El martes pasado, cuando el mundo veía atónito cómo las tropas estadounidenses partían de Afganistán, dejando sus armas a los talibanes y una estela de terror en ese país, el presidente Joe Biden entregó las declaraciones más duras de todo su mandato. “No quería extender una guerra eterna”, dijo para defender la catástrofe que produjo la decisión de retirarse del país y las semanas de caos de una evacuación que mostró la enorme angustia en la que quedó el pueblo afgano. En medio de su discurso, sin embargo, llamó la atención que la prioridad de Biden no eran los talibanes, sino el Estado Islámico.

“No hemos acabado con ustedes”, dijo el presidente de Estados Unidos, tras reiterar el mensaje que dio cuando el grupo terrorista perpetró los ataques de la semana pasada, que dejaron 13 militares norteamericanos y más de 100 afganos muertos. “No perdonaremos, no olvidaremos, los cazaremos y los haremos pagar”, había asegurado.

El hecho de que Biden le pida al mundo voltear los ojos hacia Isis (Islamic State of Iraq and Syria) es una novedad inesperada del complejo y extenso conflicto en Afganistán. Hasta la semana pasada, antes de que el Estado Islámico atentara contra el aeropuerto y desplegara ataques suicidas, el enemigo eran los talibanes. Los extremistas habían dado resguardo a Al Qaeda, grupo dirigido por Osama Bin Laden, responsable del atentado a las Torres Gemelas.

Con el retiro de los Estados Unidos, los talibanes se imponían como una amenaza a la libertad y a los derechos fundamentales de un pueblo, pero especialmente de sus mujeres y niñas. Sus castigos arcaicos y sus prohibiciones medievales asustaban no solo a la generación que creció en esa era del terror, sino más aún a la que había podido crecer libremente gracias a 20 años de presencia de los Estados Unidos. Y este temor motivaba a miles a jugarse la vida para montarse en cualquier avión que los sacara de su tierra.

“No hemos acabado con ustedes”, le dijo el presidente Joe Biden al Estado Islámico en su discurso la semana pasada. El grupo se adjudicó el atentado terrorista en el aeropuerto de Kabul. | Foto: Copyright 2021 The Associated Press. All rights reserved

No era usual, sin embargo, asociar el Estado Islámico a Afganistán, pero hoy son una realidad indivisible. Probablemente no hay en tiempos recientes un grupo que registre más su crueldad y una estrategia propagandística más sangrienta que ellos. Hace unos años, las imágenes de hombres vestidos con overol naranja que decapitaban a quienes simplemente pensaban distinto estremecían al mundo. Eran los tiempos de las guerras en Siria e Irak, y el Estado Islámico daba golpes de este estilo ante las cámaras que difundían masivamente por internet.

El grupo se adjudicó los ataques en Afganistán de la última semana y, con eso, volteó aún más el ajedrez de Estados Unidos en esa región. El Estado Islámico es un grupo terrorista y fundamentalista que sigue el yihadismo, una interpretación muy radical del islam. Su origen data del año 2003, en respuesta de la intervención de Estados Unidos en Irak, pero su fortalecimiento se dio en 2014, cuando participó en la guerra civil en Siria y se independizó de Al Qaeda, con el que tenía un vínculo desde su origen. Sus miembros son fuertemente antioccidentales y han dicho que su sueño es izar su bandera en Jerusalén y en la Casa Blanca.

Lo que quisieran es lograr controlar a todo el mundo árabe e imponer el islam más radical. Y por eso, otros grupos extremistas como Boko Haram, en Nigeria, se han sumado a su causa. En ese mundo de los extremismos causan fascinación y, por eso, cuentan con un elemento inquietante: miles de jóvenes dispuestos a suicidarse por cumplir una misión. Muchos de ellos son simpatizantes incrustados en el corazón de la Europa más liberal y moderna, incluidas decenas de jovencitas que quieren sumarse a los califatos, aun en contra de perder sus derechos más esenciales.

Tras el atentado al aeropuerto de Kabul, los talibanes tendrán la misión de cuidar su país de los ataques del Isis-K. Foto: AP | Foto: Copyright 2021 The Associated Press. All rights reserved.

La crueldad es quizás su símbolo más característico, así como su amplificación entre las masas. Sus eventos más sanguinarios han sido vistos por millones de personas. El periodista japonés Kenji Goto y sus colegas norteamericanos James Foley y Steven Sotloff fueron decapitados. Un piloto jordano fue quemado vivo dentro de una jaula. Un grupo de 200 soldados sirios fueron obligados a caminar desnudos por el desierto y luego los ejecutaron. Lanzaron a ciudadanos iraquíes de lo alto de edificios por ser gais, ante una muchedumbre que fue alentada a lapidar a quienes quedaron vivos.

La rama que opera en Afganistán se le conoce como Isis-K y es una pata de este Estado Islámico que aterró al mundo hace unos años. La K es en alusión a Khorasan, la región histórica a la que le apuntan y que comprende el noreste de Irán, Afganistán, Pakistán y otras áreas de Asia Central. Fue fundada en 2015 y su jefe es el temible Shahab Al-Muhajir.

Paradójicamente, uno de sus enemigos son los talibanes, que acaban de ganar el poder en Afganistán. Mientras el mundo los considera sanguinarios, ellos los consideran debiluchos. “Isis no solo es ferozmente antioccidental, sino también enemigo jurado de los talibanes… pues los ha retratado como vendidos por firmar un acuerdo con Estados Unidos y cooperar con su retirada”, explica la revista The Economist. El semanario agrega que en esa rivalidad hay mucho más que ideología, pues existe una competencia feroz por los recursos, tanto humanos como económicos.

Los ataques al aeropuerto y la amenaza de más atentado dejan a una población angustiada y a un ejército talibán que tendrá que luchar contra el Isis-K. Foto: AP

Aunque la ONU calcula que solo tienen 1.500 combatientes en este país, después de alcanzar diez veces más en el pasado, se considera que este grupo es uno de los principales problemas que tendrán los talibanes ahora en su retoma del poder.

Los organismos de inteligencia advirtieron que Isis podría ser un factor muy desestabilizador en la retirada. “Cada día que estamos en tierra es otro día en el que sabemos que Isis-K está tratando de apuntar al aeropuerto y atacar tanto a las fuerzas estadounidenses y aliadas como a civiles inocentes”, había dicho Joe Biden. En gran parte, esa amenaza explica la atropellada y caótica salida de los norteamericanos de este país. No se esperaba menos que la planeación de un espectáculo sangriento en la retirada del Tío Sam, su archienemigo.

Los talibanes, por su parte, también la tienen difícil. Gran parte del poder y del crecimiento que ha tenido Isis-K se debe a la estrategia de presentarlos a ellos como unos vendidos a los Estados Unidos. El factor de desestabilización que tendrán que enfrentar puede ser enorme. Al final, la presencia de Isis solo complicará aún más la ya muy dramática situación del pueblo afgano. Y dejará ese territorio como un nido muy peligroso donde puede crecer el enemigo más potente que podría tener el Gobierno de Biden.