En momentos en que las tensiones militares en el Pacífico y la guerra comercial entre Estados Unidos y China preocupan al mundo, un extraño episodio vino a complicar aún más las cosas. El miércoles de la semana pasada, las autoridades canadienses arrestaron a Meng Wanzhou, hija del fundador de la multinacional electrónica china Huawei, solicitada en extradición por Estados Unidos.
Donald Trump no baja el tono cuando se refiere a China. Promete más sanciones, entre ellas aprobar más aranceles a los productos chinos. Aunque en un principio no explicaron las razones, con el paso de los días trascendió que la acusaban de un supuesto fraude en el que violaba las sanciones comerciales impuestas a Irán. De acuerdo con la justicia gringa, Meng habría comprado equipos de telecomunicaciones fabricados en Estados Unidos que luego envió a Irán, lo que viola las sanciones que Donald Trump impuso a ese país. La posible participación de Huawei en el espionaje global le puso un telón de fondo a toda la trama. Le recomendamos: Canadá arresta a Meng Wanzhou, directora financiera de Huawei, y China responde con enojo Como era de esperar, China exigió la liberación de Meng, mientras alegaba que le estaban violando sus derechos humanos. En Estados Unidos las investigaciones contra Huawei vienen de vieja data. Desde 2012 legisladores estadounidenses emitieron un informe para advertir que los teléfonos celulares de la compañía china podrían esconder dispositivos para espionaje. Desde entonces, las principales empresas de telecomunicaciones de ese país tomaron distancia de la empresa. Y desde 2016, el gobierno de Washington tiene varias pesquisas abiertas contra la empresa china por cuenta del envío de productos de origen estadounidense a Irán y a otros países sancionados por su gobierno. Meng terminó en libertad después de pagar una fianza de 10 millones de dólares, Pero más allá de esas acusaciones, China nunca había contestado como lo hizo esta semana. El miércoles, autoridades de ese país confirmaron la detención de Michael Kovrig, un exdiplomático canadiense que ha estado trabajando como experto a tiempo completo para el International Crisis Group desde febrero de 2017. Medios de comunicación chinos sugirieron que Beijing sospechaba que Kovrig ponía en peligro la seguridad nacional de China. Ese mismo día, Japón, aliado de Estados Unidos, prohibió a ZTE, otra compañía de tecnología china, poner sus manos sobre contratos gubernamentales. Los nipones se sumaron a otros países que establecieron reglas similares contra empresas chinas argumentando razones de seguridad.
El asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Bolton, reveló el jueves una nueva estrategia para contrarrestar las que llamó “prácticas opacas y corruptas” de China en África. Entre tanto, Meng Wanzhou, directiva de Huawei, está en libertad bajo fianza en Canadá. El jueves, China confirmó que, además de Kovrig, también había arrestado a Michael Spavor, un consultor canadiense que vive en Liaoning, una provincia del noreste de ese país. Después, para continuar el rosario de golpes, el diario The New York Times informó que presuntos hackers chinos violaron la seguridad de la cadena de hoteles Starwood de Marriott, lo cual expuso la información personal de unos 500 millones de huéspedes en todo el mundo. De acuerdo con el periódico, ese descubrimiento se produjo cuando la administración Trump planea desclasificar varios informes de inteligencia. Estos revelarían los esfuerzos de China por construir una base de datos que contenga los nombres de los ejecutivos y funcionarios del gobierno estadounidense con permisos de seguridad. Toda una guerra cibernética en la que el asesor de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton, desempeña un papel esencial. Bolton considera a China una amenaza política, económica y militar, y algunos analistas coinciden en que esa posición forma parte de una estrategia más amplia de la Casa Blanca de Trump por mantener una posición de preeminencia mundial. Al respecto, SEMANA consultó a Peter Harrell, investigador del Center for a New American Security, quien testificó el miércoles ante el Comité Judicial del Senado de Estados Unidos sobre las crecientes tensiones entre ambos países. “A Trump y su administración –dijo– les preocupa el desarrollo de misiles con capacidad nuclear en China y les gustaría desplegar más de esos misiles en Asia para contrarrestar el desafío chino. En los últimos 18 meses, Washington ha visto en China un país desafiante que representa la mayor amenaza para su seguridad nacional. Eso explica la guerra comercial, la fuerza militar estadounidense en el Pacífico, la competencia por África (esta semana Bolton pidió a los países africanos que elijan entre Estados Unidos o China), y la carrera tecnológica mundial”. No cabe duda de que las acciones de Estados Unidos están aumentando las tensiones en el Pacífico, lugar donde los ejercicios militares tienen con los pelos de punta a otros actores de la región como Japón. Sin embargo, analistas también ven en las acciones de Trump una respuesta a un número creciente de acciones chinas como la construcción y militarización de nuevas islas en el mar Meridional. Como indica Harrell, “Así como Trump cuestiona los abusos de China, ya sea en el dominio económico o en el cibernético, también debe reconocer que, como la segunda economía más grande del mundo, China querrá más influencia global. Por eso el objetivo de Estados Unidos debería ser descubrir cómo utilizar la presión y la diplomacia para canalizar esa influencia en una dirección positiva, en lugar de comenzar una especie de nueva Guerra Fría con China”. Desde marzo, Trump dio inicio a una fuerte disputa comercial que ha llevado a la imposición mutua de aranceles por miles de millones de dólares. Todo como respuesta a los supuestos abusos chinos entre los cuales están, según Washington, el robo de propiedad intelectual, el déficit comercial estadounidense y la transferencia forzada de tecnología. Mientras que esas medidas condujeron a que China encontrara nuevos amigos en rivales históricos como Australia, Trump mantuvo su retórica cruda y su usual actitud antidiplomática para escalar las tensiones. Su gobierno ha aplicado aranceles a productos chinos por cerca de 260.000 millones de dólares y ha amenazado sancionar casi todas las exportaciones entre ambos países.
El presidente chino, Xi Jinping, no duda en responder cada ataque de su par estadounidense. Sabe que su creciente influencia en África y América Latina tiene con los pelos de punta a más de uno en Washington. A Trump no le bastó con eso y continuó su ataque durante la última Asamblea General de la ONU. Ante el Consejo de Seguridad de ese organismo, acusó sin pruebas a Beijing de entrometerse políticamente en su país porque, según él, los chinos no soportan que sea el primer presidente de Estados Unidos que los desafía en el ámbito comercial. La preocupación de Washington por China ha escalado a tal punto que a finales de noviembre el Pentágono calificó, en su nueva estrategia de defensa nacional, a China como una de las dos mayores amenazas para los intereses de Estados Unidos. “Mi reunión en Argentina con el presidente chino fue extraordinaria. ¡Las relaciones con China han dado un gran paso adelante! Muy buenas cosas sucederán”, trinó Trump a principios de mes. No podía estar más equivocado. La amenaza que supone para Estados Unidos el crecimiento económico y militar chino pone en jaque la tregua comercial que había demorado nueve meses en conseguirse. Dos semanas después todo pasó de una cena amistosa en Buenos Aires a mostrarse los dientes en el escenario global.