Gisèle PÉlicot es una heroína. Tras padecer los más escabrosos horrores, la mujer decidió ser una de las primeras víctimas de abusos sexuales en Francia que rechazó la protección que la justicia les da a quienes viven esos vejámenes para permanecer en el anonimato. “Quiero que la vergüenza cambie de bando”, dijo decidida ante los tribunales de Aviñón. Pélicot vivió por años lo indecible. Su narración de los hechos, el pasado martes, estremeció al auditorio.
Ella misma autorizó que se transmitieran las imágenes que su esposo grabó durante décadas de encuentros sexuales no consentidos con decenas de hombres desconocidos, que hoy están siendo procesados al mismo tiempo que su exmarido. Son más de 50 acusados de todas las profesiones y edades, y ella como víctima. Por años, la mujer vivió sin darse cuenta de lo que sucedía una vez dormía.
Su entonces esposo, Dominique Pélicot, le suministraba drogas y somníferos para que ella perdiera el sentido. “Ni por un solo segundo dudé de este hombre... lo amé por 50 años. Habría puesto mis dos manos en el fuego por él”, dijo conmovida. Habría podido morir sin enterarse de lo que pasaba si no es porque Pélicot fue descubierto grabando debajo de las faldas de las mujeres en un centro comercial. Las autoridades le siguieron la pista, y al incautar su computador encontraron horas de grabaciones.
Pélicot explicó que guardó todo detallado y ordenado como “una medida de garantía” para algún día “encontrar a quienes participaron en todo esto”.
Y este día llegó. El miércoles, Dominique Pélicot entregó su testimonio, después de huir de los estrados varios días por supuestos problemas de próstata. “Soy un violador”, dijo sin rodeos.
El monstruo que había sido capaz de hacerle lo peor a la mamá de sus hijos por fin contó su lado de la historia. Se presentó como “un hombre entre los hombres” y aseguró que tan culpable como él eran los otros 50 que ultrajaron a su esposa. “La única persona a la que manipulé fue a mi mujer”.
Y contó su pasado, lleno de traumas. Dijo que en su niñez fue violado por un enfermero cuando apenas tenía 9 años, y que luego él mismo se había convertido en un perpetrador cuando, a los 14 años, con un grupo de compañeros decidió participar en una violación colectiva a una mujer discapacitada. Después de una vida perturbada, encontró el amor en Gisèle. Pero algo en su interior, según él, lo traicionó. “Aguanté 40 años. Estaba muy feliz con ella. Era lo opuesto a mi madre, era completamente insumisa…
La amé 40 años y la amé mal diez años. Nunca debí hacer eso. Lo arruiné todo. Perdí todo. Debo pagar por ello”, remató. Otro episodio doloroso que ha salido a flote ha sido el de Caroline, la hija de la pareja. La mujer dice estar segura de haber sufrido esos vejámenes, pero su papá lo niega. Tiene razones para creerlo, pues en el computador encontraron fotos de ella desnuda. “Caroline, nunca te he tocado. Nunca te drogué ni te violé. No puedes decir eso. Es imposible”, dijo Pélicot.
La hija escribió un libro contando lo que han vivido, titulado Y dejé de llamarte papá, y en la audiencia se ha quebrado varias veces.
Como en la gran mayoría de casos de violaciones, la estrategia de defensa de los acusados es vergonzosa. Muchos de los abogados de los hombres no alegan su inocencia, sino el hecho de que ella habría dado su consentimiento. Otros, aseguran que no sabían que la mujer estaba drogada, pues Dominique omitía este dato.
“Desde que llegué a esta sala de audiencia, me siento humillada. Me tacharon de alcohólica, afirmaron que estaba en tal estado de ebriedad que soy cómplice”, dijo indignada. Mientras tanto, Dominique Pélicot, se ha arrodillado frente a ella: “Pido a mi esposa, a mis hijos, a mis nietos, que acepten mis disculpas. Lamento lo que hice. Les pido perdón, incluso si no es perdonable”. No es fácil que este perdón le llegue.