En medio de todas las tragedias de la vida de Joe Biden, el dolor que aún le arranca lágrimas es la partida de Beau, su hijo. “Nunca se va”, dijo hace unos días sobre el sentimiento de tristeza que le produce aún su vacío. El electo presidente de los Estados Unidos ha contado ese episodio múltiples veces, pero nunca tan profunda y detalladamente como en el libro de sus memorias. A propósito de su llegada al poder, varios medios han reproducido ese capítulo.
“A lo largo de los años he descubierto que mi presencia casi siempre brinda algo de consuelo a las personas que han sufrido pérdidas repentinas e inesperadas. No porque posea algún poder especial, sino porque mi historia me precede”, dice Biden en ese conmovedor texto.
La muerte de Beau fue determinante en su carrera política. Hace cuatro años, Biden era uno de los candidatos más lógicos. Sin embargo, esa partida fue desgarradora y él decidió suspender esos planes de su vida pública mientras podía sanar.
Para Joe Biden el tiempo que había ganado con Beau era casi un milagro. La vida, en cierto modo, les había dado a todos una oportunidad.
Tras ganar su primera campaña electoral, Biden perdió a su esposa Neilia y a su hija Naomi en un trágico accidente de tránsito mientras compraban los regalos de Navidad en 1972. Biden estaba en su oficina en Washington y recibió una llamada aterradora. “Su esposa e hija han sufrido un terrible accidente. Tiene que regresar a casa”, le dijeron al teléfono. Su familia había salido a comprar un árbol de Navidad y en el camino un camión que transportaba mazorcas levantó el auto y apagó casi inmediatamente el corazón de las dos mujeres de su vida. Su esposa apenas tenía 30 años y la bebé 13 meses.
Los dos niños pequeños –Beau, de 3 años, y Hunter, de 2– se debatieron las primeras horas entre la vida y la muerte, pero sobrevivieron. En campaña, Biden ha contado que todavía suele parar a saludar a los bomberos que se cruza, ya que fueron ellos los que salvaron la vida de ambos.
“Al principio, el dolor parecía insoportable. Recuerdo vívidamente, después de la muerte de Neilia, que no podía ni siquiera abrir la puerta del armario del dormitorio que compartíamos. Recuerdo la angustia de oler su aroma en las almohadas y mirar el lugar vacío en el lavamanos del baño donde había estado su cepillo de dientes”, relató Biden en su texto.
Desde que eso sucedió, el nuevo presidente tiene un ritual casi sagrado. Todos los domingos acude a la parroquia de San José en un barrio Wilmington. Allí, en un cementerio, descansan sus padres, su primera esposa, su hija fallecida y Beau, bajo una lápida decorada con una pequeña bandera estadounidense.
“Para mí, para mi hijo que falleció. La fe que me mantiene es la fe que mantiene a América. Y espero que sea algo de esperanza y de alivio para los miles de americanos que han perdido a sus seres queridos. Yo espero que esto les dé alivio y que puedan ir en las alas de los ángeles hasta donde quieran llegar. Ahora juntos en las alas de las águilas nos embarcamos en un trabajo que Dios nos pide, con corazones llenos, con las manos fuertes, con fe en América, con amor por el país. Seamos la nación que sabemos que podemos ser”, dijo Biden en su discurso de elección.
En sus memorias, el electo presidente había contado detalles dolorosos de cómo fue entender que Beau tenía una enfermedad incurable y el tránsito hacia aceptar que se había ido.
Biden había guardado el diagnóstico de cáncer por un año. En ese momento el panorama era desolador. “La vida media después del diagnóstico de ese cáncer cerebral virulento que tenía Beau es de 12 a 14 meses. Tal vez dos personas de cada 100 podrían pasar ese tiempo y lograr una remisión. Pero eso significa que algunas personas lo superan, nos dijimos. Entonces, ¿por qué no Beau?”, pensaba al inicio.
Lastimosamente, su hijo no fue uno de esos casos afortunados. “Beau estaba decidido a luchar... Inmediatamente después del diagnóstico, corrió una maratón. Y optó por el tratamiento más agresivo posible: cirugía, radioterapia, triplicar la cantidad del fármaco de quimioterapia estándar”.
A pesar de todos los esfuerzos que se hicieron, el cuerpo de Beau no respondió. “En febrero de 2015, el médico de Beau llamó para decir que las células cancerosas se estaban multiplicando rápidamente y en nuevos lugares. Cuando colgué el teléfono, Jill y yo nos miramos y nos abrazamos”.
Biden habló largamente del tema con su jefe, Barack Obama. Un día, cuando le contó que las cosas ya no tenían reversa, levantó la mirada y encontró que el presidente estaba llorando inconsolablemente. Tiempo después, Biden le preguntó si hipotecaba la casa para el tratamiento. Obama le contestó inmediatamente que no lo hiciera y que él le daría el dinero. “Me pagas cuando puedas”, le aseguró.
Beau Biden entró en la fase final de su tratamiento y se le hizo una cirugía definitiva. Nada de eso funcionó. “Lo que estaba sucediendo en su cerebro ya no era reversible, me dijeron los médicos. Nada podía salvar a Beau” recordó en su texto.
El 30 de mayo a las 8:00 p. m. finalmente lo peor pasó. “Sucedió”, anoté en mi diario. Dios mío, mi niño. Mi hermoso niño se fue”, recordó en ese texto Biden.
En una reciente entrevista, el presidente narró la indeleble influencia que tiene Beau en su vida. “Cada mañana me levanto y me pregunto: ¿estaría orgulloso de mí?”.
