Está postrado desde hace más de un lustro en una silla de ruedas, balbuceante, inaudible, con una mirada vacía y la boca semiabierta, el presidente argelino Abdelaziz Bouteflika hoy no se parece en nada al gallardo combatiente del Ejército de Liberación Nacional que luchó contra el colonizador francés, ni al brillante ministro de Relaciones Exteriores de los años sesenta y setenta. No se asemeja tampoco a quien llegó al poder en 1999 y selló la paz luego de una década de guerra civil. Al cierre de esta edición permanecía ingresado en un hospital suizo “en riesgo vital permanente”. Lo que no le impide aspirar a dirigir por quinta vez un país que se rebela contra él. Le puede interesar: El país que apagó internet para que los estudiantes no hicieran trampas en los exámenes Desde el 22 febrero, miles de personas salen a las calles de las ciudades argelinas para protestar contra las veleidades de poder de Bouteflika. El hecho de que un hombre de 82 años muy enfermo participe en las elecciones presidenciales de abril despertó del sopor político a una nación que no se había atrevido a cuestionar al régimen. Si nadie escucha el clamor de las calles, Bouteflika podría, en los libros de historia, pasar de ser el líder de la paz argelina al flagelo de un pueblo sediento de democracia. En 2013, un accidente cerebrovascular lo dejó debilitado por siempre. A pesar de las críticas sobre su capacidad de gobernar, su popularidad y una oposición inexistente le permitieron ganar con 81 por ciento de los votos en 2014. Pero calladamente la situación cambió en los últimos años y desde las redes sociales surgió una movilización masiva contra la corrupción del régimen y por un cambio de sistema. El rechazo de la figura de Bouteflika en las calles contrasta con la admiración que recibió en el pasado. Su nombre entró en la escena internacional en 1963, cuando luego de haber participado en la guerra de independencia y de trabajar como ministro de Deportes ocupó la cartera de Relaciones Exteriores. En ese puesto, durante 16 años, consolidó a Argelia como el portavoz de los países no alineados. A finales de los noventa, Bouteflika se presentó como candidato independiente para suceder a Liamine Zéroual, quien había fracasado en acabar el violento Ejército Islámico de Salvación. El primer mandato de Bouteflika significó el regreso de la paz. Con la firma de un pacto de concordia nacional que incluyó la amnistía de los islamistas, la década negra argelina llegó a su fin. Poco a poco construyó un sistema financiado por el petróleo, corrupto y clientelista. El dinero del oro negro le permitió ganar la paz social. “Hubo años venturosos, préstamos sin intereses, subvenciones para las empresas jóvenes, para las productos básicos, una política de vivienda generosa, gigantescas obras de infraestructura”, explicó al diario francés Le Monde la historiadora especialista del Magreb Karima Dirèche. En contexto: Reino Unido crisis de rehenes en Argelia no ha terminado Hoy, la insolencia con la que el Gobierno manipula el proceso electoral atiza las protestas, protagonizadas por una juventud que no conoció los años de violencia islamista. Según el diario argelino Liberté, alguien bloqueó el sitio web del Consejo Constitucional el domingo 3 de marzo, fecha límite para la presentación de candidaturas. Y luego apareció en línea sin una de las condiciones que la institución había publicado en febrero: la obligación de comparecer personalmente para inscribirse. Esta exigencia hubiera afectado el mandatario pues, debido a su hospitalización, su director de campaña entregó la documentación necesaria a las autoridades. Ese aparato corrupto dificulta desalojar a Bouteflika del palacio El Mouradia. Su familia, sobre todo su hermano Saïd, considerado el poder tras bambalinas, la élite que lo rodea desde hace décadas, los altos funcionarios y el Ejército no van a dejar caer un régimen que asegura su riqueza e influencia. “Ese sistema reposa en una economía de renta cuyos tres cuartos es captada por la élite. Renunciar a las fortunas considerables aseguradas por la renta petrolera que representa 95 por ciento de las recetas de exportación es bastante difícil”, analizó Dirèche. La historia ha demostrado que los viejos y duraderos gobernantes africanos salen pocas veces pacíficamente del poder. Si nadie escucha el clamor de las calles, Bouteflika podría, en los libros de historia, pasar de ser el líder de la paz argelina al flagelo de un pueblo sediento de democracia.