Ucrania oriental ha entrado en una espiral de caos y destrucción, plagada de una retórica cada vez más guerrerista. Incluso cantar el himno nacional o viajar en un carro con placas de otra región pueden fácilmente generar respuestas violentas. A la luz de lo ocurrido en la última semana, cuando se multiplicaron las acciones de esos misteriosos hombres fuertemente armados que se toman los edificios públicos de la región, los acuerdos alcanzados el 17 de abril en Ginebra (Suiza) por Occidente, Ucrania y Rusia saltaron por los aires.En una semana la situación se ha deteriorado aceleradamente: ambas partes anunciaron varias víctimas mortales en sus filas, tres helicópteros ucranianos fueron abatidos por lanzagranadas antitanque, siete observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (Osce) fueron detenidos por rebeldes prorrusos (y presentados a la prensa como reos), el alcalde de Járkov (la principal ciudad de la región y la segunda más grande) recibió varios disparos que lo dejaron entre la vida y la muerte, y un candidato prorruso a las elecciones del próximo 25 de mayo retiró su candidatura por falta de garantías. Rebeldes prorrusos tomaron edificios oficiales en 14 ciudades del oriente de Ucrania, de las cuales dominan tres, entre ellas la capital de la región de Luhansk. A su vez, las calles de algunos centros urbanos se transforman en campos de enfrentamiento con víctimas mortales a punta de bates de béisbol y varillas. Consecuentemente, el presidente interino de Ucrania, Alexandr Turchínov, reconoció que las regiones de Donetsk y Luhansk están “fuera de control”, dijo que la ofensiva continuaba, les prohibió a las aerolíneas rusas viajar a la zona y anunció la reintroducción del servicio militar obligatorio.Entre tanto, Estados Unidos y la Unión Europea (UE) no han pasado de tomar dos tipos de medidas. Las primeras son de orden preventivo, concentradas en garantizar –con tropas y aviones de combate– la seguridad de los miembros de la Otan que antes pertenecieron al Pacto de Varsovia, en particular de Polonia y los tres Estados bálticos, que por contar con grandes minorías rusas sienten que encajan en los procedimientos de Putin. Las segundas son nuevas sanciones económicas que se suman a las que Occidente adoptó el 20 de marzo y constituyen el principal frente contra la estrategia de Moscú.Estas medidas estrechan aún más el cerco alrededor del círculo más próximo a Putin, y elevan el número de personas afectadas a 48 y el de empresas a 19. La lista publicada por Estados Unidos se concentra en individuos como el jefe de la petrolera estatal Rosneft, Igor I. Sechin, y el director del programa estatal de alta tecnología Rostec, Sergei Chemezov. Aunque el fundador del gigantesco Grupo Volga, Gennady Timchenko, y los oligarcas propietarios del banco SMP y del grupo SGM, los hermanos Boris y Arkadi Rotenbeberg (amigos de infancia de Putin), ya habían sido incluidos en los anteriores listados, las nuevas empresas castigadas son de su propiedad, lo que confirma el carácter personalista de las sanciones. “El propósito aparente de las actuales sanciones de Estados Unidos es ir tras la fortuna personal de Putin”, le dijo a esta revista el economista sueco Anders Åslund del Peterson Institute for International Economics (PIIE) y uno de los mayores expertos mundiales en Rusia. “Las 18 compañías sancionadas son aquellas en las que se sospecha que el presidente ruso tiene acciones ocultas, por lo que parecería que la intención de Estados Unidos es castigarlo a él y no a Rusia en su conjunto”. Por su parte, la Unión Europea (UE) amplió las sanciones a 15 dirigentes rusos y ucranianos vinculados al depuesto presidente Víctor Yanukovich, ante lo que el ministro británico de Asuntos Exteriores, William Hague se felicitó diciendo: “Rusia ya está pagando un elevado precio por sus actos”. Sin embargo, aunque en su conjunto el grupo castigado