Cuando Benedicto XVI llegue a Cuba el lunes 26 de marzo, muchos recordarán la visita de Juan Pablo II en 1998, cuando el mundo creyó que detrás de las libertades religiosas vendrían transformaciones políticas en la Isla. Pero pocas cosas cambiaron. Como su antecesor, el sumo pontífice se encuentra con un régimen que promete cambiar, luego de un año de históricas reformas económicas que buscan garantizar la continuidad del socialismo, el desarrollo económico y la elevación del nivel de vida de la población. Los ajustes dejan entrever avances que hasta hace muy poco eran impensables, pero son tan tímidos que puede que el papa no los note. ¿Cuál es la Cuba que encontrará? Entre las reformas más populares está la apertura a la inversión extranjera y que hoy los cubanos pueden comprar y vender la casa y el carro. Esto, aunque parece novedoso, solo le dio un marco legal a unas prácticas que vienen de tiempo atrás. Por ejemplo, antes de la autorización, la compraventa estaba disfrazada de permuta. Así, alguien podía cambiar una habitación pequeña en los suburbios por una casa en la zona céntrica y, de forma oculta, pagar la diferencia con dinero. De igual manera, la legalización de la inversión extranjera transparenta el proceso de envío de remesas hacia los habitantes de la Isla, lo que permite ampliar la demanda de ciertos productos en el mercado. Amparados por la ley, los cubanos hoy hablan abiertamente de adquirir propiedades o de lucrarse con la venta de algún artículo. Además, las nuevas libertades económicas en Cuba, como lo anotó Hillary Clinton en un discurso ante la Cámara de Representantes en Estados Unidos, son un buen comienzo hacia la democracia y las libertades políticas. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho. Que una persona ahorre de su salario la fortuna suficiente para comprar una casa aún es utópico y que el cambio económico venga acompañado de transformaciones políticas, lo es más todavía. Armando Chaguaceda, politólogo e historiador cubano residente en la Isla, y que se declara de izquierda, mas no castrista, explicó a SEMANA que los ajustes propuestos por el presidente son de tipo liberalizador, pero de ningún modo democratizador: “Las reformas fueron hechas para mantener el régimen político. Lo que vemos son reformas de gestión, pero al Estado le atemoriza todo lo que le dé autonomía a otros, así sea dentro de la izquierda. Por eso, la ciudadanía aún no participa”. Esa fobia a la autonomía se ve claramente en el acceso a la información. Si bien desde 2009 el Partido Comunista legalizó el uso de internet para todos los ciudadanos, hoy sigue habiendo muchos impedimentos para que los cubanos puedan acceder a ese servicio. Según el canadiense Nicolás Pérez, viajero habitual al país caribeño, los únicos sitios donde conseguía internet en Santiago de Cuba eran los hoteles cinco estrellas, pagando 12 dólares por hora y mostrando su pasaporte: “Antes de las reformas era así y en noviembre era igual”. Aunque puede ser prematuro evaluar los incipientes cambios suscitados por los ajustes en la economía, un año después, de los tres objetivos solo se ha cumplido uno: garantizar la continuidad del socialismo. Raúl Castro parece tener grandes planes para la economía de su país y afirma que la resistencia al cambio es inútil, pero continúa con una clase dirigente arcaica y reacia. Chaguaceda insiste en que “hay necesidad de un cambio, así sea a manos del mercado, que lleve a una democracia participativa con espacios para los sectores populares. De eso se trata el legado de la Revolución”. Como ese horizonte no se ha cumplido, lo más probable es que el papa vea algo muy similar a lo que vio Juan Pablo II en 1998.