“Joe y yo siempre nos hemos tenido el uno al otro”: la historia de cómo Jill Biden ayudó a levantarlo
Después de la tragedia, a la vida de Joe Biden llegó la luz. La historia oficial cuenta que durante meses sus amigos le insistieron que volviera a salir con alguien. Finalmente, un día en 1975, en un almuerzo con su hermano Frank, vio un anuncio publicitario con la foto de Jill. “Saldría con alguien como ella”, le dijo. Casualmente, Frank tenía su número de teléfono: “Llámala. Te va a encantar, ella odia la política”.
Joe la llamó esa misma tarde. Jill sabía quién era por su campaña al Senado y aceptó la invitación. El resto es historia. Por primera vez desde que perdió a su esposa Joe sentía esperanza. “Me devolvió la vida”, escribió Biden en sus memorias. “Me hizo pensar que mi familia podría volver a estar completa”.
Una mañana, los hijos de Biden –Hunter y Beau–, que en ese entonces no superaban los diez años, se acercaron a su padre: “Pensamos que deberías casarte con Jill, ¿no crees?”, le dijeron. Biden les respondió que era una excelente idea. “No tuve el corazón para decirles que ya le había preguntado y me había dicho que no”, confesó en sus memorias.
“Sabía que si me casaba con él tendría que renunciar a mi apartamento, el único lugar que era solo mío”, escribió Jill en sus memorias. “Sabía que tenía que tomarme un tiempo en el trabajo para dedicarme a los niños, darles tiempo para que se acostumbraran a tenerme todo el tiempo en casa. Además, me convertiría en la esposa de un senador... era mucho para pensar”.
Jill ya se había divorciado una vez y quería estar segura de que esta vez si era “para siempre”. Joe hizo la pregunta cinco veces, pero no fue hasta que tuvieron que separarse por varios días, mientras Biden estaba en un viaje de negocios en África, que Jill se decidió a darle el sí.
Hunter y Beau caminaron con ella al altar el 17 de junio de 1977 y comenzaron a llamarla “mamá”, y a Neilia la llamaban “mami”. Jill tomó un descanso en su carrera para aclimatarse en su nuevo rol como madre y esposa. Estaba decidida a dedicarse a su familia sin perder de vista su pasión por la enseñanza. En 1980 quedó en embarazo y volvió a la universidad para completar un posgrado en educación. Un año después recibió su máster y a su hija Ashley.
Se tomó dos años para ser madre a tiempo completo y regresó al ruedo como profesora en el programa para adolescentes del hospital psiquiátrico Rockford Center. En 1987 realizó un posgrado en inglés que le permitió comenzar a enseñar en la Universidad de Delaware. Mientras tanto, su esposo se preparaba para su quinta campaña al Senado.
Desde el comienzo Jill sabía que ella y Joe perseguían sueños profesionales diferentes, pero eso no sería un impedimento para construirlos juntos. Ella quería dedicar su vida a la educación, él a la política. Mientras Joe organizaba sus campañas electorales, Jill planeaba las clases de inglés que dictaba en una universidad pública.
“Los buenos matrimonios nos empujan, no a convertirnos en otra persona, sino a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos”, escribió Jill sobre el rol de Joe en todo su proceso profesional.
Un año antes de que Barack Obama le ofreciera a Biden la Vicepresidencia, Jill recibió su doctorado en educación con una tesis sobre cómo disminuir el abandono escolar y retener a los estudiantes en los centros. Joe puso entonces un letrero en la ventana de la casa que decía: “Aquí viven la doctora y el senador Biden”.
El año siguiente, Obama ganó las elecciones y Biden se convirtió en el vicepresidente de los Estados Unidos. Jill aceptó un trabajo como profesora de inglés en la Universidad de Virginia del Norte y se convirtió en la primera “segunda dama” en tener un trabajo pago mientras su esposo ocupaba el cargo.
Jill se las ingenió para balancear su trabajo como profesora con sus responsabilidades en la Vicepresidencia. Acompañó al presidente y a la primera dama a numerosos viajes durante los ocho años de administración y frecuentemente utilizaba los vuelos para revisar los trabajos de los estudiantes.
“A veces se me olvida que Jill tiene otro trabajo”, dijo Obama en entrevista con la revista People. “Me volteaba y la veía corrigiendo ensayos, muy diligente. Me causaba mucha curiosidad”, afirmó el expresidente.
Jill ha dicho que en algunas oportunidades organizó con el servicio secreto para dictar clases presenciales. Los agentes se hacían pasar por estudiantes y se sentaban en el corredor con un computador afuera del salón donde ella estaba para mantener un bajo perfil. Sus compañeros de trabajo han repetido que ella siempre mantuvo su identidad muy privada y que incluso se presenta con su apellido de soltera para evitar llamar la atención.
Aunque ciertamente será más complicado, Jill planea hacer lo mismo durante su tiempo en la Casa Blanca. “Voy a continuar enseñando”, dijo en entrevista con CBS News. “Es importante y quiero que la gente valore a los profesores, conozca su contribución y apoye la profesión”.
“Ha habido tragedias”, escribió Jill en sus memorias. “Nuestros corazones se han roto, pero el único lugar seguro de los peligros del amor es el infierno. Y una cosa en mi vida ha permanecido siempre igual: Joe y yo siempre nos hemos tenido el uno al otro”.
Jill asegura que Biden “aprendió cómo sanar una familia rota y de la misma manera se sana a una nación, con amor, comprensión, pequeños actos de bondad, valentía y una esperanza inquebrantable”.