por Bruselas es mucho más amplio que el sancionado por Washington, no es claro el criterio empleado para formular la lista más allá de penalizar a los responsables de la anexión de Crimea a algunas figuras del Kremlin y a varios líderes prorrusos de Donetsk. Pese a las declaraciones de los altos funcionarios, el frente compuesto por Estados Unidos y la UE no es compacto, pues la determinación norteamericana contrasta con las reticencias y las ambigüedades del Viejo Continente. Eso se explica, en buena medida, en el tipo de relaciones que mantienen ambos con Rusia, pues nueve países de la UE dependen en más del 50 por ciento de las importaciones energéticas de Rusia. Eso explica que en Europa no sea bien recibida lo que algunos diplomáticos llaman la “‘sancionitis’ aguda” de Estados Unidos.“Aunque las sanciones relacionadas con los temas energéticos le causarían inmediatamente un ‘shock’ a Rusia, este a su vez afectaría y con iguales velocidad e intensidad a la UE”, le dijo a SEMANA el director del Instituto Pan-Europeo y profesor de Economía Rusa de la Universidad de Turku, Kari Liuhto. “En comparación, la dependencia de Estados Unidos es mínima”, agregó.¿Quiere eso decir que las sanciones aplicadas hasta la fecha son inútiles? Si la pregunta se refiere al ámbito económico, la respuesta es negativa, pues si las finanzas de Rusia estaban mal, desde la crisis en Ucrania han empeorado. En 2014, según Goldman Sachs han salido del gigante euroasiático 50.000 millones de dólares, el rublo se ha devaluado fuertemente y Standard & Poor’s ha rebajado a BBB- la calificación nacional, por lo que sus títulos de deuda podrían regresar al mercado de bonos basura, una categoría de la que salieron en 2005. A eso hay que agregar las oscuras previsiones de la agencia Bloomberg, que considera que este año la economía rusa apenas crecerá, si es que no entra en recesión. “Aunque las sanciones no tengan un efecto inmediato, en el largo plazo las consecuencias de la crisis ucraniana serán desastrosas para el crecimiento de Rusia”, dijo Liuhto.No obstante, si la pregunta se refiere a las consecuencias políticas, la respuesta es diametralmente opuesta, pues hasta la fecha nada indica que el Kremlin piense cambiar su manera de proceder. En primer lugar, porque las sanciones económicas son un arma defectuosa. “La historia ha mostrado que las sanciones tienen resultados bastante desiguales”, le dijo a esta revista Amanda Paul, analista del think tank European Policy Centre. “Cuando se le aplicaron sanciones globales y de gran alcance a Saddam Hussein por haber ocupado Kuwait, estas fracasaron en su intento de hacer que se retirara. En últimas, fue necesario desencadenar la operación Tormenta del Desierto. Además, por ahora parece muy improbable que se apliquen sanciones más severas, pues varios Estados miembro de la UE solo accederían a hacerlo si Rusia invade Ucrania, además de Crimea.”En segundo, porque los objetivos y los medios de Putin son tales, que es improbable que las medidas que hasta ahora ha adoptado Occidente cambien su estrategia. “En este momento, el presidente de Rusia está decidido a estropear las elecciones del 25 de mayo y a lentamente poner el este de Ucrania bajo su ala”, según le dijo a SEMANA el profesor Marvin Kalb de la Universidad de Harvard.Entonces, ¿qué tipo de medidas podrían hacer que Putin cambiara de política en su frontera con Europa? Para Kalb, el punto flaco de las sanciones que Occidente ha dirigido contra Putin es que estas son demasiado puntuales y no afectan las industrias básicas de Rusia. Sin embargo, agrega, “si las sanciones se incrementaran para incluir ramas enteras de la economía rusa, los efectos no solo se sentirían en ese país sino también en el resto del planeta”. Un riesgo que Estados Unidos y Europa no parecen estar dispuestos a correr para inclinar la balanza a favor de Ucrania. El juego está abierto.