El juicio en contra de Donald Trump es para los encargados de juzgarlo, un asunto personal. Los senadores son jueces y víctimas de la acusación en su contra, y la corte –en este caso el Senado– es la escena del crimen. Ese detalle es apenas uno de los muchos que hacen del juicio político o impeachment, iniciado esta semana en Washington, un evento digno de alquilar balcón.
Es la primera vez que se realiza un segundo proceso de destitución a un mandatario, la primera en que el acusado ya no es presidente y también la primera en la que las palabras del procesado, camufladas entre trinos de 140 caracteres, regresan para condenarlo. A Trump se lo acusa de incitar a la insurrección el 6 de enero, pues una multitud, enardecida por su llamado a “luchar como endemoniados”, atacó el Capitolio, dejando cinco muertos y más de 140 heridos. El juicio se inauguró con las palabras del congresista Jamie Raskin, quien entre lágrimas e indignación contó como creyó que ese día perdería a un segundo hijo.
Cuando se realiza un impeachment –de acuerdo con la Constitución de Estados Unidos–, los 100 senadores se convierten en jueces y nueve miembros de la Cámara de Representantes defienden la acusación ante el Senado en calidad de fiscales. Raskin, quien lidera a esos fiscales, dejó claro que, además de política, su acusación era personal: “Fue el día más triste de mi vida”. De esa manera, contó que el día anterior al asalto enterró a su hijo, quien se suicidó el 31 de diciembre, víctima de depresión. Para distraer a su hija Tabitha, la invitó al Capitolio donde ese día certificarían a Joe Biden como presidente electo. Al trauma de su hermano muerto, se le sumó a la joven el de tener que esconderse bajo un escritorio, mientras a su alrededor congresistas enviaban mensajes a sus seres queridos convencidos de que no los volverían a ver. “Papá, no quiero regresar al Capitolio”, esas fueron las palabras que, según Raskin, más le dolieron ese día y a las que él agregó: “Este no puede ser el futuro de América”.
Poco después de la primera intervención del representante demócrata de Maryland, el diario The Washington Post publicó una columna de opinión titulada ‘Jamie Raskin ganó el juicio antes de que comenzara’. Sí y no. Ganó, porque después de su testimonio presentó el primero de muchos videos como prueba de que la turba repetía las palabras de Trump gritando que “lucharían como endemoniados” contra quienes contaban los votos que confirmarían su derrota. Pero no ganarán los demócratas, porque para condenar a Trump necesitarían dos terceras partes de los votos del Senado, es decir, 67. Pero, además de los 50 votos de su partido, solo cuentan con seis republicanos. Es casi nula la posibilidad de que logren los 17 que necesitarían.
Es cierto que a Trump no se le puede destituir, pues ya no es presidente, pero un fallo favorable para los demócratas impediría que se vuelva a postular como candidato. El pez cae por su boca, y en el caso de Donald Trump, por sus trinos. Si bien hace más de un mes Twitter canceló su cuenta, los tuits del exmandatario dejaron una huella digital que marca el camino de su culpabilidad. El acusado será juzgado por sus palabras, las mismas que los demócratas ofrecieron como evidencia de que el ataque al Capitolio fue el resultado de meses de denuncias falsas. “¡Luchen!”, “¡Sean fuertes!”, “¡Fraude!”, “Elecciones robadas”, “Elecciones irregulares”, eso decían algunos de los trinos presentados esta semana. Otros tuits, videos, discursos y declaraciones revelarían que, por lo menos tres semanas antes de la toma, el entonces comandante en jefe preparaba la protesta que terminaría en desmanes.
Según la defensa del expresidente, sus palabras forman parte de la libertad de expresión y en ningún momento ordenó directamente el ataque. Raskin, quien además de congresista es abogado especializado en la primera enmienda que defiende la libertad de expresión, resumió la actitud de Trump con una analogía que define los límites del derecho a expresarse: “Lo que hizo es el equivalente a un jefe de bomberos que ordena a una multitud quemar un teatro y, cuando se disparan las alarmas de fuego, no hace nada y mira por televisión como las llamas consumen el teatro”.
La defensa de Trump se enfocó en dos argumentos. Primero, el juicio de destitución no es constitucional, pues ya no es mandatario. Este punto ya fue votado en contra dos veces en el Senado y es secundario para los legisladores que quieren inhabilitarlo. Segundo, la defensa de la libertad de expresión. El equipo legal, armado por el expresidente unos días antes del juicio, ha generado más críticas que halagos; para muchos lo más sensato que han dicho es que su defensa será corta. Hasta ahora, la gran sorpresa ha sido el comportamiento del senador republicano Bill Cassidy, el sexto y más reciente miembro de su partido en confirmar que votará en contra del expresidente. Mientras los congresistas presentan videos de lo cerca que estuvo la turba del entonces vicepresidente Mike Pence o de la líder demócrata Nancy Pelosi, el senador no logra quedarse quieto. Sus copartidarios pretenden dar un aire de desinterés; y, entre tanto, Cassidy camina agobiado en la parte trasera del recinto, se toma la cabeza con ambas manos y respira profundo. “Juré defender la Constitución”, dijo a la prensa cuando le preguntaron por qué votaría en contra de Trump, “Solo hago mi trabajo”.
Por lealtad política se salvará Trump. La mayoría de los republicanos no votarán a conciencia, lo harán únicamente para proteger a su partido, pues la evidencia presentada contra el exmandatario es irrefutable. Al concluir su presentación, Raskin dijo: “Si esto no les parece un delito grave, establecerán un terrible estándar de conducta presidencial en los Estados Unidos”. La condena de la historia, sin embargo, ya es un hecho. Las imágenes vistas en el Senado bastarán para recordar a Trump como el mandatario que ordenó atacar el recinto más sagrado de la democracia.
Raskin podrá mirar a su hija con la certeza de haber hecho lo posible para que quiera volver al Capitolio. En cuanto a los senadores republicanos, la mayoría tendrá que vivir sabiendo que fueron cómplices de un hombre que no representa los valores de la Constitución, que ellos, como Cassidy, juraron defender.