Luiz Inácio Lula da Silva es un hombre de lágrima fácil. Esta semana, luego de recuperar sus derechos políticos, el exmandatario ofreció una rueda de prensa con un drama casi teatral cuyo escenario fue un atril en el sindicato de los Metalúrgicos, en São Bernardo do Campo, y tuvo como telón de fondo fotos y pancartas propias de una campaña presidencial. “Si hay un brasileño que tiene razones para tener muchos rencores, soy yo”, dijo con la voz entrecortada, y recordó a su difunta esposa Marisa Letícia Rocco, quien, según el, murió de pena al ver la persecución en contra de su marido. “Pero no tengo rencores, porque el sufrimiento por el que está pasando el pueblo brasileño, las personas pobres en este país, es infinitamente mayor que cualquier crimen cometido contra mí”.

Su primera aparición pública, después de conocerse que el juez Edson Fachin de la Corte Suprema anuló dos condenas de corrupción en su contra, estuvo cargada de drama al mejor estilo Lula, uno de los líderes de izquierda más populares de nuestro continente. “Quiero hacer propaganda para que el pueblo brasileño no obedezca ninguna decisión imbécil del presidente de la República ni del ministro de Salud”, dijo Lula emocionado mientras detrás de él un cartel leía “Salud, empleo y justicia para Brasil”. Su nación es la segunda más afectada en el mundo por la pandemia, con más de 270.000 muertos, y el expresidente no dudó en señalar al mandatario Jair Bolsonaro como responsable. “Muchas de esas muertes podrían haberse evitado si tuviésemos un Gobierno que hubiese hecho lo elemental, pero teníamos un presidente que hablaba de cloroquina y gripecita”. Quien fue presidente de Brasil de 2003 a 2010, negó tener aspiraciones políticas, aunque su tono y el escenario a su alrededor dijeran lo contrario. “Voy a ser muy claro: sería alguien pequeño si estuviese pensando en 2022 en este momento”.

A buen entendedor, pocas palabras, y Jair Bolsonaro es un buen entendedor. No habían terminado de levantar el atril en el sindicato de Lula cuando reaccionó el presidente de ultraderecha: “Lula inicia ahora una campaña basada en criticar, mentir y desinformar”. Y si la pandemia es el talón de Aquiles de Bolsonaro, la corrupción es el de su adversario: “¿Se imaginan la pandemia con Lula como presidente? Al menos 90 por ciento de lo entregado sería robado”. Por más que trate de desacreditar al líder del Partido de los Trabajadores (PT), lo cierto es que el regreso de Lula al ruedo político sorprende a Bolsonaro muy mal parado. La tasa de desempleo en Brasil es de 14,2 por ciento, 14 millones de personas en la enorme nación de 212 millones no tienen cómo ganarse la vida, a eso se suma su presunta intimidación a la prensa y a sus opositores políticos, y la condena contra su hijo Flavio por malversación de fondos. Pero por encima de todas sus faltas o debilidades está su mal manejo de la crisis sanitaria.

Mientras la mayoría de los países ven una disminución en las muertes por covid, Brasil va en dirección contraria. Este martes rompió su récord al registrar 1.972 víctimas mortales en un día y más de 70.000 nuevos contagios. En 25 de los 27 estados de esa nación, la ocupación en las salas de cuidados intensivos supera el 80 por ciento, en 15 estados la ocupación es del 90 por ciento. A Bolsonaro se le ha llamado “el Donald Trump de Sur América” por su negación de la ciencia y las cifras relacionadas con covid y, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, su situación –agravada por la aparición de dos nuevas cepas en el Amazonas– hace que Brasil sea un peligro para todo el planeta al no contener el contagio que permea sus fronteras. La comunidad científica no tiene tiempo para adivinanzas políticas, y eso lo ilustró bien esta semana Laurie Garrett, una de las expertas mundiales en temas de coronavirus: “La variante que más nos preocupa hoy es la de Brasil. Ellos no superarán la pandemia sino hasta el año entrante”, dijo la científica a la revista Foreign Policy. Y añadió: “Ahora que no existen cargos contra Lula, tendrán unas elecciones tan divididas como las que tuvo Estados Unidos, y eso puede llegar a ser catastrófico”.

Pero no es cierto que no existan cargos en contra de Luis Inácio Lula da Silva. Sí existen, lo que pasa es que fueron trasladados a otro tribunal, lo que permitió de paso restablecer los derechos políticos al expresidente de 75 años. El juez Fachin, de la Corte Suprema, anuló las condenas contra Lula por fallas de procedimiento. En el marco de la investigación Lava Jato, al exlíder sindical se le acusó de recibir propiedades y dinero para su fundación, como sobornos por parte de constructoras interesadas en contratos con la empresa estatal Petrobras. En 2018, Lula fue sentenciado a 12 años y un mes de prisión por corrupción pasiva y lavado de dinero, pero quedó en libertad después de pasar 580 días en la cárcel al fallar la Corte Suprema en contra de su detención tras una condena en segunda instancia. De acuerdo con el magistrado, esos casos no debieron juzgarse en Curitiba, juzgado que dirigía el juez Sergio Moro, sino en el Distrito Federal. Ahora el proceso legal de Lula regresa a ceros y podría desaparecer del todo si su defensa logra comprobar que el juez Moro, quien fue nombrado ministro de Justicia por Jair Bolsonaro, actuó de manera parcial. En un país donde hasta la Justicia está politizada, tampoco se descarta que el caso de Lula prescriba, liberándolo de todos los cargos en su contra.

Por estos días en Brasil, donde nadie duda de que Lula será candidato para las elecciones presidenciales del 2 octubre del año entrante, la pregunta no es a quién apoyan más, sino a quién rechazan menos. La más reciente encuesta indica que 50 por ciento de los brasileños hoy votaría por Lula, y 38 por ciento, por Bolsonaro. No obstante, está la otra medida, la del rechazo. Un 56 por ciento de los encuestados dice que jamás votaría por el mandatario de derecha versus 44 por ciento que no lo haría por la izquierda. Lula dice que no está en campaña, pero actúa como candidato. En las elecciones de 2018 no se le permitió participar por estar preso y fue sustituido por Fernando Haddad, quien fue vencido por el hoy mandatario.

Ahora se prepara para recorrer el país como no pudo hacerlo hace tres años, y coquetea ya con partidos de centro que podrían significarle alianzas. En la rueda de prensa en la sede de su sindicato recordó su estilo dramático de hacer política, y declaró: “Desistir es una palabra que no existe en mi diccionario”. Así las cosas, las cartas en Brasil están echadas, dos titanes y archienemigos se preparan para regresar a las urnas, ambos con su vanidad política herida, y, en el medio, un país empobrecido, enfermo y desesperado.