La noche de Año Nuevo no siempre ha sido la del 31 de diciembre. De hecho, durante siglos la celebración del cambio de año se hacía en Marzo. En la Castilla del siglo XIII, por ejemplo, tenía lugar el 25 de ese mes. El año empezaba ese día y no terminaba hasta el 24 de marzo siguiente, quedando enero como un mes más.
El cambio de fechas puede despertar curiosidad en algunos, pues el calendario juliano, el que se usa actualmente, fue inventado por los romanos en el año 46 A.C., y marcó el tiempo en su imperio. Sin embargo, al entrar la Edad Media en Europa, la tradición se modificó para darle una connotación religiosa al cambio de año.
Fue en Roma donde se propuso la Nochebuena para el 25 de marzo, día de la Anunciación. Para la Iglesia, se trataba de una manera de convertir la Nochevieja en un ritual que evocara la encarnación de Cristo, un momento cumbre en que, según la Biblia, Dios Hijo se hizo humano y trajo la gracia divina a los hombres.
El cambio gustó en la sociedad, y al poco tiempo ya estaban otros cambiándola de fecha. Aunque no siempre escogieron el día propuesto por la Iglesia. Una alternativa era la Pascua, por la que optaron los franceses; o Navidad, usado por algunos reinos de la Península Ibérica. Desde el siglo XIV, así se hacía en los reinos de Castilla y Aragón. En la Navarra del siglo XIII, en cambio, el año empezaba el Domingo de Resurrección, entre marzo y abril.
Ahora bien, como no todos los reinos o países europeos compartían el mismo calendario, fueron los ingleses los primeros en proponer una distinción entre el año civil y el religioso, para no tener conflictos en documentos oficiales y diplomáticos.
Por ejemplo, si alguien deseaba hacer constar una fecha de defunción, de bautismo o matrimonio, tenía que indicar el sistema usaba con una abreviatura. En documentos firmados entre el 1 de enero y el 25 de marzo, tampoco es completamente anormal encontrarse con que el escribano había acabado por hacer constar los años en los dos sistemas, para evitar confusiones.
Sin embargo, el problema con las fechas no se solucionó hasta el siglo XVI, cuando el papa Gregorio XIII (1502-1585) ordenó reformar el calendario juliano. Aunque hay que decir que entre sus razones jamás estuvo imponer que el 1 de enero volviera al lugar que le correspondía. Lo urgente en ese momento era superar las incorrecciones del viejo almanaque, que a esas alturas ya acumulaba diez días de desfase sobre el año solar.
El calendario gregoriano, en cambio, solo se adelantaría unos 26 segundos cada 365 días, requiriendo un ajuste únicamente cada tres milenios. Se logró añadiendo excepciones a los bisiestos, de modo que los años que fueran múltiplos de 100 nunca lo serían, pero sí los de 400.
Esa modificación resultó ser suficiente, y los países que aún no lo habían hecho acabaron por imitar a España, Portugal y algunos de los estados italianos, que un poco antes de que la reforma gregoriana entrara en vigor ya habían retornado al 31 de diciembre como día de Nochevieja. Por temor a que aquello fuera una estrategia de infiltración papista, los reinos protestantes tardaron más. Gran Bretaña y su imperio no lo adoptaron hasta 1752. Desde entonces, el 31 de diciembre se celebra el Año Nuevo en todo el mundo.
Ahora bien, la Navidad, así como el nuevo año, no llegan al mismo tiempo en todo el mundo. El primer país en celebrar las fiestas es Kiribati, un archipiélago y país insular ubicado en la zona central oeste del océano Pacífico, al noreste de Australia. Los habitantes de Kiribati reciben la Navidad cerca de entre 16 y 20 horas antes que los latinoamericanos.
Kiribati es, entonces, el país que se encuentra en el huso horario más adelantado del mundo, con una diferencia de 17 horas con Colombia.