Donald Trump tiene el agua hasta el cuello. Los explosivos testimonios de su embajador ante la Unión Europea y hombre de confianza, Gordon Sondland, y de su ex asesora de Seguridad Nacional, experta en Rusia y asuntos europeos Fiona Hill tienen la capacidad de detonar un huracán político de consecuencias, todavía, imprevisibles. Durante la fase de las audiencias a puerta cerrada, Sondland había defendido a Trump, aunque luego rectificó tras “recordar detalles”. Y el miércoles soltó una bomba cuando dijo sin tapujos: “Sé que los miembros de este comité han tratado de entender este asunto complejo en una pregunta simple: ¿hubo ‘quid pro quo’ (intercambio de favores)? En lo que se refiere a la llamada de la Casa Blanca y la reunión en la Casa Blanca, la respuesta es sí”.
A estas alturas, es incuestionable que el presidente de Estados Unidos utilizó la política exterior de su país para favorecer el interés personal de su reelección. Sondland, hotelero que donó más de un millón de dólares a la campaña de Trump y obtuvo su cargo a cambio, dijo todo lo que la Casa Blanca no quería escuchar. Así, amplió el panorama del modus operandi de la conspiración con la que Trump presionó a su colega de Ucrania, Volodímir Zelenski, para que investigara a su rival político, el precandidato presidencial demócrata Joe Biden. Y demostró cómo el mandatario torció la maquinaria política estadounidense en función de su candidatura. Algo sin precedentes en la democracia estadounidense. El de Sondland era, quizá, el testimonio que el público anticipaba con mayor expectativa. Pero la realidad sobrepasó lo esperado, y marcó un antes y un después en el proceso de impeachment, o juicio político, que puede terminar con la destitución del presidente estadounidense.
Sondland explicó que él y otros funcionarios trabajaron con el abogado personal de Trump, Rudy Giuliani, “por orden expresa del presidente de Estados Unidos”. Pero ahí no termina el escándalo, pues el embajador también reveló que los caprichos políticos de Trump permearon el círculo presidencial, y para confirmarlo entregó correos electrónicos que lo demuestran. El vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el ex asesor de seguridad nacional John Bolton participaron activamente en el canal irregular del Ucraniagate, ya que la estrategia “no era ningún secreto”. Según Sondland, asuntos de Estado no pasaron por el conducto regular, es decir, por el Departamento de Estado, sino por el abogado del presidente. A pesar de que ninguno quería trabajar con Giuliani, “Jugamos con las cartas que nos repartió”, dijo el embajador.
Pero ¿por qué Sondland marcó un punto de inflexión en el impeachment? En primer lugar, por su cercanía personal con Trump (aunque este ahora intente desligarse y diga, como de otros funcionarios que han testificado, “que no lo conoce”). Como escribió en una columna Neal K. Katyal, procurador general durante el Gobierno de Obama, “Sondland debía ser el tipo de Trump, ese al que el magnate tantas veces señaló en el pasado para exonerarlo”. Pero el meollo del asunto radica en que es el primer testigo que tuvo contacto directo con Trump sobre la trama ucraniana. Como él mismo confesó en la audiencia del miércoles, fue un actor clave en las presiones al Gobierno de Zelenski. Para los demócratas la declaración de Sondland despejó cualquier duda. ¿Pero será suficiente para mover a la opinión pública? Nadie lo sabe aún. Como le dijo a SEMANA John Tirman, profesor del MIT, esto solo “tendrá un impacto en aquellos que han estado en contra de la destitución si se dan cuenta de que esta evidencia es convincente, precisa e importante.”
Gordon Sondland, embajador de Estados Unidos en Ucrania, nombrado a dedo por Trump, se le torció. En todo caso, la línea de defensa de Trump y sus seguidores cada vez enfrenta más problemas de credibilidad. Otros, como Peter Baker, columnista de The New York Times, creen que el testimonio de Sondland reorientó el debate, pues “señaló que el ‘quid pro quo’ hace referencia a dos cosas separadas. La primera, si condicionaron la reunión de la Casa Blanca que tanto deseaba Zelenski a que este hiciera las investigaciones. La segunda, si condicionaron los cientos de millones de ayuda militar por el mismo motivo”.
