En medio del preocupante conflicto a raíz de la invasión a Ucrania por parte de Rusia, que completa casi un año y medio, ya es posible afirmar que el modo en que se está desarrollando marcará la hoja de ruta para futuros episodios bélicos que, muy a pesar de los deseos de muchos, serán inevitables.
Así lo advierte el prestigioso semanario británico The Economist, para el cual Ucrania, la mayor guerra europea desde la Segunda Guerra Mundial, ha sido una bofetada para aquellos que esperaban que las guerras del siglo XXI se caracterizaran por pocas bajas y campañas de contrainsurgencia.
Lo que se está viendo en esa confrontación, más bien, es un nuevo tipo de conflicto de alta intensidad, caracterizado por el acopio de tecnología de punta, consumo desmesurado de municiones y matanzas a gran escala.
El análisis, así mismo, prevé que los regímenes autocráticos están vigilando la conflagración en Europa Oriental, con el fin de sacar algún provecho en el futuro de la información recolectada. Algo nada nuevo, pues desde la época de la Guerra de Secesión americana, el Yom Kipur o Vietnam, los países han observado, incluso con enviados al lugar de los conflictos, para prepararse ante futuras guerras.
The Economist decanta tres lecciones de la guerra de Ucrania, las cuales ofrecen un panorama de las innovaciones que se verán de aquí a unos años cuando un país empuñe su mano contra otro.
La primera de ellas es que “el campo de batalla se está volviendo transparente”. Es decir, lo que antes se hacía con binoculares y mapas, ahora se logra con sensores integrados a satélites y flotas de drones. Con su ayuda, la frase “buscar una aguja en un pajar” se volverá obsoleta, al menos en los campos de batalla.
En plata blanca, los militares se guiarán cada vez más por el concepto de hipertransparencia, en virtud del cual las guerras del porvenir tendrán como gran eje el reconocimiento.
Quienes quieran triunfar, deberán acopiar la tecnología necesaria para reconocer al enemigo antes de que este lo haga con ellos.
Como la tecnología y las telecomunicaciones serán medios críticos para avanzar en una guerra, los contrincantes emprenderán agresiones en el campo de batalla o ciberataques, en aras de desactivar los sensores o dejar al enemigo sin medios para enviar sus datos.
Necesariamente, ello impondrá una modificación en el modo de comportarse en el teatro de las operaciones, es decir, otras maneras de dispersarse, moverse, ocultarse y confundir al enemigo mediante pistas falsas.
Para la publicación, un gran ejército que no se adapte a estas condiciones tecnológicas bien puede ser vencido por uno pequeño, pero que sí las haya implementado.
La segunda lección, prosiguió el semanario, es que, ahora que tanto se habla de racionalización de recursos y sostenibilidad, la guerra seguirá siendo una consumidora casi que insaciable de recursos humanos y materiales. En otras palabras, seguirá implicando una gran masa crítica de soldados, maquinaria y municiones.
Para la muestra, está fresco el testimonio de la guerra de Ucrania, país que pierde 10.000 drones al mes, en tanto que su contendora ha usado 10 millones de proyectiles en doce meses.
La tecnología y la creatividad saldrán al paso de estas necesidades. Recientemente, un militar estadounidense pronosticó que de aquí a diez o quince años, una tercera parte de las fuerzas armadas adelantadas serán robóticas.
Ello significa que se volverán cada vez más frecuentes los tanques que no necesitaran de una tripulación para llevar a cabo sus bombardeos y los aviones sin piloto para hacer lo propio en el aire.
Pero ello no será posible sin una capacidad industrial robusta para abastecer estas grandes necesidades en los momentos adecuados. Es un tema tan sensible, que será tratado en la reunión de la Otan del 11 y 12 de julio próximos.
La tercera enseñanza del conflicto de Ucrania señala que, en una guerra, las fronteras se volverán cada vez más amplias y difusas.
Ya no serán estrictamente el ejército de un país el que combata por su causa, sino que pueden tener la ayuda de pequeñas tropas profesionales ayudándoles-
El actual conflicto europeo también predice que los civiles se verán cada vez más absorbidos por las guerras venideras en calidad de participantes, sin pertenecer necesariamente al ejército. The Economist pone el ejemplo de cómo una abuela de un lugar alejado de Ucrania puede perfectamente guiar el fuego de artillería por medio de una aplicación en su celular.
Los civiles, así mismo, se verán también mayormente afectados por las contiendas, a juzgar por los 9.000 que han perdido la vida en las actuales batallas entre Rusia y Ucrania.
Otro testimonio de esos límites sobrepasados es que todos los recursos de que se vale el ejército ucraniano no son necesariamente originarios de ese país.
Empresas finlandesas los proveen de datos sobre objetivos, en tanto que las comunicaciones por satélites les llegan de Estados Unidos. Así mismo, su software para el campo de batalla tiene asiento en la nube de grandes firmas de tecnología del planeta.
“Una red de aliados, con diferentes niveles de compromiso, ha ayudado a abastecer a Ucrania y a hacer cumplir las sanciones y el embargo sobre el comercio ruso”, concluyó la revista.