Barack Obama le habló a su país durante un cuarto de hora. Su puesta en escena le daba un aire taciturno y grave. Pensada o no, correspondía perfectamente con su mensaje: Estados Unidos regresa a la guerra. Se refería al grupo extremista que se hace llamar Estado Islámico, el mismo que ha sembrado de terror y destrucción un área enorme entre Siria e Irak mientras amenaza a todos los que se interponen en su camino. Sin embargo, en su tono sombrío no usó la palabra ‘guerra’ para referirse a su intención de destruir a Estado Islámico con bombardeos aéreos en Siria. Se limitó por el contrario a llamarlo ‘esfuerzo’ y lo comparó con las operaciones que su gente ya viene adelantando contra Al Qaeda en Yemen, Pakistán y Somalia. Se trata de un esfuerzo que comienza por adaptar su gobierno –de corte pacifista y progresista– a un contexto mundial en el que el caos bélico y el retroceso cultural han marcado la parada durante los últimos meses. En efecto, Obama argumentó para justificar esa intervención el sadismo medieval con el que ese grupo tortura y asesina no solo a sus prisioneros, sino a civiles indefensos, y citó además los perturbadores casos de los periodistas James Foley y Steven Sotloff, que un militante de Estado Islámico decapitó frente a las cámaras con la frialdad de un psicópata de una película de horror. En el nuevo rumbo de la política exterior de Obama pesó con fuerza el cambio que ha registrado la opinión pública estadounidense en las últimas semanas. Según la encuesta publicada a principios de la semana pasada por el Washington Post y por la cadena ABC, más del 90 por ciento de los estadounidenses ve a Estado Islámico como una amenaza, el 71 por ciento apoya los ataques aéreos y casi el 60 por ciento está de acuerdo con armar a los kurdos, que hasta la fecha han sido los únicos capaces de contener el avance terrorista de Estado Islámico. Ese estado de cosas ayuda a entender por qué cayó tan mal hace unas semanas su frase según la cual no tenía un plan para enfrentarlo. Aunque Obama reconoció que sus organismos de inteligencia no habían detectado amenazas específicas contra Estados Unidos, el presidente se refirió al peligro latente de un grupo que ha demostrado su extrema violencia y que cuenta con miles de terroristas con pasaporte estadounidense que podrían regresar al país a hacer daño. Pocas nuecesEl discurso de Obama estuvo además precedido por un gran despliegue diplomático que incluyó la visita de su secretario de Estado, John Kerry, a Bagdad, en medio del esfuerzo por crear una amplia coalición internacional. Sin embargo, Obama fue bastante vago sobre puntos fundamentales como el presupuesto, el tamaño de la coalición que liderará, las funciones que asumirá cada uno de sus miembros, o de cómo evitará que la ofensiva beneficie al sanguinario dictador sirio Bashar Al Asad, uno de los mayores objetivos bélicos de Estado Islámico. Por lo pronto, Obama hizo énfasis en limitar la estrategia de Estados Unidos en la región a cuatro elementos: Atacar a Estado Islámico. no solo en Irak sino en Siria, brindar más apoyo a las fuerzas en tierra, aumentar los esfuerzos para prevenir nuevos ataques de Estado Islámico e incrementar la ayuda humanitaria. Sin embargo, como escribió el editor de Foreign Policy en su columna de opinión, “una lista no es una estrategia”. Sobre todo una en la que abundan las expresiones como 'incrementar', 'aumentar' o 'extender'. Por otro lado, Obama insistió en que no enviaría tropas de tierra a combatir, y que el grueso de los combates recaería sobre los aliados en la región. Al respecto surgieron graves desacuerdos sobre la conveniencia de entrenar y financiar –o incluso de simplemente dejar actuar– a grupos que en el pasado se han enfrentado a las tropas estadounidenses, como las milicias chiitas financiadas por Irán, o los miembros del Partido Nacionalista Kurdo (PKK por su sigla en inglés), considerados terroristas por el Departamento de Estado. Para Turquía, un aliado de gran importancia estratégica, esto sería inaceptable, pues el PKK podría usar las armas para lograr su proyecto de declarar la patria kurda en buena parte de su territorio. Por todo ello, hay quienes piensan que tarde o temprano Estados Unidos tendría que poner tropas en el campo de batalla. Como dijo la directora del Carnegie Middle East Center en el Líbano, Lina Khatib, “va a ser muy difícil para Washington no incrementar el nivel de su intervención en Siria e Irak cuando comience a intensificarse la campaña militar, que se espera dura hasta bien entrado el mandato del sucesor de Obama. Y por ese entonces, tanto la política interna de Estados Unidos como la situación en Oriente Medio podrían cambiar los cálculos actuales”.Por su parte, la coalición que mencionó Obama en su discurso – se habla de 40 países sin citar cuáles– es aún incierta, pues los aliados han expresado sobre todo apoyo político, y han ofrecido participar principalmente en el aspecto humanitario de la operación. Los países árabes, indispensables en la estrategia de Obama, dijeron vagamente el jueves en una reunión con Kerry que colaborarían “según proceda”, en una declaración que además no firmó Turquía (aunque su representante estuvo presente). De hecho, por fuera de Washington la prudencia ha sido la norma pues los potenciales aliados no solo temen las represalias de Estado Islámico, sino también las repercusiones de la intervención en el ya caótico equilibrio de poderes entre las potencias de la región. Katherine Wilkens, quien trabajó durante varios años como analista senior en el gobierno de Estados unidos, le dijo a SEMANA que “derrotar militarmente a Estado Islámico es un paso necesario pero no suficiente para estabilizar Siria e Irak, pues la guerra civil en esos países le abrió las puertas a una guerra abierta entre Arabia Saudita e Irán”. Aunque el mundo pueda saludar con alivio las buenas intenciones de Obama, lo cierto es que, aún sin quererlo, el presidente norteamericano está entrando en terrenos desconocidos.