Enamorarse de un narcotraficante es como caminar sobre una cuerda floja. El sutil balance entre la complicidad y el amor hacen que un paso en falso se pague con la vida o con la eternidad en una cárcel. Hoy nadie lo sabe mejor que Emma Coronel. En el caso de la esposa de Joaquín ‘el Chapo’ Guzmán, quien llegó a ser el narco más poderoso del mundo, era solo cuestión de tiempo antes de que llegara su turno de enfrentar a la justicia.
El 22 de febrero, exactamente siete años después de la detención de su esposo en Sinaloa, México, Coronel fue arrestada en el Aeropuerto Internacional Dulles, cerca de Washington D. C., acusada del mismo crimen que su marido, además de ayudar o incitar un delito, y posiblemente enfrente el mismo desenlace: cadena perpetua por narcotráfico. Es imposible negar que la historia entre Emma Coronel y Joaquín ‘el Chapo’ Guzmán es una de amor. Un romance que lleva el sello de la muerte. El jefe del cartel de Sinaloa reconoció haber matado u ordenado matar a por lo menos 3.000 personas durante los 30 años que estuvo frente a la organización criminal. Su macabra empresa, que inundó con armas, cocaína, heroína, metanfetaminas y marihuana al mundo, amasó una fortuna de 12.670 millones dólares que hoy de nada sirven a la pareja, ambos confinados en una celda en Estados Unidos. Un romance marcado por la clandestinidad desde el mismo día en que se conocieron, por fugas cinematográficas, infidelidades, traiciones y la persecución de la justicia y la prensa, obsesionada con una de las parejas más misteriosas de México. Una historia en la que los protagonistas entrelazan su amor con violencia, como si entre lo uno y lo otro no existiera una abismal diferencia.
“El señor quiere bailar contigo”, le dijo uno de los secuaces de Joaquín Guzmán Loera a la joven Emma Coronel hace 14 años en una pista de baile en un rancho en Durango, México. El narcotraficante, que llevaba seis años escondido tras una primera fuga de una cárcel en un carro de lavandería, no reparó en la diferencia de edad entre él y la mujer que pretendía. Emma tenía 17 años y era la reina del Festival del Café y la Guayaba, y Guzmán, quien ya había estado casado dos veces, tenía 49. A ella no le importaron ni la edad ni en el hecho de que bailaba con su novio cuando recibió la propuesta y la aceptó gustosa. Si bien a Guzmán jamás lo había visto, creció escuchando su nombre; era el jefe de su tío y de su padre, Inés Coronel, sentenciado a diez años de cárcel por tráfico de marihuana. En una de las pocas entrevistas que ha dado a los medios, Coronel dijo al diario The New York Times que ese día nació “una bonita amistad”. Pero fue mucho más que eso: el día que cumplió 18 años, Emma se casó con el narcotraficante y casi desde entonces el balance entre amante y cómplice desapareció.
En septiembre de 2011 nacieron sus mellizas, Emali y María Joaquina, cuando ya sobre la cabeza de su padre pesaba una recompensa de cinco millones de dólares. Uno de los muchos mensajes interceptados a la pareja desde 2012 y que hoy son evidencia en el caso contra Coronel, revela cómo los orgullosos padres pasaban de hablar con ternura sobre sus bebés para discutir cómo fue asesinado uno de sus “soldados”. En una de las comunicaciones, el Chapo hace un comentario que solo un narco haría. “Es valiente nuestra Kiki –escribió sobre una de las mellizas–, pronto le daré un fusil AK-47 para que pueda salir conmigo”. Pero son otras conversaciones, más comprometedoras, las que hoy tienen en apuros a Coronel, como una en la que él le pregunta, ante la posibilidad de una redada, “¿tienes armas ahí, mi amor?, ¿tienes una pistola?” y ella contesta, “solo la que tú me diste”. Para la justicia en Estados Unidos esos mensajes hacen parte de una investigación que adelantan hace dos años y que comprobaría que Coronel participó en la distribución de cinco kilos o más de cocaína, un kilo o más de heroína, 500 gramos o más de metanfetaminas y 1.000 kilos o más de marihuana. Por esos cargos podría pasar entre diez años o el resto de su vida en la cárcel y tendría que pagar una multa de diez millones de dólares.
Pero los problemas de Emma no terminan ahí. Durante el juicio a su esposo en noviembre de 2018, bautizado por los medios de comunicación como “el juicio del siglo” y el cual terminó con una condena de cadena perpetua, fue evidente que una vez tras las rejas Joaquín ‘el Chapo’ Guzmán, la siguiente era su mujer. Durante tres meses desfilaron ante un juez en Nueva York 56 testigos, entre ellos socios, amigos y hasta una examante del Chapo, y en más de un testimonio quedó claro que el rol de Emma en la vida de su marido iba más allá de sus deberes conyugales. La evidencia indica que transmitió mensajes que facilitaron envíos de droga y pagos de cargamentos y que colaboró en dos intentos de escape de su pareja de la cárcel, el primero en 2015 y de nuevo, pero sin éxito, en 2017.
Una de las declaraciones que comprometen a Coronel fue la de Dámaso López Núñez, exdirector de una prisión en México y cómplice del jefe del cartel de Sinaloa, quien dijo que la esposa del capo fue clave en su huida de la cárcel del Altiplano en Almoloya en 2015. Si bien fue Guzmán quien diseñó la estrategia que consistió en comprar las tierras cercanas a la prisión para poder cavar un túnel de 1,5 kilómetros hasta la ducha de su celda, el testigo dijo que fue ella quien lo ejecutó. De acuerdo con López Núñez, Coronel fue quien transmitió a los asociados de su esposo las instrucciones y dejó la duda sobre si fue también ella quien durante una visita conyugal le llevó un reloj con GPS, clave para determinar dónde estaba el Chapo y así construir el túnel por el que en efecto escapó.
Guzmán volvió a ser capturado en 2016 y extraditado a los Estados Unidos un año más tarde. “El juicio del siglo” comprobó la lealtad de Coronel su esposo. No faltó ni un solo día a la corte ni dejó que la vieran llorar. Tampoco mostró compasión alguna por las víctimas de su marido asesino, ni arrepentimiento o repudio hacia su empresa criminal. Por temor a que volviera a ser mensajera de sus emisarios, no se le permitió hablarle a Guzmán desde que fue extraditado y se les negó un último abrazo. El una vez temido capo de capos le suplicó al juez que lo dejara tocar a su mujer así fuera ante la mirada de los alguaciles y tras una requisa previa, pero la petición fue negada. Emma y el Chapo no se volverán a ver en la vida. Él está en una cárcel de máxima seguridad en Colorado y ella en el Distrito de Columbia a la espera de que comience su juicio, en el que su historia de amor no impedirá que enfrente como corresponde todo el peso de la ley.