El próximo domingo, Francia elegirá su presidente. Los candidatos que se enfrentan en esta segunda y definitiva vuelta electoral no son nuevos para la política francesa. Marine Le Pen y Emmanuel Macron ya se habían enfrentado en 2017. En ese momento, Macron –candidato de centro– salió victorioso en las elecciones con un amplio margen sobre su contrincante, reconocida representante de la derecha.
Sin embargo, el panorama en estas elecciones es distinto. Con nuevos discursos, cambios radicales en la imagen y fuertes muestras de capacidad de liderazgo, cualquier candidato puede imponerse.
Marine Le Pen es tal vez la cara más familiar de la extrema derecha francesa. Es hija de un reconocido político de radical de derecha y ha participado en tres campañas a la presidencia.
En las elecciones de 2017, y aprovechando el fenómeno populista de Trump, Le Pen se presentó a los franceses como una candidata agresiva, incendiaria, sin pelos en la lengua y que tenía posiciones controversiales sobre temas como la migración, la economía y la Unión Europea.
Sin embargo, este discurso le costó las elecciones. Sus críticos en el electorado la veían como una candidata muy agresiva y poco preparada.
Ahora, Le Pen parece haber aprendido de sus errores. Usando ropa de colores alegres y presentándose como una “agricultora y criadora de gatos”, la candidata se ha proyectado en este ciclo electoral como la cara más moderada de la extrema derecha. Cambió la faceta agresiva por un carácter fuerte, pero contundente, con el que se muestra capaz de solucionar los problemas del país. Fiel a su eslogan de campaña, Le Pen se ha proyectado como una “Femme d’Etat”: una estadista.
Sin embargo, y a pesar de la moderación de su discurso, que incluyó también su imagen, el fondo de sus políticas más radicales no ha cambiado. En temas migratorios, Le Pen dice querer detener la migración incontrolada y erradicar las “ideologías islamistas radicales”, al tiempo que se opone al uso de velos en público.
Por su parte, Emmanuel Macron se graduó del liceo parisino Henri IV y es descrito por algunos de sus compañeros como “brillante y carismático”. A mediados de la década pasada, Macron, relativamente desconocido, llegó al estrellato político luego de ser nombrado ministro de Economía en 2014.
A diferencia de Le Pen, Macron es un auténtico moderado. En 2017, cuando ganó la presidencia, logró vender un verdadero discurso de centro: con una retórica europeísta, de solidaridad al migrante y alejado de las ideologías radicales francesas, logró robar votos en una indecisa centroderecha y una atomizada centroizquierda.
Desde el inicio de su mandato, dijo que iba a ser un presidente “jupiterino”, es decir, autoritario y fuerte. Su liderazgo nacional e internacional durante la pandemia, su posicionamiento como figura líder en la Unión Europea y, más recientemente, su intervención en el conflicto en Ucrania, son una muestra de este carácter personalista.
Precisamente por este rasgo ha tenido que enfrentar una de las crisis políticas más graves durante su presidencia: la reforma pensional. Esta medida, que atrasó la edad de jubilación de los 62 a los 65 años y ha sido altamente impopular, es una de las posiciones casi inamovibles del presidente, quien aún la defiende a capa y espada.
Ad portas de la segunda vuelta, los dos extremos, que son como el agua y el aceite, se enfrentan para alcanzar el liderazgo de Francia. ¿Le alcanzará a Le Pen o Macron logrará consolidar su liderazgo?