Kamala Harris sonríe y el salón se ilumina. La recién anunciada compañera de fórmula de Joe Biden complementa muy bien, con su fuerte presencia escénica, la apariencia bonachona del septuagenario rival demócrata de Donald Trump. Así lo demostró cuando se presentaron el miércoles por primera vez como equipo ante un auditorio de Wilmington, Delaware. Los presentes sabían muy bien que observaban un hecho histórico. Tenían ante ellos a la figura que podría convertirse en el futuro en la primera mujer presidenta de Estados Unidos, afroamericana por añadidura. Algunos candidatos presidenciales gringos han escogido a sus running mates como carnada para atraer votantes, aunque no tuvieran la estatura para asumir el cargo. Por ese expediente un personaje como Dan Quayle pudo haber sido presidente al acompañar a George H. W. Bush en 1988, y Sarah Palin estuvo cerca con John McCain en 2008. 

Algunos candidatos han escogido a sus compañeros como carnada para atraer votantes, aunque no tuvieran la estatura para el cargo. Fue el caso de Dan Quayle (foto) junto a George H. W. Bush en 1988, y de Sarah Palin con John McCain en 2008. Pero Biden, de 77 años, había dicho desde el primer momento que escogería no solo a una figura representativa, sino a alguien con la estatura para asumir la presidencia en cualquier momento. Por su edad, muchos piensan que solo aspirará a un mandato, con lo cual la responsabilidad de extenderlo quedaría en manos de Harris. Mirada de ese modo, se trata de una nominación presidencial anticipada en cuatro años. 

Kamala Harris, quien cumplirá 56 años el 20 de octubre, nació en Oakland, California, y es hija de la inmigración por partida doble. Su padre, Donald Harris, nació en Jamaica y se fue a Estados Unidos en 1961 para estudiar un posgrado en economía en la Universidad de California en Berkeley. Su madre, Shyamala Gopalan, llegó un año después desde Chennai, India. Es una especialista en cáncer de mama, de ascendencia tamil e hija de un diplomático. Cuando la hoy senadora tenía 7 años, sus padres se separaron y la madre se llevó a Kamala y a su hermana, Maya, a Montreal, Canadá, donde sería investigadora del Hospital General Judío y profesora en la Universidad McGill. Kamala estudió en una escuela de lengua francesa, cantó en un coro bautista y creó un grupo de danza en su adolescencia antes de irse en 1981 a estudiar ciencia política y economía en la Universidad de Howard, en Washington D. C. Ocho años después optó por un doctorado en derecho en la Universidad de California-Hastings.  Ese sería el preámbulo de una carrera destacada como fiscal. Primero, en el condado de Alameda –su natal Oakland–; luego, fiscal de distrito en San Francisco; más tarde, para convertirse en la primera mujer, y además afroamericana, fiscal del estado de California. A su paso por estos cargos hasta 2017 creó un programa de rehabilitación de presos replicado en el estado; logró un acuerdo multimillonario a favor de las víctimas de la crisis hipotecaria, lo que le dio mucha popularidad entre los afroamericanos; respaldó el matrimonio igualitario; mantuvo la cobertura en salud a bajo precio; y combatió a pandillas que traficaban drogas, armas y personas en la frontera. 

A los 50 años se casó con Doug Emhoff, un abogado con dos hijos ya adultos, Ella y Cole. Esa carrera de más de 25 años en la Justicia catapultó a Harris hasta Washington, esta vez como senadora por su estado, la segunda afroamericana de la historia. Allí la han oído en comités de seguridad nacional, inteligencia y justicia, sus áreas de experiencia, así como en las sesiones en las que definen el presupuesto y los impuestos. Durante este primer periodo ganó simpatizantes por apoyar leyes para aumentar los salarios de los trabajadores, ampliar la asistencia médica como un derecho para todos y dar acceso al cuidado infantil a padres que trabajan. También ha sido una voz muy crítica de Donald Trump. Lo ha atacado por separar familias de inmigrantes, al igual que por dejar que la clase media se ahogue en deudas, mientras que las grandes corporaciones se llenan los bolsillos sin pagar más impuestos. Cuando decidió lanzar su campaña presidencial el 21 de enero de 2019, día de Martin Luther King Jr., en Oakland, dijo ante 20.000 personas: “Digamos una verdad incómoda: el racismo, la homofobia, el sexismo son reales en este país. Y son formas de odio antiguas con nuevo combustible. Y hay que decirlo, para poder lidiar con ello”. 

