La historiadora y escritora canadiense Margaret MacMillan ha escrito numerosos libros, entre ellos varios sobre la guerra y sus consecuencias, como París 1919: seis meses que cambiaron el mundo (2001) –por el que fue la primera mujer en ganar el Premio Samuel Johnson– y El Tratado de Versalles de 1919 y el destino de Europa (2015).

En 2020 se publicó su libro más reciente, La guerra: cómo nos han marcado los conflictos, que estuvo en la lista de los más vendidos de The New York Times en Estados Unidos. En él, aborda la cuestión de cómo se organizan y dirigen las guerras, así como los cambios políticos, económicos y culturales que conllevan los conflictos.

En una entrevista con DW, MacMillan habla de los posibles motivos de Vladimir Putin para emprender una guerra contra Ucrania, de cómo las redes sociales se están convirtiendo en una nueva herramienta de propaganda, y de por qué la energía nuclear sigue desempeñando un papel importante.

DW: ¿Por qué la guerra suele ser iniciada por ciertos individuos, como en el caso de Putin?

Margaret MacMillan: Nunca he estado de acuerdo en que haya una explicación biológica para la guerra, que la guerra surja de un impulso instintivo de violencia. Porque la violencia no es la guerra. Si dos hombres se pelean afuera del bar, eso es violencia, pero no es una guerra.

La guerra está organizada. Mi definición de guerra es bastante precisa: violencia organizada contra otro grupo organizado. Creo que la gente lucha o inicia guerras porque quiere algo. Es la codicia, como se puede ver con Putin, que quiere Ucrania. También van a la guerra porque tienen miedo. Los ucranianos van a la guerra porque no tienen otra opción. Y luego está la ideología; a menudo, todo se entrecruza.

Creo que Putin está motivado por un extraño nacionalismo ruso. La gente solía ir a la guerra por las religiones o por las ideologías, o por todo tipo de cosas. Pero a menudo, hace falta que alguien diga: “Sí, ahora vamos a la guerra”. Cómo y cuándo se va a la guerra depende del contexto social.

En el caso de Putin es “codicia”: “quiere Ucrania”.

En las democracias, el primer ministro no puede decir simplemente “Vamos a la guerra ahora”. Hay controles y equilibrios. Ni siquiera el presidente de Estados Unidos puede declarar la guerra. Primero tiene que pasar por el Congreso. Y en una democracia sería muy poco inteligente ir a la guerra si esa guerra es impopular. Pero en una autocracia como la Rusia de Putin, donde este tiene casi todo el control, es diferente. Putin tiene el control, al menos, de todas las instituciones del Estado, del servicio secreto y del poder militar, y el Parlamento es solo un velo. Esta guerra es su decisión.

Realmente creo que esta es la guerra de Putin. Al igual que creo que la Segunda Guerra Mundial fue la guerra de Hitler.

¿Qué importancia tienen la retórica y el diálogo a la hora de prevenir crisis como esta?

Creo que puede ser muy importante si la otra parte está dispuesta a hacer amenazas creíbles, pero Occidente no lo ha hecho. Han intentado encontrar una solución diplomática hasta el final. Por eso, todos los políticos, como Emmanuel Macron y la ministra de Asuntos Exteriores británica, Liz Truss, viajaron a Moscú para tratar de convencer a Putin de una solución pacífica. Quién sabe si alguno de ellos dijo alguna vez: “Si haces esto, entonces...” Pero ese es el problema de las democracias: nunca saben exactamente lo que van a hacer hasta que llega el momento de hacerlo.

¿Cómo ve la nueva “batalla de las narrativas” en los medios sociales?

Siempre ha habido una “batalla de narrativas”. La propaganda siempre ha sido una importante herramienta de guerra. Basta pensar en las columnas que erigían los romanos o en las cabezas de emperadores que acuñaban en las monedas. Se suponía que eso representaba el poder de Roma. Napoleón era muy consciente del poder de la propaganda. Todas las fotos que había eran de él atravesando los Alpes a caballo, por poner un ejemplo. Se difundieron ampliamente como muestra de poder y con el objetivo de intimidar a sus enemigos.

Creo que la propaganda, en sus diversas formas, siempre ha formado parte de la guerra, es decir, tratar de socavar la posición del enemigo o de poner a otras personas de tu lado. Son los medios de propaganda los que cambian, siempre que las tecnologías también cambian. En la Primera Guerra Mundial, ambos bandos lanzaron octavillas desde aviones, era una forma de llegar al otro bando. En la Segunda Guerra Mundial, ambos bandos utilizaron las emisiones de radio. Y ahora son las redes sociales las que se utilizan para debilitar al enemigo y movilizar a su propia gente.

Hasta ahora, los ucranianos han ganado la guerra de información, estoy convencida de ello. Su narrativa es creída, creo que incluso en Rusia. Por ejemplo, fue muy eficaz tomar a los soldados capturados y dejarlos hablar con sus madres. O el uso de Facebook para mostrar a las familias rusas que sus hijos están bien.

La narrativa rusa es cada vez más loca, si se me permite la expresión. ¿Se supone que el gobierno ucraniano está formado por drogadictos? ¿Se supone que Rusia ha invadido Ucrania para impedir que consiga armas nucleares? Pues Ucrania renunció voluntariamente a sus armas nucleares en los años 90. Nada de esto me parece muy efectivo.

¿Qué influencia pueden ejercer las personas del ambiente de la cultura sobre los actores de la guerra?

Muy poca, creo, mientras dure la guerra. Pueden presionar a los Estados que tienen políticas que los países extranjeros rechazan. Por ejemplo, hubo un boicot al deporte en Sudáfrica durante el apartheid. Esto tuvo un impacto en los sudafricanos, especialmente en los amantes del deporte, que son muchos. Esto da a los que hacen el boicot la sensación de que están haciendo una diferencia. Es un gesto. Pero ¿hará que los políticos rusos cambien de opinión? Creo que eso es muy poco probable.

El viernes por la mañana se informó en todo el mundo de que Rusia había atacado la central nuclear de Zaporiyia, en Ucrania. Quizá sea demasiado pronto para plantear esta pregunta, pero ¿se puede aprender algo de este incidente?

Espero que no haga que más gente sea hostil a la energía nuclear, porque una vez que esta guerra haya terminado, todavía tendremos que pensar en el cambio climático. Y de manera muy seria. Y también sobre cómo vamos a intentar reforzar el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Ellos han solicitado poder ingresar a la central eléctrica de Ucrania.

Tendremos que pensar seriamente si queremos seguir construyendo centrales nucleares y cómo protegerlas si estalla la guerra. Pero creo que debemos pensar en la energía nuclear para no tener que seguir dependiendo de los combustibles fósiles.

La entrevista fue realizada por Brenda Haas para la DW.

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