio? ¿Cómo incide en este tema? L.L.-C.: La gente reacciona casi siempre de tres maneras cuando hay un descontento con el contrato social: con la ilegalidad, con la evasión de impuestos y con la migración. En este último, la primera reacción debe ser humanitaria. Tratar de que las personas tengan condiciones mínimas de dignidad. El siguiente paso es responder a las preguntas: ¿son personas que llegan para quedarse?, ¿cuáles son sus características educacionales?, ¿cuáles sus aspiraciones?, ¿cuál es la capacidad de los estados de responder desde lo fiscal? En general, creo que es un reto que no se va a solucionar con respuestas locales. Se necesita la ayuda internacional para sacarle provecho a la migración en vez de verla como un problema. Y esa cooperación viene con aportes económicos, porque cuando empieza a escasear el dinero, aumentan las tensiones sociales y crecen las xenofobias y exclusiones.