Muy pocos observadores conocen tan bien Cuba como Jon Lee Anderson, el cronista estrella de The New Yorker. En la década de los 90 se instaló en la isla y dedicó cinco años a escribir su extensa biografía de Ernesto Che Guevara. Desde entonces ha sido un asiduo visitante, y dedicó varios de sus aclamados reportajes de largo aliento a Fidel Castro y la Revolución Cubana. Habló con Semana.com sobre la muerte del máximo líder cubano y su relación con el mítico guerrillero argentino. Semana.com: ¿Que representa la muerte de Fidel Castro precisamente en este momento, con el poder traspasado a su hermano Raúl y mal que bien un deshielo con Estados Unidos? Jon Lee Anderson: Es hasta cierto punto irónico que muere en la víspera de la presidencia de Trump, que en su campaña prometió revertir las iniciativas de Obama con la isla. Y curiosamente Fidel tampoco estaba muy de acuerdo con la llegada de los gringos.  El hecho de que Fidel fallezca en esta coyuntura resulta paradójico. Todavía no podemos dimensionarlo, pero es interesante subrayar que el máximo líder de las izquierdas revolucionarias muere justo en momentos en que hay un aparente eclipse de la izquierda en América Latina y un auge de las derechas. Es el final de un ciclo histórico y estamos en el limbo antes del arranque del otro. Semana.com: Fidel murió nonagenario, en un evidente contraste con el otro gran rostro de la Revolución Cubana, Ernesto Che Guevara. J. L. A.: El Che murió joven, en el momento de máxima expresión de las nociones utópicas de los 60, que hasta cierto punto murieron con él. Si bien hubo gestas guerrilleras después, muy pocas llegaron al poder. Fidel en cambio resultó ser el Quijote, el que se vuelve anciano delante de los ojos, pero obstinadamente al mando de un país que logra consolidarse como revolucionario y socialista a pesar de todo. Aunque muchos lo subestimaron porque estaba anciano y fuera del ruedo en los últimos años, es ahora que se puede volver a calcular y valorar su propia dimensión. Y su dimensión histórica es muy grande, porque él mismo fue el gestor del Che, quien lo convenció de convertirse en revolucionario.  El gran ciclo de la vida de Fidel es algo casi sin precedentes, es la radiografía de un hombre enciclopédico en términos de su quehacer y su actuación en el escenario político mundial de las últimas seis, siete décadas. Semana.com: remontémonos al pasado, ¿cómo surge la química entre Ernesto Che Guevara y Fidel Castro? J. L. A.: Se conocieron en el 55 a través del hermano Raúl, en la ciudad de México, en el momento en que Fidel es amnistiado por el dictador Batista después de haber sido encarcelado dos años por su intentona del cuartel de Moncada. En ese lapso, Raúl y otros miembros de su movimiento 26 de julio habían promovido una red de solidaridad en el exilio. El joven Ernesto Guevara, estudiante médico, lector reciente pero ávido de Marx, había llegado a México frustrado por su experiencia en Guatemala. Ahí, como otros jóvenes izquierdistas de todo el hemisferio, esperaba ser absorbido por la primera revolución socialista de América Latina, la de Jacobo Arbenz, pero todo se derrumbó. Un régimen de ultraderecha tomó el poder y Ernesto huyó a México. Se juntaron una noche y Fidel convence al joven Guevara de la justicia de su misión y le invita a unirse como médico expedicionario. La personalidad de Fidel lo arroyó. Guevara ya estaba convencido de que en América Latina había un gran mal, el capitalismo: injusto, desigual, feudal. Y que las políticas capitalistas de la época, que no eran nada bonitas, eran el veneno, la causa de los males endémicos que hacían de los latinoamericanos pobres de entonces una suerte de subespecie: malnutridos, pequeños, poco longevos....