Lo que parecía una amenaza menor antes de las elecciones, hoy tiene a Alexander Lukashenko contra las cuerdas. En una situación que recuerda las revoluciones populares antisoviéticas de los años cincuenta y sesenta en Europa del Este, decenas de miles de bielorrusos se han tomado calles y plazas para rechazar el resultado de las elecciones presidenciales del 9 de agosto. Desde que se estrenó como Estado independiente en 1994, tras la caída de la Unión Soviética, nunca Bielorrusia había experimentado un movimiento social como este. La gente se levantó esa misma noche tras conocer los conteos oficiales, en los que Alexander Lukashenko, apodado el último dictador de Europa, consiguió 80 por ciento de los votos. Una votación típica de los regímenes antidemocráticos, e igual al promedio de las ventajas de Lukashenko en las cinco elecciones anteriores. Como en estas, la Unión Europea criticó los resultados, pero esta vez llegó a declarar que no los reconoce.
Más de 7.000 manifestantes han sido detenidos y cientos han resultado heridos en medio de los enfrentamientos con la policía. Y, en esta oportunidad, las personas salieron a la calle masivamente a pedir la salida del gobernante y reconocer el triunfo de Svetlana Tijanovskaya, su sorprendente adversaria. Lukashenko respondió a la altura de su reputación con brutalidad policial. Desde entonces sus tropas han detenido más de 7.000 personas, hay cientos de heridos y algunas víctimas fatales. Además, Amnistía Internacional ha advertido que la policía tortura a los manifestantes en sus centros de detención. Algunos denuncian que los patearon y golpearon con bolillos mientras los obligaban a permanecer desnudos en el piso. Varias mujeres señalan que unos oficiales amenazaron con violarlas. No se han salvado los periodistas. Cientos han sido detenidos y golpeados, asimismo han destrozado sus equipos y eliminado su material.
Svetlana Tijanovskaya, solo un par de días después de las elecciones, huyó a Lituania, a donde había enviado a sus hijos. La opositora entró a la carrera presidencial obligada por la campaña de sabotaje que inició Lukashenko a principios de este año. Su esposo, Serguéi Tijanovski, un popular youtuber crítico del Gobierno, recogía firmas para ser candidato cuando lo arrestaron por supuesta alteración del orden público. Tijanovskaya decidió tomar su lugar en los comicios. Otras dos mujeres, compañeras también de populares líderes opositores a los que el Gobierno sacó con artimañas de la carrera presidencial, decidieron sumarse a su campaña.
Svetlana Tikhanovskaya, la principal candidata de oposición, se trasladó a Lituania días después de las elecciones. Nunca había participado en política, pues trabajaba como intérprete y profesora de inglés. Pero su postulación tuvo apoyo multitudinario y movilizó sectores que por mucho tiempo habían permanecido indiferentes a la política. Por eso, nadie se explicaba cómo, según el Gobierno, su candidatura había obtenido solo el 10 por ciento de los votos. Con el paso de los días, otros grupos sociales se sumaron y el asunto tomó vuelo. Los periodistas de medios estatales y los trabajadores de fábricas, sectores por muchos años fieles al régimen por convicción o por miedo, cerraron filas con los manifestantes. Incluso, como dijo a SEMANA Piotr Rudkouski, director del Belarusian Institute for Strategic Studies, “ya son evidentes las rupturas dentro del propio Gobierno y las fuerzas estatales”. La magnitud de la movilización ciudadana logró lo que unas semanas atrás hubiera sido impensable: poner a temblar al hombre que lleva 26 años en el poder y pretendía, con estas últimas elecciones, tener un sexto mandato. En su apuesta más “generosa” repitió su vieja oferta de realizar un referendo constitucional y luego comicios presidenciales y parlamentarios, lo que nunca ha hecho. Por eso los manifestantes no aceptan hacer la reforma mientras él esté en el poder, pues la manipularía. De acuerdo con Rudkouski, “buscaría que su sucesor garantizara seguridad para él y su familia y, también, aseguraría alguna forma de seguir interviniendo en la política del país”. De otro lado, la oposición liderada por Tikhanovskaya ya organizó un consejo coordinador compuesto por más de 30 personas del mundo de la cultura, empresarios, juristas, activistas de derechos humanos y políticos, que tendrá como misión crear un mecanismo para hacer una transferencia pacífica del poder.
