The Economist, la publicación más emblemática en la defensa de las causas liberales del mundo, entrega un pronóstico desgarrador: “Algo ha ido muy mal con el liberalismo occidental”. En su más reciente portada, el prestigioso semanario inglés asegura que el mundo liberal sufre varios males. “Egoísta, decadente e inestable” a los ojos de los chinos, y “elitista y privilegiado”, a los de la derecha.
El semanario asegura que “el liberalismo clásico cree que el progreso humano se logra mediante el debate y la reforma. La mejor manera de navegar por un cambio disruptivo en un mundo dividido es a través de un compromiso universal con la dignidad individual, los mercados abiertos y el gobierno limitado”.
La publicación agrega que durante los últimos 250 años ese liberalismo ha contribuido a lograr un progreso sin precedentes, pero que “está pasando por una prueba severa, como lo hizo hace un siglo, cuando los cánceres del bolchevismo y el fascismo comenzaron a corroer la Europa liberal desde adentro. Es hora de que los liberales comprendan a qué se enfrentan y se defiendan”.
Los ejemplos abundan y el más latente lo vive Estados Unidos, a juicio de la publicación, en uno de los asuntos que había sido resuelto hace décadas: el aborto. A pesar de que fue autorizado desde la década de los setenta en la icónica sentencia de Roy versus Wade, hoy se trata de uno de los temas más álgidos de la política estadounidense.
La Corte Suprema de Estados Unidos se negó este miércoles a suspender una ley de Texas que prohíbe interrumpir el embarazo después de las seis semanas, incluso en caso de violación o incesto. Su decisión fue aprobada por cinco magistrados sobre un total de nueve. Tres de los jueces fueron elegidos por el expresidente Donald Trump, justo por su oposición al aborto.
“Los republicanos habían prometido que terminarían con Roe vs. Wade y lo han logrado”, reaccionó en Twitter la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, refiriéndose a la emblemática decisión de la Corte Suprema de 1973. The Economist advierte que la Corte Suprema, otrora defensora de estos derechos, se negó a derogar esa ley “draconiana y extraña”.
Para la publicación, “la amenaza más peligrosa en el hogar espiritual del liberalismo proviene de la derecha trumpista” que dejó en la primera potencia del mundo la idea de que todo lo que no se resuelve por las ideas, se debería resolver por la fuerza.
Asegura que la “izquierda no liberal” es quizás una de las mayores amenazas al liberalismo clásico. “Describimos esta semana cómo un nuevo estilo de política se ha extendido recientemente desde los departamentos universitarios de élite. A medida que los jóvenes graduados han aceptado trabajos en los medios de comunicación de lujo y en la política, los negocios y la educación, han traído consigo el horror de sentirse “inseguros” y una agenda obsesionada con una visión estrecha de obtener justicia para los grupos de identidad oprimidos”, señala la publicación.
En ese sentido, crítica la tácticas de ese grupo de poder de querer cancelar a quienes piensan diferente. “Superficialmente, la izquierda antiliberal y los liberales clásicos como The Economist quieren muchas de las mismas cosas. Ambos creen que las personas deberían poder prosperar independientemente de su sexualidad o raza. Comparten una sospecha de autoridad e intereses arraigados. Creen en la conveniencia del cambio. Sin embargo, los liberales clásicos y los progresistas antiliberales difícilmente podrían estar más en desacuerdo sobre cómo lograr estas cosas”.
Esos caminos jamás podrán comulgar y finalmente le están haciendo daño al estado liberal. Mientras los liberales clásicos respetan profundamente el sistema de separación de poderes, en la izquierda antiliberal son ellos el centro del poder y los únicos que pueden garantizar el progreso. Por eso, los primeros creen en la libre competencia y en el debate para establecer las prioridades sociales, mientras los segundos desconfían de ese debate de las ideas pues creen que está manipulado e imponen sus condiciones incluso en el mercado.
Así, realmente, a pesar de que se vendan como si fueran el mismo grupo ideológico, no solo son opuestos, sino que se hacen un terrible daño. “Los progresistas de la vieja escuela siguen siendo campeones de la libertad de expresión. Pero los progresistas iliberales piensan que la equidad requiere inclinarse contra los privilegiados y reaccionarios”, asegura la publicación.
Lo primero es que la izquierda busca cercenar la libertad de expresión de quienes consideran privilegiados y satanizar a quienes están en la cima de la pirámide. Economist recuera una frase de Milton Friedman, que dijo una vez que “la sociedad que antepone la igualdad a la libertad terminará sin ninguno de los dos”. Al final, la llamada izquierda liberal lo que busca es oprimir a un grupo con el que no está de acuerdo, lo cuál no es lejano, según Economist, a lo que hace la extrema derecha.
Así, para la publicación, no hay mucha diferencia entre un régimen como el de Hungría bajo Viktor Orban y el de Rusia bajo Vladimir Putin, con “utopías” como Cuba y Venezuela. “Cuando los populistas anteponen el partidismo a la verdad, sabotean el buen gobierno”, agrega el semanario.
El gran poder que ha adquirido esta izquierda y su enorme presencia en un mundo digital ha puesto al liberalismo clásico en jaque. “Una razón es que los populistas y los progresistas se retroalimentan patológicamente. El odio que cada bando siente por el otro enciende a sus propios partidarios, en beneficio de ambos. Criticar los excesos de su propia tribu parece una traición”, explica la publicación.
El liberalismo implica, para Economist, unos principios básicos como defender el derecho a hablar de sus oponentes, incluso cuando sepa que están equivocados; cuestionarse las creencias más profundas; proteger la libre empresa, creer que cada quien (incluidos los familiares de cada quien) debe avanzar por su propio mérito y aceptar la victoria de los enemigos en las urnas, “incluso si crees que arruinarán el país”. Y nada de esto cabe en la izquierda que se presenta como liberal.
Lo más grave, a juicio de The Economist, es que los liberales han minimizado el riesgo de esa amenaza. “Se consuelan con la idea de que el antiliberalismo más intolerante pertenece a una franja”. De ahí que la publicación advierta que, si quieren sobrevivir, “deben enfrentarse a los matones y canceladores. El liberalismo sigue siendo el mejor motor para un progreso equitativo. Los liberales deben tener el valor de decirlo”.