Él estaba convencido de que la única solución era una revolución radical. Y buscaba un hombre fuerte. Pensaba en ir a París. Si no hubiera aparecido Fidel, quien sabe, a lo mejor hubiera terminado como un argentino más paseándose por Europa y escribiendo poesía. Semana.com: ¿Qué vio Fidel en él? J. L. A.: Un joven con un carisma especial. No es extrovertido. No es político, ni táctico, ni diplomático. Es radical, pero con un buen cerebro. Es visionario, arrojado, temerario. Muy pronto Fidel va descubriendo que no siente miedo. Notaba que este chico culto, muy leído, estaría dispuesto a unirse. Quería consagrarse en una especie de misión internacionalista. Fidel también. Antes de Moncada, en su propio país, se había unido a una expedición frustrada contra Trujillo en la República Dominicana. Había una mística y una tradición de latinoamericanismo en la región. Y ellos, muy leídos, devoradores de las biografías y hazañas de los grandes, desde San Martín y Bolívar hasta Martí, querían verse recreando estas grandes gestas latinoamericanas. Es uno de estos encuentros geniales, o para otros diabólicos, que ocurren una vez en la historia. Semana.com: Al comienzo, Fidel se declaraba anticomunista mientras Raúl y el Che eran abiertamente comunistas. J. L. A.:  Fidel, el líder, muy cubano, muy seductor, capaz de mentir sobre cualquier cosa para cumplir su propósito, estaba dispuesto a mantener un poco camufladas sus intenciones mientras que el Che a cañón limpio se lo decía a todos. Semana.com: ¿El Che influyó en el camino que Fidel decidió para su revolución? J. L. A.: Sí, sobre todo en la sierra. Hasta el desembarco del Granma todos estaban formándose, buscando dinero, aliados, armas, barco... las cosas logísticas. Era algo muy precario. Finalmente se van a Cuba y los masacran. De 82 expedicionarios quedan 17. Más allá de la sierra, había vínculos de Fidel y la red urbana de los jóvenes, los universitarios, de los grupos burgueses que estaban en contra de la dictadura y demás. Era un momento álgido en Cuba. Llegó Fidel y se apoderó de todo. Lo hizo a través de dos años de combates contra el ejército, pero también de confabulaciones, alianzas tácticas y rupturas con otros grupos. En la sierra, el Che abogó y convenció a Fidel en un momento de forjar una unión clandestina con el partido comunista, que tenía una red en toda la isla y les ayudó a bajar de las montañas e infiltrar los ingenios azucareros, las plantaciones, ciudades y universidades.  Semana.com: ¿El Che no compartía el lema soviético de coexistencia pacífica con Estados Unidos? J. L. A.: El Che le servía a Fidel. Podía ser el malo de la película. En el fondo confabulaban. El Che no hacía nada que Fidel no supiera, nunca ostentaba el poder en Cuba, ni mucho menos. Era el internacionalista, un amigo, un hermano adoptivo, pero nunca quiso serruchar el piso de Fidel, sino ayudar a crear condiciones. Y Fidel entonces podía portarse bien con los soviéticos y si protestaban por las cosas que decía el Che podía negarlo, o decir ‘tu sabes como es el Che’. Semana.com: ¿el Che se estaba convirtiendo en un personaje incómodo para Fidel en La Habana? J. L. A.: Son especulaciones. Los soviéticos venían a quejarse con Fidel, pero la realidad queda un poco en el medio. El Che estaba harto. Se estaba aburguesando. La coyuntura en el mundo abría la posibilidad de intentar liberar Argentina, que era su destino final. El hartazgo coincide con un cambio de la correlación de fuerzas en África y abre un abanico de posibilidades. Por eso eligió el Congo. Era el corazón de África y ofrecía una posibilidad. Y claro, se truncó antes de tiempo y por eso se tuvo que ir a Bolivia también antes de tiempo. Sí, era incómodo, pero tenía la intención de irse. Semana.com: ¿La idea de  exportar la revolución era más del Che