Desde hace años que el Gobierno del liberal Emmanuel Macron se volvió un sinónimo de protestas populares que paralizan a toda Francia. Es recordado por las manifestaciones de los ‘chalecos amarillos’ en 2018, que tuvieron al país en vilo durante semanas hasta que se logró un acuerdo nacional en el que la administración francesa terminó dando un paso hacia atrás.
Dicha protesta tuvo un origen que comparte con las actuales manifestaciones; una medida impopular del Gobierno. En ese momento fue una subida del precio de los combustibles y ahora la reforma pensional, que aumenta la edad de jubilación de 62 a 64 años. Pero los dos fenómenos sociales tienen una diferencia más grande: ahora Macron parece totalmente cerrado a cualquier opción que no sea llevar a cabo la reforma.
Las manifestaciones se vienen adelantando desde febrero, pero terminaron de volverse multitudinarias al ser aprobada la reforma en medio de peticiones de remoción del gabinete, fallidas mociones de censura al Gobierno y una oposición que rogaba al Ejecutivo que retirara el proyecto. Hoy el panorama es de cientos de miles de personas que salen cada día a manifestarse contra Macron, que logró la reelección hace menos de un año.
El mandatario, por su parte, intentó calmar las aguas de los manifestantes con una entrevista en televisión refiriéndose a las protestas. “Hay que respetar cuando son pacíficas, pero no cuando acuden a la extrema violencia”, declaró el mandatario, que de igual manera aseguró que escuchará a la gente mientras no bloqueen servicios esenciales como los suministros de combustibles, alimentos o recogida de basuras.
La reforma busca evitar un déficit en el sistema pensional para el futuro, pero el Gobierno propone pocas cosas para lograr acabar las protestas que inundan al país en busca de una ley distinta. “Esta reforma es necesaria. No me hace feliz. Hubiera preferido no hacerla”, agregó Macron en la misma entrevista, enfatizando que espera que la legislación entre en vigor antes de finalizar el año.
Todo le terminó saliendo al revés al mandatario francés, que lejos de poder hacer un esfuerzo para acabar con las manifestaciones callejeras, terminó echándole leña al fuego con sus declaraciones. Por esto, el día jueves hubo un total de más de 300 marchas distintas en todo el país, mientras se estima que asistieron alrededor de 3,5 millones de personas, tomándose lugares emblemáticos en toda la nación y paralizando el turismo, el transporte y, en general, toda actividad económica que se haga en Francia.
Los sindicatos, después de la masiva movilización del día jueves, anunciaron más marchas para la próxima semana, todo mientras Macron asegura que los disturbios de la ‘muchedumbre’ no tienen legitimidad sobre los representantes del pueblo. Asegura que escuchará las propuestas de la oposición y demás contrarios a su reforma, pero no parece probable que quiera cambiarle la naturaleza al texto en su esencia.
Mientras Macron piensa si dar la cara a la ciudadanía dando un paso hacia atrás o modificando la reforma, las calles francesas siguen siendo un caos para cualquiera que se atreva a pasar por allí. Cuando la noche se postra sobre la Torre Eiffel, las protestas, la basura acumulada, los enfrentamientos con la policía, gases lacrimógenos y contenedores se vuelven parte del paisaje cotidiano, todo mientras el presidente sigue de espaldas a las calles que piden más escucha y prontas soluciones a sus reclamos.