Joe Biden presentó a Kamala Harris el miércoles ante un auditorio de Wilmington. La fórmula Biden-Harris parece tener las mayores posibilidades para ganar. En ese encuentro recordó que a dos cuadras del lugar donde estaban había dicho años atrás las palabras que definirían su carrera: “Kamala Harris, por el pueblo”. Y sostuvo esa frase de combate hasta finales del año pasado cuando se quedó sin recursos y adhirió a Biden, en el momento en que este iniciaba la remontada para vencer al más radical Bernie Sanders. 

Luego, Biden se comprometió a elegir a una mujer como compañera de fórmula, lo que puso a Harris en la lista. Las protestas que inundaron Estados Unidos tras la muerte de George Floyd a manos de un policía blanco en Minnesota subieron sus acciones. Biden empezó a recibir presiones para que esa mujer de su boleta electoral fuera también afroamericana. Así, poco a poco, una opción como la de la radical Elizabeth Warren, septuagenaria y blanca, se fue diluyendo. Otra candidata afroamericana, Susan Rice, con experiencia en el Gobierno como asesora de Seguridad Nacional, perdió posibilidades por desconocida y por falta de rodaje en la política. Y hubo otras figuras con hojas de vida interesantes, pero sin una imagen tan nacional como Kamala Harris. Así que la californiana ganó por tenerlo casi todo: reconocimiento como voz de las minorías, un discurso progresista, votos en un estado clave, experiencia de gobierno en temas de seguridad y justicia, recorrido en la burbuja política de Washington y una carrera pública meritoria. Asimismo, está, aparentemente, exenta de pecados graves conocidos. 

Hoy los analistas se preguntan qué tanto influirá la presencia de Harris en el desempeño de la fórmula demócrata. Kamala se sitúa a la izquierda de su jefe, aunque no tanto como otras opcionadas como Warren o Karen Bass, por lo que se esperaba que los sectores demócratas más radicales la rechazaran. Pero, tras el anuncio de Biden el miércoles, quedó claro que le perdonarán haber sido demasiado conciliadora con los abusos policiales a su paso como fiscal de California. Y poco después del anuncio de Biden, Donald Trump, con su reconocida arrogancia, no tuvo inconveniente en lanzar una andanada de insultos de toda clase, en los que dijo que Harris es una mujer repugnante. Cuando afirmó que, en contraste, las amas de casa sí votarían por él, se hizo un auténtico harakiri ante un grupo poblacional que le podría cobrar caro su costumbre de estereotipar a las mujeres. 

Poco después del anuncio, Donald Trump no tuvo inconveniente en lanzar una andanada de insultos de toda clase contra Harris. Y los periodistas de Fox News comenzaron a ridiculizarla. Pero no hay que equivocarse. Como demostraron de inmediato los periodistas de Fox News, en los casi tres meses para las elecciones los seguidores de Trump se encargarán de ridiculizarla, burlarse de su nombre y su origen racial, buscarle pecados y aprovechar cualquier resbalón para atacarla. No obstante, hoy por hoy, la fórmula Biden-Harris parece tener las mayores posibilidades para ganar, en medio del malestar social por los hechos racistas, la crisis económica y el drama social de la pandemia. Algunas encuestas le dan más de 15 por ciento de ventaja. Si las urnas ratifican ese favoritismo, habrá nacido una nueva estrella. Por supuesto, no Biden, que llegaría más bien a un remate dorado de su carrera, sino Kamala Harris, que quedaría proyectada para ser la primera presidenta –y, además, afroamericana– de Estados Unidos. Los espectadores del miércoles en Wilmington habrían presenciado un momento histórico.