que de Fidel? J. L. A.: Sí. Aunque Fidel no pierde ninguna oportunidad. Y si el Che logra, por ejemplo, armar la revolución en Argentina, ¡imagínate! una especie de Estados Unidos del sur, con agricultura que podía alimentar un continente, con infraestructura, grandes puertos, industria, exportación de carne, automóviles...si él hubiera logrado conquistarlo y hacer un estado fraternal con Cuba hubiera sido la salvación. Fidel ya no necesitaría a los soviéticos. Semana.com: En un pasaje, cuando está en África, el Che se ve desesperanzado por que la lucha no salió bien  y reconoce en sus notas que no tiene el liderazgo de Fidel  J. L. A.: Él no era tonto. Él perdió mucho del respeto de los cubanos en el Congo. Prácticamente había un motín en contra del Che. Él, empecinado, quería seguir. Al final hace una especie de mea culpa porque reconoce que no supo llevar ese grupo de hombres. Si bien en la sierra tenía un Fidel, había una estructura, en el Congo él era la estructura y no daba abasto. Lo que decía en el mea culpa es cierto. Él necesitaba de Fidel, como algunos podrían decir que, teóricamente, Fidel necesitaba del Che. Semana.com: Hay quien dice que Fidel abandonó al Che en Bolivia J. L. A.: Fidel es el que plantea al Che irse a Bolivia, donde lo descubren antes de tiempo. Es prácticamente la repetición del Congo. Hubo compañeros que entendían que el Che estaba en aprietos y querían una operación para salvarlo. Fidel lo meditó y eventualmente decidió que no, que era una misión suicida. Si descubrían a otro grupo de cubanos entrando podía ser mucho peor. Fidel pensaba que ya no había nada que hacer y que a lo mejor podían sobrevivir. Semana.com: ¿cuál fue el papel del Che como figura mítica? J. L. A.: El Che ayuda mucho a la Revolución Cubana, incluso después de muerto, porque les da su primer y su máximo mártir. No solo internacionalmente reconocido, sino venerado de una forma inesperada. Eso naturalmente ayuda a la revolución porque coincide con su empantanamiento en los próximos veinte años. Los años 70 son olvidadizos en Cuba. Es el abrazo soviético. Recién en los 80 Fidel comienza su proceso de rectificación e inclusive rescata al Che como una figura de emulación y comienza a criticar a los soviéticos. El Che ofrece una cara atractiva a una revolución ya geriátrica. El Che siempre eterno, siempre joven, es el estandarte de que hubo un momento de la revolución cubana viril, joven, y lleno de ideales. Es un poco Dorían Grey. Hay quien dice que era un fracasado, pero eso no importa porque murió intentando cambiar el mundo. Y eso es mítico. Semana.com: ¿Y cual será ahora el papel de Fidel como figura mítica? J. L. A.: Si el Che resultó ser en términos mitológicos como el Ícaro del socialismo radical del siglo XX, un símbolo del sacrificio, la austeridad, de ir hacía el sol y quemarse las alas en una gesta de epopeyas heroicas, Fidel resulta ser el patriarca. El patriarca de todas estas gestas utópicas.  El patriarca de una revolución que si bien hace aguas hoy en día, ha logrado consolidarse y preservarse a través de las décadas ya bajo el mando de Raúl. Y si bien con un revés en términos económicos, hay que reconocer que Cuba es de los países del hemisferio occidental el más seguro, con loables índices en salud pública y educación. Cosas que justamente todavía están más allá del alcance de la mayoría de las sociedades latinoamericanas. Entonces la gran paradoja, que es parte del legado de Fidel, es si para lograr estas cosas que él siempre reivindicó como derechos humanos hay que sacrificar los otros derechos humanos, como la libertad de expresión política, que no existe en Cuba. Hay que reconocerle los méritos donde los hay, al mismo tiempo que hay que medirlo con sus luces y sombras por lo que fue.