Alexander Lukashenko lleva 26 años en el poder y ahora busca su sexto mandato. La pregunta es: ¿será esto suficiente? Thomas Graham, cofundador del programa de estudios de Rusia, Europa del Este y Eurasia de la Universidad de Yale, afirma que todo dependerá de la posición que tomen los servicios de seguridad, los militares y las élites políticas y económicas. “Si empiezan a separarse de Lukashenko, entonces sus días están contados”, dijo a SEMANA.
Mientras tanto, Tikhanovskaya está lista para asumir el liderazgo de un Gobierno de transición. En un video publicado esta semana afirmó: “No quería ser política, pero el destino me puso en la primera línea de lucha contra la ilegalidad y la injusticia (…) Estoy lista para tomar la responsabilidad y ser líder durante este periodo”. ¿Una cuestión geopolítica? En las últimas semanas, el mundo ha seguido los acontecimientos de esa nación. Especialmente, Rusia y la Unión Europea no le han quitado los ojos de encima. El país es un territorio bisagra entre la zona postsoviética de influencia rusa y la región más al occidente, liderada por las potencias europeas. Esta posición ha determinado sus relaciones diplomáticas. Desde que existe como Estado independiente, el mismo tiempo que Lukashenko lleva en el poder, ha mantenido una relación cercana con Rusia, especialmente en asuntos económicos. Un porcentaje importante de sus exportaciones llega a mercados rusos, y la mayoría del petróleo y gas que importan proviene de allí. Esto ha hecho que la economía de Bielorrusia dependa de su poderoso vecino. El Gobierno de Vladímir Putin ha aprovechado la situación en varias ocasiones para exigir al Gobierno una mayor integración y cooperación en temas de defensa, relaciones exteriores e incluso políticas sociales. Por esto, no es raro que, en medio de la turbulencia, Lukashenko haya pedido ayuda a Putin. El mandatario respondió que reconocía las elecciones y pidió a los países europeos mantenerse al margen del conflicto. Sin embargo, no parece muy decidido a intervenir.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, está interesado en que Bielorrusia se mantenga bajo su influencia. En efecto, como dice en un artículo Stephen Sestanovich, especialista en asuntos euroasiáticos del Council on Foreign Relations, Rusia no tiene mucho que perder con un cambio de gobierno. “Incluso algunos de los más férreos opositores de Lukashenko quieren relaciones cercanas con Rusia”, señaló. De esta manera, su esfera de influencia por el momento no parece en peligro y, en cambio, una intervención directa podría desatar una ola de rechazo dentro de la nación.
Por su parte, esta semana los países miembros de la Unión Europea se reunieron extraordinariamente para decidir su postura. Anunciaron que no reconocían el resultado de las elecciones y sancionarían a los responsables del fraude y la represión de los manifestantes. Además, que destinarán ayudas económicas para atender la pandemia y apoyar a las víctimas de persecución política y a organizaciones sociales y medios independientes.
Angela Merkel, canciller de Alemania, y Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, se reunieron de manera extraordinaria con otros otros mandatarios de la Unión Europea para definir su postura frente a la situación de Bielorrusia. Las medidas muestran que la Unión Europa también es prudente. La canciller alemana, Angela Merkel, lo dejó claro en la reunión: “Las personas de Bielorrusia saben lo que quieren, un camino independiente en donde las condiciones políticas sean decididas por ellos mismos”. Lo mismo expresó Charles Michel, presidente del Consejo Europeo: “El futuro de Bielorrusia tiene que ser decidido por su gente, no en Bruselas ni en Moscú”. Así, por el momento, tanto Rusia como la Unión Europa apuestan por esperar y apoyar su bando con cierta distancia. La intervención agresiva de alguno forzaría la respuesta del otro, y ninguno de los dos está interesado en que eso suceda. Mientras tanto, los bielorrusos tendrán en sus manos el desenlace de esta historia que el mundo parece percibir como un cierto déjà vu.