En el valle del Upano, al sur de la Amazonía, esta “ciudad perdida”, desenterrada en 1978, desvela complejos asentamientos interconectados que abarcan unos impresionantes 300 km². Inicialmente consideradas formaciones naturales, estas estructuras se vieron afectadas por la construcción de carreteras. Alejandra Sánchez, arqueóloga española con una década de dedicación a la investigación de este patrimonio, subraya la imperiosa necesidad de un plan integral de preservación, trascendiendo los límites de la mera investigación.
En 2015, respaldado por un proyecto estatal, Sánchez y otros arqueólogos emplearon tecnología de vanguardia para identificar alrededor de 7.400 montículos con diversas formas geométricas. No obstante, la inspección reveló que algunos de estos montículos habían sucumbido ante la implacable maquinaria moderna, afectados por la construcción de carreteras.
La erosión, la deforestación y las prácticas agrícolas también ponen en peligro a estos majestuosos montículos, algunos de los cuales alcanzan hasta cuatro metros de altura y unos impresionantes 20 metros de longitud. La vulnerabilidad a la intervención humana, los debilita con facilidad, según detalla Sánchez.
Adicionalmente, el río Upano, cuna de la cultura indígena homónima, se ve amenazado por la voraz minería ilegal. Frente a este desafío, el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) tomará medidas para delimitar y proteger el complejo en la provincia de Morona Santiago. El arqueólogo ecuatoriano Alden Yépez, de la Universidad Católica del Ecuador, destaca la magnitud y la riqueza cultural de este invaluable patrimonio, comparándolo con los legados de los vecinos peruanos y mesoamericanos.
En el año 2023, Alejandra Sánchez y la argentina Rita Álvarez compartieron un análisis detallado de las imágenes capturadas durante un sobrevuelo utilizando la tecnología LiDAR (Detección y Rango de Imágenes con Láser, en inglés). Esta avanzada tecnología láser permite detectar irregularidades en el terreno, proporcionando una visión sin precedentes del paisaje arqueológico.
Catalina Tello, directora del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), destaca la transformación significativa en las estrategias de conservación y valorización. Según Tello, comprender los descubrimientos arqueológicos implica situarlos “en su contexto”, lo que implica reconocer la contribución crucial de las comunidades indígenas shuar y achuar, quienes han custodiado y preservado estos vestigios a lo largo del tiempo.
El valle del Upano atrajo la atención pública en enero, cuando la revista Science publicó un artículo del francés Stéphen Rostain, quien había realizado excavaciones en la zona en la década de 1990. Tanto el INPC como arqueólogos notables como Alden Yépez subrayan que el análisis de estas estructuras ha estado en marcha durante cuatro décadas, desde que el sacerdote Pedro Porras escuchó por primera vez sobre su existencia en la década de 1980 y las describió como una “ciudad perdida”.
Vasijas con tintes rojizos y finamente decoradas, un pedazo de roca volcánica tallada bajo la forma de mitad animal y mitad humano, y otras piezas halladas por el sacerdote se exhiben en el museo Weilbauer-Porras, de la Universidad Católica (PUCE) en Quito.
El centro también resguarda mapas y fotografías en blanco y negro de Porras en los que se distinguen los montículos geométricos que sobresalen del suelo.
Los hallazgos más modernos están en el centro de documentación del INPC, que custodia las imágenes generadas por LiDAR.
Para Yépez, también catedrático de la PUCE, los más de 7.000 montículos descritos un año atrás por Alejandra Sánchez son la “punta de iceberg” de una civilización que pudo haber sido incluso más grande.
El investigador estima que los montículos se extienden por unos 2.000 km2 alrededor de los ríos Upano, Palora y Pastaza, donde hay indicios de asentamientos.
Los hallazgos descritos hasta ahora de la cultura Upano evidencian una organización política, económica y religiosa propia de las grandes civilizaciones.“Se descarta esa idea de que la Amazonía era un espacio despoblado” o solo habitado por nómadas, añade la directora del INPC.
Yépez, quien continúa investigando la zona, trabaja con otros científicos en el análisis de los datos atmosféricos del lugar donde la lluvia es frecuente.
A diferencia de sus colegas que hablan de estructuras unidas por caminos, Yépez cree que se trata de “enormes sistemas de drenaje interconectados”.
“Uno de los propósitos fundamentales es evacuar la precipitación vertical, de manera que hay una correlación directa, maravillosa” con las características atmosféricas de la zona, explica el investigador.