El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, condenó este miércoles la "inaceptable" ola de violencia xenofóbica en Sudáfrica, que ha causado ocho muertos y miles de desplazados en las últimas semanas. "Los crímenes de odio contra los forasteros y contra comunidades pobres, marginales y vulnerables están mal moralmente y son inaceptables. Estoy extremadamente preocupado por los reportes de xenofobia en Sudáfrica", afirmó ante los periodistas. El secretario general de la ONU dijo conocer las acciones del Gobierno sudafricano para dar una respuesta a esta cuestión, pero advirtió que se necesita hacer más por los afectados, especialmente los inmigrantes y refugiados. Ban recordó que la ONU está en contra de "cualquier prejuicio basado en la etnia o la religión" porque "hay una línea directa entre el prejuicio y el extremismo y actos violentos como este solo destruyen la estructura de la sociedad y su solidaridad y unidad". Sudáfrica vive desde marzo una nueva oleada de ataques contra inmigrantes y refugiados de países de África y Asia en zonas deprimidas de mayoría negra, en las que se acusa a estos extranjeros de quitar puestos de trabajo a los locales. La violencia comenzó en Durban y se extendió la pasada semana a Johannesburgo. Más de 300 personas han sido detenidas por participar en este tipo de actos vandálicos. En respuesta, la Policía sudafricana tomó este miércoles, con el apoyo del Ejército, uno de los epicentros de la violencia xenófoba, en una operación que llenó de soldados el centro de Johannesburgo. La situación de las víctimas Con los asaltos a sus tiendas y viviendas aún frescos en la memoria, miles de inmigrantes y refugiados de países africanos se debaten en campos de desplazados de Johannesburgo y Durban entre volver a casa o empezar de nuevo de cero en Sudáfrica. "Me quedo aquí, no voy a volver a Zimbabue. Tengo un niño y espero otro y allí no hay trabajo ni nada que hacer", dice a Efe Lindiwe Ndlovu, de 26 años, que duerme en una tienda de campaña de la organización caritativa Gift of the Givers desde el sábado. Como otra veintena de mujeres de Zimbabue y Mozambique, Ndlovu vivía hasta ahora en el 'township' (antiguo gueto negro) de Alexandra, en el norte de Johannesburgo. "Vinieron buscando a extranjeros por las casas. Si no teníamos documento de identidad sudafricano nos obligaban a irnos", relata la joven, que se refugió en una comisaría de Policía y fue recogida por furgonetas escoltadas de Gift of the Givers. Es un día de entre semana y el campo, que acoge a unas cincuenta personas, está medio vacío: apenas algunos niños, mujeres embarazadas y un grupo de malauíes llegados de Durban, de donde huyeron de la violencia y las amenazas de jóvenes zulúes que les acusan de quitarles el trabajo. El resto ha ido a trabajar y volverá para comer y dormir cuando caiga la noche, explica Sara Sithole, de la citada organización social, que hace de cocinera y traductora. "Volví la semana pasada del trabajo y cuando vi gente gritando contra los extranjeros en la calle decidí irme", cuenta Mike Jackson, un sastre de Malaui de 22 años. Jackson, que tiembla mientras habla, llegó hace sólo tres meses a Sudáfrica, pero ya ha tenido bastante y espera uno de los autobuses que ya ha comenzado a enviar su Gobierno para regresar a su país junto a su hermano y el resto de compatriotas. Mientras voluntarios dan juguetes a los niños y vecinos traen donaciones al campo, entra al recinto un matrimonio de inmigrantes: Fatuma Musa es natural de Zambia, y su marido, Henry Izike, de Nigeria. Han acudido al campo después de refugiarse varios días en antiguas casas para mineros en Roodepoort, al oeste de Johannesburgo, a las que llegaron el pasado miércoles desde el populoso township de Tembisa, al noreste de la urbe, donde vivían y tenían un negocio ambulante de ropa. "Entraron a nuestra casa por el tejado, de madrugada. Nos hablaron en zulú, y al ver que somos extranjeros nos echaron y nos lo robaron todo", recuerda Izike sentado sobre el fino colchón en el que dormirá esta noche en este refugio improvisado en el barrio de Mayfair. "Cuando les pregunté por qué hacían esto dijeron que hacían lo que había dicho el rey", afirma Izike, en referencia al rey de los zulús, Goodwill Zwelithini, cuyas palabras contra los inmigrantes de países africanos encendieron la mecha xenófoba a finales de marzo. Henry y Fatuma -que han dejado a sus dos hijos en casa de unos familiares en Roodepoort- no quieren volver al 'township', ni vivir más entre sudafricanos. "Son gente bárbara, sin corazón", dice de sus atacantes con más tristeza que rabia Izike, que planea irse con su familia a Zambia y rememora cómo sus propios vecinos, a los que trataban cada día, han participado en el ataque contra su casa. Mientras tanto, en Germiston, al este de Johannesburgo, más de 200 personas de Mozambique, Zimbabue y Malaui viven en un edificio municipal después de haber sido expulsadas por la fuerza del poblado chabolista en el que vivían. Algunos de estos desplazados entrevistados por Efe esperan encontrar un trabajo en Sudáfrica o retomar los negocios que tenían, mientras otros ven claro que no tienen futuro aquí y esperan ser repatriados por sus gobiernos como ya lo han sido cientos de compatriotas. *Con información de Efe