Sondland, quien recuerda lo que le conviene, confirmó lo relacionado con la visita por medio de mensajes de texto publicados hace algunas semanas. Sobre el congelamiento de la ayuda militar no mostró pruebas, pero sí lo dio por hecho. La mejor defensa es el ataque Sondland aclaró que, aunque Trump pidió las investigaciones, nunca le dijo explícitamente que la ayuda militar estaba condicionada a estas. Pero esta nimiedad conceptual ha sido suficiente para que los republicanos rechacen las pruebas contundentes, que desde que comenzó la fase de audiencias públicas solo han reafirmado que sí hubo un canal irregular para manejar la política exterior de Estados Unidos con Ucrania. Pero como le dijo a SEMANA Andrew Bacevich, profesor de la Universidad de Boston, “Es improbable que lo dicho por Sondland afecte la percepción de los votantes republicanos. Ellos le creen a Trump que el ‘impeachment’ es una cacería de brujas. Que cambien de parecer va a requerir mucho más que eso”. ¿Watergate 2.0? Muchos apodaron a Sondland “el nuevo John Dean”, en referencia a la pieza clave en la caída de Richard Nixon. En su crucial testimonio de 1973, Dean, entonces asesor de la Casa Blanca, confirmó que Nixon sabía sobre el encubrimiento del escándalo de Watergate (espionaje a una sede del Partido Demócrata) y sospechaba que había cintas que lo probaban. Eso desencadenó la renuncia de Nixon, pues había tanta evidencia en su contra que el impeachment terminaría por destruirlo. Aunque es improbable que los republicanos se le volteen a Trump, las similitudes en ambos casos ponen el reflector sobre la gravedad del asunto, pues un escenario paralelo sí acabó por tumbar a un presidente. Tanto Sondland como Dean son insiders, y figuras centrales de la trama, y ambos soltaron revelaciones explosivas que los implicaron directamente. Dean lo hizo cuando contó sobre una reunión en la que instó a Nixon, sin éxito, a detener el encubrimiento y confesar lo que había hecho. Pero muchos afirman que el testimonio de Sondland es aún más contundente, pues habla de un plan deliberado que pone en riesgo a un aliado estratégico y a la seguridad nacional de Estados Unidos.
A pesar de las similitudes, los escándalos tienen desarrollos distintos. Como escribió Ian Millhiser, columnista de Vox, “En últimas, el testimonio de Dean resultó significativo no porque haya acusado al presidente, sino porque especuló, correctamente, como resultado, que Nixon pudo haber registrado pruebas condenatorias contra él mismo. Sondland, por el contrario, confirmó en gran medida los hechos que ya sabíamos: que Trump buscó un acuerdo ‘quid pro quo’ con Ucrania para socavar a un rival político”.
Esto dijo la doctora Fiona Hill a Sondland, cuando se dio cuenta de las irregularidades en las que estaba metido. El golpe final Esta etapa del impeachment terminó con un duro golpe a Trump. Fiona Hill, quien fue su principal asesora en Rusia y ha trabajado con republicanos y demócratas, dio el testimonio más meticuloso de todo el proceso, y con ello ayudó a articular las piezas del caso. Sondland hizo el pase y Hill remató. “Él estaba implicado en una diligencia de política doméstica, y nosotros estábamos implicados en una decisión de política exterior y seguridad nacional; y esas dos cosas comenzaron a divergir”. Hill, quien dirigió durante años el prestigioso think tank Brookings Institution y escribió un libro sobre Vladímir Putin, confirmó que el Ucraniagate no es un hecho aislado, sino un patrón sistemático de la política de Trump.
Pero el golpe más duro llegó cuando Hill descartó la teoría conspirativa, que ahora esgrimen los republicanos, de que Ucrania, y no Rusia, intervino en las elecciones de 2016. Dijo que esa “ficción fue construida por Moscú en otro intento de Putin de dañar el prestigio estadounidense”. Así, mató dos pájaros de un tiro, y demostró que en ambos casos Trump ha jugado descuidadamente con la política exterior (y con la democracia) de su país. Ahora, la pregunta es si los demócratas por fin serán capaces de movilizar a la opinión pública, y si los republicanos seguirán intentando tapar el sol con las manos.