Estados Unidos regresó a una triste realidad: las masacres, tiroteos masivos que de un jalonazo se llevan un puñado de vidas de quienes hacen algo tan cotidiano como reclamar una receta médica en una farmacia, despachar detrás de un mostrador o estudiar en un salón de clase. Por definición, una masacre o tiroteo masivo ocurre cuando fallecen por lo menos cuatro personas, sin incluir al asesino. Para desgracia de los estadounidenses, ya son parte de su cultura y de su ‘normalidad’.

Tralona Bartkowiak estaba recién casada. La mujer, de 49 años, nativa de Colorado, hace poco había montado con su hermana una tienda con objetos para yoga en Boulder. Lona, como le decían sus amigos, le advirtió este lunes en la tarde a su hermana que desatendería brevemente el negocio para ir a la farmacia en el mercado King Soopers a recoger una medicina. Nunca regresó. A las 2:30 entró al local Ahmad al Aliwi Alissa, un hombre de 21 años, armado con un fusil y una pistola, protegido con un chaleco antibalas y cegado por un deseo incontrolable de matar. Antes de que llegara la policía y se lo llevara esposado y herido, el asesino acabó con diez vidas entre los 20 y los 65 años. Entre esas, la de Lona.

En el ataque terrorista en Atlanta de hace unas semanas, murieron ocho personas. Joe Biden aseguró que acabará con el terrorismo interno.

La historia se repite. Delaina Yaun, de 33 años, acababa de tener a su segundo bebé. Su esposo la quiso premiar por resistir un año de pandemia en un pequeño apartamento en Atlanta, Georgia, con dos niños pequeños. La invitó a hacerse un masaje en un spa. Estaba cada uno en una habitación distinta con sus respectivas masajistas cuando entró disparando Robert Aaron Long, también de 21 años, quien mató en ese y en dos locales más un total de ocho personas. Dicen que Dios está en los detalles, como ese último gesto de agradecimiento del esposo de Delaina. Pero algunos creen que también el diablo se esconde en los detalles, como el que grabaron cámaras de vigilancia frente al spa: revelaron que el asesino pasó más de una hora, solo, encerrado en su carro, pensando, antes de animarse a cometer el atroz crimen.

El libreto es el mismo, y los estadounidenses se lo saben de memoria. Primero, el flash de última hora en los medios de comunicación y en las redes sociales. Lo sigue el shock, las imágenes en directo, el morbo, los pormenores de la escena del crimen. Después, vigilias, lágrimas, las fotos de las víctimas, sus virtudes y a quienes dejan desamparados. Del agresor lo quieren saber todo. Su pasado psiquiátrico, criminal, su página en Facebook, sus obsesiones, su familia, su infancia, cómo y cuándo compró el arma y qué lo motivó. Por último, desempolvan el viejo debate sobre el control de armas, que divide a demócratas y republicanos, repasan el derecho constitucional a tenerlas, y algunos se quejan por lo fácil que es comprarlas en ese país.

Los ataques ocurrieron tras denunciarse un aumento de los ataques contra comunidades asiáticas, atribuidos a la pandemia de covid-19, pues la enfermedad fue tildada de “virus chino” por el expresidente Donald Trump, entre otros. | Foto: Copyright 2021 The Associated Press. All rights reserved.

En Washington se culpan unos a otros, mientras que en las ciudades entierran a sus muertos, y, para quienes nunca los conocieron, el asunto queda en el olvido hasta que vuelve a suceder. Después de un año de confinamiento, en el que la noticia titular fue la pandemia, poco se habló de masacres en Estados Unidos. Lo trágico no es que regresaron, sino que nunca se fueron. Entre el 16 de marzo, en Georgia, y el 22, en Colorado, se cometieron otras cinco. La pandemia opacó las muertes sin sentido en un país que no está en guerra. El terror que unió a los estadounidenses tras los ataques del 11 de Septiembre ya no existe. En ese entonces, tenían un enemigo común y extranjero, pero frente a las armas la división es interna. Ya no son terroristas escondidos en una cueva en Afganistán, sino vecinos armados legalmente y amparados por la segunda enmienda de la Constitución, que defiende el porte de armas.

La policía trabaja en la escena fuera de una tienda de comestibles King Soopers, donde tuvo lugar un tiroteo el lunes 22 de marzo de 2021, en Boulder, Colorado (Foto AP / David Zalubowski) | Foto: Copyright 2021 The Associated Press. All rights reserved.

Solo en marzo han muerto 40 personas en esa nación por violencia con armas. En lo que va de 2021, se han registrado 103 tiroteos masivos; la matemática indica que serían más de uno diario, y nada se está haciendo para evitar el próximo. El debate sobre el control de armas dejó de ser noticia. Está amañado entre intereses políticos y económicos. En su primera rueda de prensa como presidente, Joe Biden dijo que es un asunto al que se dedicará cuando supere otros más apremiantes, como la pandemia, la economía y la inmigración, aunque en días pasados se mostró a favor de regular la venta de rifles de asalto. En Colorado, diez días antes de la matanza, la Asociación Nacional del Rifle logró por medio de una demanda que se bloqueara la prohibición de la venta de rifles, dejando clara su influencia en las cortes y la política. La novedad son las cifras: 2020, el año de la pandemia, fue también el periodo de más muertes por armas de fuego en la historia de Estados Unidos. Se estima que 20.000 estadounidenses fallecieron en medio de tiroteos, según el diario The Washington Post.

Tiroteos en Atlanta dejan 8 fallecidos | Foto: Copyright 2021 The Associated Press. All rights reserved.

El 2020 superó en 3.600 muertes al 2017, que sostenía el récord del año más violento. Las cifras de ventas de armas también se dispararon. En 2020, 23 millones de estadounidenses compraron algún tipo de arma de fuego, un incremento de un 64 por ciento comparado con el año anterior. De los muertos, 300 son niños, una cifra que subió en un 50 por ciento comparada con 2019, algo que resulta curioso, pues en ese periodo estuvieron cerrados los colegios. Los expertos explican que estos fallecimientos ocurrieron en balaceras en sus barrios o en sus propios hogares.

De acuerdo con el director del FBI, Christopher Wray, el terror de las masacres no es necesariamente de extremistas, “El terrorismo doméstico ha hecho metástasis”, dijo ante el Senado al explicar que hay matanzas en todo el país. Según Elise Labott, columnista de la revista Foreign Policy, en entrevista con SEMANA, “Los estadounidenses no podemos unirnos cuando el enemigo es americano. El enemigo somos nosotros y vive entre nosotros”. Para la periodista, la violencia en su país es una combinación de peligrosos ingredientes: “Es una mezcla de un ambiente político tóxico, información falsa en las redes sociales y las medidas laxas de ventas de armas”. La radio pública de Estados Unidos, NPR, tiene una política a la hora de cubrir matanzas: “El nombre del asesino no tiene que ser incluido en todas las historias que hacemos y si se menciona, no debe ser más de una o dos veces”; eso se lee la instrucción que reciben sus periodistas. “Así somos respetuosos de quienes creen que mencionar sus nombres glorifica a personas horribles”. Es un buen principio, uno que por lo menos obliga a replantearse el libreto de siempre, así sea eso lo único que cambie.