Con una bandera independentista a la espalda, Ignasi Segon, un jubilado de 73 años, afirmaba creer que la negociación emprendida por los partidos separatistas para una posible investidura del socialista Pedro Sánchez es “una oportunidad para que Cataluña reciba algún reconocimiento”.
El diálogo con Madrid “es la única salida” para dar “pasos”, aunque no traerá “lo que queremos, que es la independencia”, añadió resignado.
Una opinión compartida por Joan Barrull, un habitual de “la Diada”, la fiesta regional de esta rica región del noreste español, que desde hace una década es escenario de grandes manifestaciones en Barcelona. Como es habitual, el acto central arrancó a las 17H14 (15H14 GMT), una hora que evoca la caída de la ciudad en manos de las tropas de Felipe V un 11 de septiembre de 1714.
“Siempre conseguimos cosas y avanzamos cuando nos necesitan desde Madrid”, ahondó Barrull, un biólogo de 59 años que llevaba una camiseta independentista y deseaba que los políticos separatistas fueran más ambiciosos en sus demandas y presionaran por un referéndum de autodeterminación reconocido, algo que rechaza de plano la administración central.
“Estamos negociando cosas del idioma” catalán, “que me parece muy bien, pero no ponemos sobre la mesa la independencia”, lamentó.
Portando una pancarta escéptica con los políticos, Mercè Masnou, una gestora deportiva de 62 años, mostraba su recelo a unas negociaciones que aún se encuentran en fase inicial: el gobierno español, dijo, “nos enredará como siempre”.
“Lo que hace el Estado español es lanzar un anzuelo y decir ‘eso que nos estáis exigiendo, lo cumpliremos’, y no lo cumplirán”. Unos metros por delante, Anna Bernadàs, una auxiliar de enfermería de 34 años que volvía a una marcha por la Diada tras un par de ediciones ausente, compartía sus reservas.
“No tengo confianza en el gobierno español, porque sé que al final nos tomarán el pelo como siempre”, agregaba, pese a mostrarse partidaria del diálogo.
El poder en Madrid, en sus manos
Lejos de las grandes movilizaciones de la década pasada, que llegaron a juntar a más de un millón y medio de personas en plena escalada hacia la fallida independencia de 2017, la marcha de este año congregó 115.000 manifestantes, según la Guardia Urbana —y 800.000 según los organizadores—, algo por debajo de los 150.000 asistentes que cifraron las autoridades el año pasado.
El regreso de los separatistas a las calles tenía, sin embargo, un sabor nuevo en esta ocasión, tras sus resultados agridulces en las elecciones legislativas de julio.
Pese a que los dos grandes partidos independentistas perdieron una gran cantidad de votos, los siete diputados logrados por cada una de sus grandes formaciones son claves para decidir quién será el próximo presidente del gobierno español, ya que ni los socialistas de Pedro Sánchez ni el conservador Partido Popular (PP) de Alberto Núñez Feijóo lograron los 176 escaños que dan la mayoría absoluta.
Por ello, desde finales de julio, la izquierda corteja sobre todo a Carles Puigdemont, principal figura del intento de secesión de 2017, que la semana pasada pidió una amnistía para los independentistas procesados por la justicia española a cambio del apoyo de su partido Junts per Catalunya.
El propio Puigdemont se trasladó a Bélgica en 2017 para escapar de la justicia española, lo que llevó a la derecha a reprochar a los socialistas echarse en brazos de un “fugitivo”. Además de la amnistía, el independentismo reclama a Madrid que dé pasos para permitir un referéndum de secesión reconocido.
“Cataluña tiene la llave de la gobernabilidad del estado. Por eso hoy tenemos que aprovechar esta fuerza para hacer posible todo lo que hasta ahora no era posible”, aseguró el presidente catalán, el independentista moderado Pere Aragonès.
Con una camisa en la que se podía leer “Objetivo independencia”, Jordi Vernet, un ingeniero de 51 años, ve con buenos ojos una amnistía que podría permitir regresar “libre” a Puigdemont para iniciar la negociación. “Sería un punto de partida muy bueno, y a partir de aquí ya se vería”.
Ataviada con un traje tradicional catalán, Jacqueline Tomàs, de 32 años, consideró, sin embargo, que el movimiento independentista está “muy apagado” tras encadenar decepciones, por lo que no será fácil que la actual estrategia separatista sea capaz de despertarlo. Las conversaciones con Madrid “una caja de sorpresas, a ver qué sale”, lanzó.
*Con información de AFP.