Antes de ser acusado de haber violado a su hijastro, el politólogo Olivier Duhamel era considerado como un ilustre miembro de la élite intelectual europea, cercano al Partido Socialista francés. Era un experto ineludible de la vida política que ofrecía sus finas observaciones a la prensa gala y mundial, incluso a SEMANA, que lo entrevistó en repetidas ocasiones entre 2011 y 2016, antes de que anunciara que deseaba reducir sus intervenciones mediáticas para dejar la batuta a las nuevas generaciones de pensadores.
Su nombre cayó en la infamia a comienzos de año con las revelaciones de La familia grande, libro de su hijastra Camille Kouchner en el que lo acusa de haber violado a su hermano a finales de los años ochenta. Duhamel renunció inmediatamente de la presidencia de la Fundación Nacional de Ciencias Políticas de París, vinculada a Sciences Po, escuela en la que se ha formado gran parte de la élite francesa, incluido el actual presidente Emmanuel Macron. Poco a poco, se descubrió que muchas personas cercanas al politólogo estaban al tanto de las sospechas, como Frédéric Mion, quien renunció a la presidencia de Sciences Po bajo el peso de este escándalo revelado por la hija del exministro Bernard Kouchner. El llamado affaire Duhamel provocó la publicación en las redes sociales, con la etiqueta #MeTooInceste, y en la prensa de miles de testimonios de personas que habrían sido abusadas por miembros de sus familias. Entre esas denuncias, hay acusaciones contra varias personalidades nacionales, como el actor Richard Berry, el productor Gérard Louvin y el reconocido sindicalista Marc Pulvar, ya fallecido.
Los especialistas en abuso sexual infantil también reportaron un aumento considerable de las consultas por violencias de ese tipo desde enero. Poco a poco, Francia descubrió el relato de un horror que se creía aislado. Según un sondeo del instituto Ipsos de 2020 que fue rescatado del olvido por el affaire Duhamel, 6,7 millones de franceses, es decir 10 por ciento de la población, habrían sido víctimas de violaciones incestuosas.
Aunque ha sido mediatizado en Francia, este fenómeno se presenta en todo el mundo, como el resto de los abusos sexuales. “En todos los continentes, de 5 a 10 por ciento de los niños son violados en sus familias. La edad media es de nueve años y las violaciones son realizadas en promedio durante cuatro años”, dijo a SEMANA Dorothée Dussy, antropóloga gala del Centro Nacional para la Investigación Científica, autora de La cuna de las dominaciones, que versa sobre este tema.
En el reporte de 2020 ‘Acción para terminar con el abuso sexual y la explotación infantil’, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) indica que muchos niños no saben que son abusados, tienen miedo de hablar o los tabúes de la sociedad los silencian. En Alemania y Finlandia, por ejemplo, tres cuartos de las víctimas de abuso habrían confiado la situación a un conocido, pero solo el 14 por ciento de esos casos llegaron hasta las autoridades.
Ante la amplitud del fenómeno, el Gobierno galo anunció una ley para que las relaciones entre miembros de la misma familia sean consideradas automáticamente como no consentidas cuando ocurren antes de los 18 años de la víctima. Pero la principal dificultad para luchar contra estos crímenes reside en que, para erradicarlos, habría que eliminar las dinámicas sexistas en la sociedad. “Son violaciones que se autorizan una proporción notable de hombres, de 5 a 10 por ciento de ellos en cada país. El incesto es un avatar del patriarcado, pues la apropiación sexual de los niños es una prerrogativa del patriarca en la familia”, explicó Dussy.
Aunque la situación es escalofriante, al menos el silencio se está rompiendo. Es un primer paso para comenzar a proteger a los menores, sancionar a los victimarios, pero también, como lo explicó Camille Kouchner en una entrevista a la revista Madame Figaro, para que se conozca la profundidad de los estragos causados por los abusadores: “Destruyeron una familia, incluso generaciones”.