El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, tiene hasta el 13 de agosto a las cinco de la tarde para salvar su carrera y su reputación. Esa es la hora y fecha límite que le dio la Asamblea estatal de Nueva York para entregar los argumentos con los que intentará evitar un juicio de destitución o impeachment. Esta semana, al concluir la fiscal estatal Letitia James que el gobernador acosó sexualmente a 11 mujeres, se aceleró el proceso legal contra Cuomo en Albany, capital del estado.
Si bien se lo investiga desde marzo por un subregistro de casos covid en los hogares para adultos mayores, ante las denuncias de abuso sexual su posible destitución cobró más fuerza. El mandatario estatal, encerrado y solo en su mansión, niega las acusaciones. Mientras tanto, los neoyorquinos repasan el procedimiento para un impeachment, el cual no vive este estado desde 1913 cuando William Sulzer fue destituido por usar fondos de campaña para sus finanzas personales.
De la misma manera como un proceso de destitución nacional requiere ser aprobado por el Congreso antes de llegar al Senado, a nivel estatal también debe pasar por ambas cámaras. Comienza en la más baja, la Asamblea del estado de Nueva York, que ya le pidió a su comité judicial comenzar una investigación a Andrew Cuomo.
Son ellos quienes le dan plazo hasta el viernes para defenderse. Los 150 miembros de la Asamblea escucharán el resultado de la pesquisa y votarán para determinar si las acusaciones ameritan un juicio. Se requiere de mayoría simple para que eso suceda y, según la Associated Press, por lo menos 86 legisladores votarán en contra del gobernador.
Es decir, su suerte está echada. El paso para seguir consiste en elevar el caso al Tribunal Superior de Acusación, compuesto por 62 miembros del Senado estatal. Son 63 los senadores, pero la líder de la mayoría, la demócrata Andrea Stewart-Cousins, no puede votar por posible conflicto de intereses, ya que sería la segunda en orden de sucesión si el gobernador es sustituido. A diferencia de lo que sucede en el ámbito nacional, en este juicio participan los siete miembros de la corte más alta del estado, la Corte de Apelaciones. También en este escenario llevaría Cuomo las de perder, pues, de acuerdo con la revista Newsweek, más del 80 por ciento de los senadores votarían a favor de destituirlo.
Andrew Cuomo tiene 63 años y lleva toda su vida preparándose para el cargo que ocupa desde hace tres periodos. Su padre, Mario, fue gobernador de Nueva York tres veces, entre 1983 y 1994, y vivió en la casa donde hoy está atrincherado su hijo con sus abogados y donde, supuestamente, cometió sus peores abusos sexuales. Estudió Derecho, aunque, desde muy joven, participa en política como asesor de su padre, quien falleció en 2015.
Estuvo casado con Kerry Kennedy, hija de Robert Kennedy, con quien tuvo tres hijas, hoy mayores de edad. Andrew es el segundo de cinco hermanos, y este escándalo salpica en especial a uno de ellos, Chris, presentador de CNN. Medios de comunicación en ese país acusan a ese canal de noticias de no cubrir de manera imparcial el escándalo del hermano mayor de una de sus estrellas. El mayor de los Cuomo es gobernador desde 2011 y hasta hace poco se creía que buscaría una tercera reelección. De ser destituido, quedaría inhabilitado políticamente y, aunque no se llegue a ese punto, su popularidad cayó tanto por cuenta de las acusaciones que solo un 18 por ciento de los neoyorquinos creen que debe aspirar a un cuarto periodo.
La primera en acusar al gobernador de acoso sexual fue Lindsey Boylan, una mujer casada que trabajó como su asesora. Según su relato, su jefe la incomodó varias veces con sus piropos y la besó en la boca sin su consentimiento. “Cuando me puse de pie para salir de su oficina, se paró frente a mí y me besó en los labios. Yo estaba en shock y seguí caminado”, así relata el incidente que, supuestamente, sucedió en la oficina del mandatario local en Manhattan. Su denuncia el año pasado fue seguida por las de otras dos mujeres y dio pie a una investigación de la Fiscalía estatal, la cual culminó esta semana y dejaría al descubierto una cultura de maltrato, machismo e intimidación en su despacho.
Las solas cifras dan fe de la seriedad de la pesquisa, que el mandatario estatal descalifica como persecución política. La investigación, liderada por la fiscal Letitia James, tardó cinco meses. Analizaron 74.000 pruebas o evidencia, entrevistaron a 179 personas, entre ellas a Andrew Cuomo durante 11 horas, y se redactó un informe de 165 páginas detallando el abuso a 11 mujeres, nueve de las cuales eran funcionarias del estado.
Los relatos de las víctimas varían, aunque coinciden en que los avances del gobernador no se detenían a pesar de no ser correspondidos. Una de sus asesoras aseguró que, estando solos en la mansión de quien era su jefe, en Albany, Nueva York, Cuomo le tocó sin su permiso los senos cubriéndolos con la totalidad de sus manos. Otras mujeres lo acusan de tratar de besarlas a la fuerza, de tocar sus partes íntimas sin consentimiento y de intimidarlas si se quejaban. Las denuncias son tan serias que tres condados consideran iniciar investigaciones criminales contra la máxima autoridad del estado.
Mientras tanto, Andrew Cuomo está cada día más solo. En un breve video, insistió en que es inocente de las acusaciones en su contra y que se defenderá. Uno de sus principales escuderos, el presidente Joe Biden, le pidió que renunciara. También exigió su salida la líder de su partido, Nancy Pelosi, al igual que muchos de los senadores estatales que antes lo defendían, los líderes de los sindicatos, la gente en la calle y hasta el influyente diario The New York Times. La voz del político se escucha cada vez más débil bajo la cantidad abrumadora de evidencia en su contra. Hasta sus amigos le piden que, por su bien y el de Nueva York, se vaya. En su casa en Albany hoy son pocos los que entran y salen. Por eso llamó la atención la visita de uno de los más cercanos amigos e influyente político, Jay Jacobs.
El presidente del Partido Demócrata de Nueva York solo dijo a la prensa que le rogó a Cuomo, por horas, que renunciara tras haber perdido su capacidad moral para gobernar. El político le reiteró que no se irá, o no por las buenas. Jacobs contó, al salir de la mansión de su amigo y aliado, que fue “una conversación muy triste”. Similar, tal vez, a la que estarán teniendo miles de neoyorquinos que –hasta hace muy poco– veían una figura digna de admirar en el mandatario estatal.