A lo largo de la historia, pocas han sido las reinas que han regido la suerte de algún Estado, sin limitarse al papel de reinas-consortes. De ellas, la gran mayoría han pertenecido a dos dinastías: cuatro fueron zarinas de la casa Romanov, en Rusia, y cinco han ceñido la corona inglesa. La actual reina Isabel II es una de ellas.
El pasado 21 de abril, la reina Isabel II cumplió 96 años, siendo soberana de Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, jefe de la Commonwealth, actualmente compuesta por 54 estados independientes, de los cuales la reina sigue siendo jefe de Estado de 16, y Defensora de la Fe, título que la inscribe como cabeza de la Iglesia anglicana, desde el día de su coronación, en que fue ungida y reconocida como tal.
Hace exactamente 75 años, con motivo de su 23 cumpleaños, la entonces heredera al trono de Inglaterra, la princesa Isabel, se dirigió a la naciónen una alocución de radio, cumpliendo lo que ella misma llamaba “un solemne acto de consagración”. En este discurso, la heredera al trono declaraba con voz juvenil “que toda mi vida, sea larga o corta, estará dedicada a vuestro servicio y al servicio de nuestra gran Commonwealth imperial, a la que todos pertenecemos”. Tras cinco años de esa declaración institucional, falleció su padre, el rey Jorge VI (1895-1952), e Isabel fue coronada reina de Inglaterra el 2 de junio de 1953.
Mejorar con los años
Con los años, la reina Isabel ha ido ganando en popularidad, llegando a convertirse en la persona más querida y admirada por el pueblo británico de todos los miembros de la familia real. Con ello ha demostrado que ese “solemne acto de consagración”, mencionado anteriormente, no era una frase vacía. Y han sido las vicisitudes de sus deberes, las ceremonias de Estado, los actos oficiales, los discursos, las decisiones, las apariciones públicas y las inevitables críticas, los motivos de que su figura se haya prodigado sin límites.
No obstante, se ha indicado que, en cierta ocasión, ella misma llegó a comentar que hubiera sido más feliz como “una dama del campo con muchos perros y caballos”. ¿Pero qué aciertos han permitido a Isabel II lograr esa cotización al alza de parte del pueblo?
Aguda analista con una imagen internacional
Por un lado, su preparación y dominio de las cuestiones políticas de cada momento, tanto nacionales como internacionales, así como la agudeza de sus observaciones, según han destacado todos sus primeros ministros, desde Winston Churchill (1874-1965) hasta Boris Johnson (n. 1964).
Prueba de ello es su reciente decisión, sin precedentes en la historia de la monarquía inglesa, de cancelar todos los actos protocolarios reales con motivo de la pandemia por la covid-19. La reina Isabel II, durante este trágico periodo, ha anulado toda aquella actividad que tenga que ver con su persona, incluyendo los actos oficiales y privados de su aniversario, y que pongan en peligro a sus súbditos. En un reciente comunicado dirigido a los ciudadanos británicos para levantar el ánimo frente a la epidemia afirmó rotunda: “Sabemos que el coronavirus no nos superará”.
Es, además, la monarca más conocida del mundo, a diferencia de los regentes de otras casas reales. A esto contribuyen tanto sus constantes viajes internacionales, como la forma de asumir la total transformación de los países de la Commonwealth. Renunció a las antiguas colonias mediante una transición ordenada, permitiendo que la corona asumiera paulatinamente un papel más simbólico, y dejando el poder político en manos de las dos cámaras, el primer ministro y el Gobierno.
Discreción y estricto protocolo
Por otro lado, la dignidad con la que lleva sus apariciones públicas, junto con el estricto protocolo que observa en ellas y, sobre todo, su discreción, al contrario de lo que sucede en otras monarquías, han generado una especie de “aureola” en torno a su persona que ha acrecentado el respeto de los medios de comunicación internacionales.
El prolífico literato y compositor musical John Anthony Burgess Wilson (1917-1993), conocido por el gran público por su obra La naranja mecánica (1962), resumió muy acertadamente esta característica innata de la casa real británica: “Tales personas deben estar empapadas del protocolo real, deben desear abstenerse de ciertas libertades básicas que la gente corriente tiene garantizadas, ser constantemente discretas, evitar celosamente el escándalo y mostrar ante el mundo un rostro que oculte las emociones humanas más comunes”.
Aquiescencia de los medios
El tratamiento de su persona de parte de los medios también ha contribuido notoriamente a impulsar su excelente imagen pública. Prueba de ello es la serie británica-estadounidense The Crown (2016), creada y escrita por Peter Morgan y producida por Left Bank Pictures y Sony Pictures Television para Netflix. Se trata de una serie biográfica de tres temporadas sobre el reinado de Isabel II que ha alcanzado un gran éxito de audiencia y fue nominada al Globo de Oro a la mejor serie-drama en 2017.
La actriz británica Claire Foy recibió el Globo de Oro a la mejor actriz de serie de televisión-drama por su interpretación de la reina Isabel II, además de un premio Emmy y dos premios del Sindicato de Actores por este papel. Todo ello una prueba evidente del interés popular por la figura de Isabel II y de la excelente relación de esta casa real con la industria audiovisual y de la comunicación.
Aportación a las arcas públicas
Por último, hay que mencionar que la monarquía en Reino Unido no supone un lastre económico para las finanzas británicas, sino todo lo contrario, según se desprende de algunos estudios realizados recientemente, que confirman una aportación anual a dichas arcas de unos dos mil millones de euros aproximadamente.
A lo largo de su vida, la reina Isabel ha sido testigo de la transformación progresiva del Imperio británico a la Mancomunidad de Naciones, pero su papel político no ha menguado y abarca grandes áreas de trabajo. Ejerce funciones constitucionales significativas y actúa como el centro de la unidad nacional de los británicos, así como representante de su nación ante el resto del mundo.
Un ejemplo de cómo instituciones históricas y milenarias, con un líder comprometido y respetado, pueden cotizar al alza en una sociedad cada vez más desvinculada de ciertos valores culturales tradicionales.
Por:
José Carlos Sanjuán Monforte
Profesor de Protocolo y Organización de Eventos, Universidad Camilo José Cela
Francisco López-Muñoz
Profesor Titular de Farmacología y Vicerrector de Investigación y Ciencia, Universidad Camilo José Cela
Artículo publicado por The Conversation originalmente el 8 de mayo de 2020.