Todos los años los neoyorquinos reciben a regañadientes a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Cientos de gobernantes y diplomáticos congestionan aún más las calles de la Gran Manzana con sus carros blindados y caravanas, mientras los periodistas revolotean por la ciudad. La de este año, en el cumpleaños número 75 de la máxima organización multilateral, iba a ser aún más caótica. Pero una combinación de pandemia y crisis mundiales hicieron que esta vez tuviera un tono mucho más apagado, casi sombrío.
En efecto, el enorme salón habitual, conocido como el parlamento de las naciones, parecía cavernoso ante la escasa presencia de algunos pocos delegados y funcionarios. El secretario general, António Guterres, abrió el evento en el lugar, prácticamente solo, y en los días siguientes unos 173 mandatarios intervinieron virtualmente con discursos pregrabados en los que hablaron de los retos actuales, invitaron a la cooperación y lanzaron pullas a sus rivales. A este ambiente enrarecido de la virtualidad se le sumaron las reflexiones, interrogantes y sinsabores que dejan sus 75 años.
La Organización de las Naciones Unidas nació en medio de la devastación que dejó la Segunda Guerra Mundial como una promesa de que los países del mundo no volverían a enfrentarse y que recurrirían a la cooperación internacional para superar los retos del futuro. Siete décadas después la bandera es la misma, pero el mundo no.
Los países enfrentan la crisis sanitaria y económica por la covid-19, las temperaturas suben y la deforestación aumenta. Por si fuera poco, miles de refugiados en el mundo huyen de territorios en conflicto o de la pobreza y hay guerras, como la de Siria y la de Yemen, que nunca terminan. La ONU afronta así uno de los momentos más difíciles de los años recientes, y esto bajo el acecho de una puja política que recuerda los tiempos paralizantes de la Guerra Fría. Solo que esta vez en el ring no está Estados Unidos con la Unión Soviética, sino con China.
Los dos países se muestran los dientes desde hace años, lo que ha llevado al cierre de consulados, sanciones comerciales, acusaciones de espionaje mutuo y muestras de fuerza militar en el mar del Sur de China. Además, la pandemia solo lo ha empeorado.
Esta semana, sus intervenciones en la asamblea reprodujeron este escenario, aunque con un Xi Jinping moderado que contrastó con el tono desbordado de Donald Trump. El mandatario estadounidense afirmó que “las Naciones Unidas debían responsabilizar a China por la expansión del virus”. También acusó al país de ser uno de los principales depredadores del medioambiente. Por su parte, Xi Jinping afirmó que “ningún país tiene derecho de dominar los asuntos internacionales, controlar el destino de otros o mantener ventajas del desarrollo solo para sí mismo”. También dijo que no tenía intención de entrar en una guerra fría y que el mundo debía evitar un choque de civilizaciones.
Las tensiones entre los dos países amenazan con paralizar el funcionamiento de las Naciones Unidas, especialmente del Consejo de Seguridad, su órgano más importante. Allí, China y Estados Unidos tienen capacidad de veto, como los otros tres miembros permanentes, Reino Unido, Francia y Rusia. Por eso, si lo desean, pueden bloquear cada una de las decisiones. Esto fue lo que ocurrió durante los peores momentos de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos, sentado en una esquina, y la Unión Soviética, en otra, impidieron que la organización actuara frente a los conflictos que pululaban en el mundo.
Aun así, Richard Gowan, director para la ONU de International Crisis Group, dijo a SEMANA que es muy pronto para comparar la presente situación con aquellos años. “Naciones Unidas no está paralizada como en largos periodos de la Guerra Fría. En 1959, el Consejo de Seguridad pasó una sola resolución en todo el año. Hoy, a pesar de las tensiones, pasan de 50 a 60 resoluciones”. Para Gowan, hay que esperar si la relación entre las dos potencias se sigue deteriorando o mejora con los años.
Pero este enfrentamiento no es el único factor desestabilizador de las Naciones Unidas y el orden internacional. Donald Trump, por su cuenta, ha asumido buena parte de esa tarea en medio de su especie de neoaislacionismo. Desde que comenzó su gobierno ha criticado la organización y todas las instancias internacionales. Retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París, del Consejo de Derechos Humanos, del Acuerdo Nuclear con Irán y está en proceso de salir de la Organización Mundial de la Salud. También ha recortado sus aportes a agencias de la ONU y trata a los miembros de la Corte Penal Internacional como forajidos. Para él, estas instituciones son una carga para el presupuesto nacional y limitan su soberanía.
A estos retos políticos se suman otros relacionados con la estructura interna de la organización, que parece estar enclavada en 1945. El principal ejemplo es el mismo Consejo de Seguridad. Aún hoy, los miembros permanentes son los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Así, otros países, que en los últimos 75 años han ganado relevancia en el ámbito internacional, son actores secundarios en el mayor órgano de toma de decisiones de la ONU. Este es el caso de Alemania, Japón, India y Brasil, entre otros.
El desajuste responde a una transformación que los expertos en política y relaciones internacionales vaticinan desde hace años. “Estamos viendo el surgimiento de otros polos de poder no tradicionales, sobre todo potencias en el sur global”, afirma para SEMANA David Castrillón Kerrigan, experto en relaciones internacionales de la Universidad Externado.
Estos nuevos poderes llevan años presionando a la organización para que se reforme. Sin embargo, los países que crearon el actual orden internacional y se benefician de él no están dispuestos a repartir más su torta. Por eso, es muy poco probable que los miembros permanentes del Consejo de Seguridad aprueben ampliar el número de sillas, como ya algunos han propuesto en el pasado. La situación refuerza que “la organización es inherentemente desigual e inequitativa”, como afirma Castrillón, y esto ha minado su legitimidad.
Aun así, desconocer las tareas cruciales que ha asumido la ONU en los últimos 75 años sería una injusticia. En primera medida, ha evitado una tercera guerra mundial, la cual era su principal promesa. Ha liderado campañas monumentales y exitosas contra enfermedades que aquejan el mundo como la malaria y el VIH. Desde el Programa Mundial de Alimentos, ha tenido un rol decisivo en la disminución del hambre en el mundo y ha atendido a refugiados y migrantes en cifras récord. Además, en los últimos años, asumió la bandera de la crisis climática y ha tenido algunos logros como el Acuerdo de París.
Por estas razones, aún con fallas y desajustes, la ONU sigue siendo un organismo de cooperación y coordinación internacional crucial para enfrentar los retos de hoy y del futuro. Así lo expresó Guterres en su discurso de apertura: “En un mundo interconectado, es tiempo de reconocer una simple verdad: la solidaridad es igual a beneficio propio. Si fallamos en entender este factor, todos perdemos”. Incluso, para Gowan, el papel exitoso de la ONU en escenarios como el cambio climático y la salud demuestran que la organización continúa siendo relevante, aun si su rol como actor geopolítico se debilita por las tensiones de las grandes potencias.