Un profesor de la Universidad de New Hampshire, Frank McCann, escribió en 2018: “Hoy, conociendo las debilidades de los alemanes, ese escenario de un ataque alemán al Canal de Panamá suena a fantasía, pero en su momento parecía perfectamente viable”. En la guerra había que planificar pensando en lo peor y Brasil no tenía defensas antiaéreas ni otras fuerzas en la región del Nordeste. Nadie defendía esa costa.
El general George C. Marshall, que todavía no había sido secretario de Estado ni el autor del Plan Marshall que rescató las economías europeas después de la guerra ni había recibido por ende el Premio Nobel de la Paz fue uno de los militares que más se desvelaba ante la desprotección del Brasil. Estados Unidos no tenía fuerzas aéreas, navales o terrestres a mil millas de la región, sostenía Marshall, que en esa época era jefe del Estado Mayor. Marshall creía que Hitler podía ocupar ese territorio y entonces se requeriría un enorme esfuerzo de los aliados para desalojar a los alemanes. Por eso proponía que preventivamente fueran efectivos americanos los que ocuparan la zona.
Los americanos tenían un nombre para el Nordeste, la zona de Natal que más se acerca al África. La llamaban “The Bulge”, la protuberancia en el mapa de América del Sur. En 1940 el ejército americano financió la construcción de bases aéreas en esa región, pero para evitar suspicacias lo hizo a través de Pan American Airways, que con su subsidiaria Panair do Brasil, se encargó de construir lo que parecían ser pistas y aeropuertos civiles.
La protuberancia era de interés vital por otra razón. El Nordeste era un puente indispensable para la comunicación militar con Europa cuando se cerraba la ruta del Atlántico Norte durante el invierno. La base de Natal sirvió para el transporte de suministros militares a Europa, norte del Africa, India, China y la Unión Soviética.
No había sido fácil contar con el visto bueno del Gobierno de Brasil, aunque Getulio Vargas y su canciller Oswaldo Aranha simpatizaban con Estados Unidos. Aranha pensaba que el reconocimiento brasileño a Estados Unidos como potencia mundial se traduciría en apoyo de Estados Unidos a la hegemonía del Brasil en América del Sur. El Gobierno americano no solamente recibió apoyo de Pan American, sino del mismísimo Walt Disney, que viajó al Brasil y adoptó a José Carioca, un personaje creado por un caricaturista brasileño, y se valió del loro para que el público del país conociera al Pato Donald.
La preocupación en el War Department fue tal que la noche del 19 de junio de 1941 George C. Marshall y el secretario de Guerra, Henry Stimson, que pensaban enviarle una carta al presidente Franklin Delano Roosevelt, decidieron visitarlo en la Casa Blanca, aunque el presidente ya estaba en cama. O ya lo habían acostado en su cama, porque FDR era paralítico. No podía caminar, pues tuvo poliomielitis en una época en que no existía la vacuna, aunque en sus cuatro presidencias consecutivas los periodistas guardaron ese secreto y nunca lo divulgaron.
Había que actuar inmediatamente ante el Gobierno de Brasil debido a los triunfos militares alemanes en el norte de África, fue lo que Marshall y Stimson enfatizaron ante FDR. Esos triunfos podrían llevar a una ocupación del Nordeste. También en el Departamento de Estado había alarma.
El subsecretario Sumner Welles había cablegrafiado al embajador americano en Rio de Janeiro que cada vez era “más inminente” un ataque alemán contra el Hemisferio Occidental, bien en Natal o desde Islandia. Ese embajador se llamaba Jefferson Caffery. Diez años antes había sido el representante diplomático de Estados Unidos en Bogotá durante la guerra con el Perú, época en que se puso de parte del Gobierno del presidente Enrique Olaya Herrera y en contra del Perú. Sus años de experiencia en Brasil llevaron a Caffery a sostener que los brasileños se consideraban una categoría aparte del resto de América Latina y resentían que los pusieran en la misma jerarquía de los demás países latinoamericanos.
Welles sintetizó así el pensamiento oficial: “Los Estados Unidos nunca permitirán que el control de los mares, y particularmente del Atlántico, pase a manos de gobiernos que están decididos a conquistar y dominar el mundo.”
Los temores del general Marshall bajaron de punto tres días después de su visita nocturna a FDR. El 22 de junio de 1941 Hitler invadió la Unión Soviética. Pero el objetivo militar no cambió: había que contar con bases militares en Natal. Solamente que con la guerra declarada a Stalin había más tiempo para convencer a Getúlio Vargas.
Poco después de Pearl Harbor, Winston Churchill visitó la Casa Blanca. Acordó con Franklin Delano Roosevelt que era crucial mantener el funcionamiento del puente aéreo vía el Nordeste brasileño. A cambio Getulio Vargas pedía aviones, tanques, municiones, que Roosevelt prometía, pero se demoraba en entregar porque la producción bélica de los Estados Unidos estaba comprometida con su principal aliado, Gran Bretaña, y los Estados Unidos tardaron en entrar en plena economía de guerra. En 1939 el ejército americano apenas tenía 175.000 efectivos. Dos años después ya eran 1.500.000 y en 1943 alcanzaban la cifra de 8.000.000.
Tras el ataque a Pearl Harbor el presidente Vargas comunicó su solidaridad a Roosevelt y un mes después firmó el decreto legalizando la base aérea de Natal. Con el tiempo llegó a ser la principal base de la fuerza aérea norteamericana en el extranjero. Estados Unidos se comprometió a entregar 200 millones de dólares en equipo militar y armamentos a Brasil. Vargas hizo saber que a Brasil no lo podían tratar como si fuera un pequeño país centroamericano. Hacia el futuro, la posición de Vargas fue un primer paso para convertir a su país en la principal potencia militar latinoamericana.