Manaos es una ciudad histórica, repleta de palacetes neoclásicos, un monstruo urbano rodeado por la jungla más espesa del mundo, un polo industrial de dos millones de habitantes. Manaos es todo eso, pero definitivamente no es una capital futbolera. Nacional Futebol Clube, el más tradicional de sus equipos, a duras penas se mantiene en la serie D, la cuarta división del fútbol brasileño. Cosecha sus glorias en el Campeonato Amazonense, que apenas atrae a 500 personas por partido. Una afición modesta que un domingo cualquiera apenas llenaría el 10 por ciento de la Arena da Amazonia, el costoso regalo que el Mundial de Fútbol 2014 le va a dejar a Manaos. Con 44.000 cómodas sillas y una arquitectura sostenible, el proyecto dice estar inspirado en la selva amazónica. Pero, más que un homenaje a la flora local, después de los solo cuatro partidos que se van a disputar en el recinto, a Manaos va a llegar un animal indeseable, aparatoso y ruinoso: un monumental elefante blanco. El paquidermo de concreto ya costó 284 millones de dólares, un 34 por ciento más de lo presupuestado y –lo peor de todo– en la construcción, que está retrasada, han muerto dos obreros, según los sindicatos por trabajar a contrarreloj y en condiciones precarias. Y hasta ahora, la propuesta más seria para su futuro es convertirlo en una cárcel. Para Manaos, más que una bendición, el Mundial se está volviendo un lastre.Un problema que no solo toca a esa ciudad. Las canchas de Brasilia, Cuiabá y Natal son sobre el papel igual de inútiles, en São Paulo una grúa cayó sobre su estadio y día a día los sobrecostos se multiplican. La factura total del Mundial ya alcanza los 14.000 millones de dólares, un récord absoluto. Desde las inmensas manifestaciones de mediados de 2013, el país siente que organizar la Copa Mundo fue una pésima idea que, al final, solo alimentará el gremio de los constructores, enriquecerá a un puñado de políticos corruptos y llenará las cuentas de la Fifa. Los gobernantes, que embarcaron el país en una aventura incierta por ego político, por prestigio internacional y por un gigantismo absurdo, tienen por supuesto la culpa. En vez de contentarse con ocho sedes, como lo exigía la Fifa, los promotores llevaron el Mundial a 12 ciudades. Como dijo el ministro de Deportes, Aldo Rebelo, “Brasil es un país enorme. ¿Cómo podíamos hacer una Copa Mundo que excluyera el 60 por ciento de nuestro territorio?”. Pero cuando decidieron organizar el megaevento, también firmaron un pacto espinoso.Según le dijo a SEMANA Jens Sejer Andersen, director de Play the Game, una organización que busca más transparencia en el deporte, “hicimos una proyección sobre el futuro de los estadios. La decisión de construir 12 en vez de ocho fue del gobierno. Pero las exigencias de la Fifa son desproporcionadas si uno mira qué uso van a tener después. En varias ciudades no hay clubes que tengan público para asegurar un negocio equilibrado. Ni siquiera si se suman los espectadores de todo el año y se juntan una misma noche se pueden llenar las canchas”.Un negocio privadoPara la Fifa, el Mundial es una manifestación privada que le vende a países, multinacionales y canales de televisión. El país hace las inversiones, ya sea mediante concesiones, dinero público o empresarios. Los beneficios directos van a la arcas de la Fifa, mientras que los que son a mediano plazo y son difíciles de medir, como la productividad, el empleo o el turismo, van para la nación organizadora.Inicialmente el plan del gobierno era invitar a la empresa privada para que se involucrara en los proyectos, pero pocos dijeron presente. El senador opositor Álvaro Dias dijo con rabia que “solo el 8 por ciento de la inversión viene de capital privado. Nos habían dicho que sería lo contrario, que no iban a tocar fondos públicos”. El gobierno tuvo que construir con recursos del erario recintos con estándares europeos (palcos numerosos, parqueaderos enormes, sillas en todas las localidades) que no responden a la realidad de los hinchas brasileños. La Fifa pide además que le entreguen dos kilómetros de espacio público alrededor de las canchas. Ahí decide quién pone publicidad, qué cerveza y qué perros calientes se venden, y sobre todo se asegura de que no aparezca ni la sombra de un vendedor ambulante. Para el geógrafo Chris Gaffney, experto en fútbol y cultura, se transforma el espacio del estadio, abierto e integrado a las comunidades, en un área cercada y regulada, donde manda la organización internacional. Para rematar, la Fifa no va a pagar ni un centavo de impuestos sobre esa montaña de dinero en camisetas, bebidas, recuerdos, boletas, derechos de transmisión e incluso sueldos. Es uno de los sacrificios que hace un país para organizar su fiesta. Romario, delantero letal en el Mundial Estados Unidos 94, ahora convertido en político, dijo que “la Fifa va a hacer en Brasil un beneficio de 1.800 millones de dólares, de los que debería pagar 450 millones en impuestos. Pero no va a dejar nada. Vienen, montan el circo, no gastan nada y se llevan todo”.Todo quedó regulado por la Ley General de la Copa, que los congresistas brasileños votaron en junio de 2012 en medio de la polémica. Casi todo lo que la Fifa pidió, Brasil se lo dio. No solo porque les entregó a los barones del balón superpoderes tributarios y la privatización temporal de espacios públicos, sino porque se liquidó la prohibición de vender alcohol en los estadios; se menguó el derecho que tienen estudiantes y jubilados a descuentos en la boletería; se flexibilizaron las condiciones que exige Brasil para otorgar visas; e incluso se sugiere declarar festivos los días de partido. No por nada en las manifestaciones de 2013 muchas pancartas clamaban que la “Fifa es el verdadero presidente”. Con su monopolio sobre la pelota la Fifa espera cosechar en Brasil 4.000 millones de dólares, es decir el 95 por ciento de sus ingresos. Dos terceras partes vienen de los derechos televisivos y el resto de los de mercadeo (patrocinadores y productos derivados). A cambio deberá desembolsar 576 millones en premios, una compensación diaria de 2.850 dólares por jugador para sus clubes y un dinero que gira a las federaciones que participan. Promesas, promesas, promesas…A cambio de eso al país le prometieron el oro y el moro. El 30 de octubre de 2007 Brasil era solo sonrisas. En un suntuoso salón en Zúrich, acaban de confirmar que “o país mais grande do mundo” organizaría la competencia. Ese día Ricardo Texeira, entonces presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, dijo que en las “próximas semanas vamos a tener un flujo constante de inversiones, la Copa nos va a permitir tener una infraestructura moderna, es algo que va mucho más allá del deporte, va a ser una herramienta para promocionar la transformación social”. A él no le fue mal. En 2012 renunció a su puesto y se exilió en una mansión en Florida tras denuncias de corrupción. Los demás sienten, como dijo Romario, que “el Mundial 2014 propiciará el mayor robo de la historia de Brasil”. Los escenarios van a costar 3.400 millones de dólares, cuando en 2006 los alemanes se gastaron 1.570 millones y en 2010 los surafricanos 1.400 millones. Play the Game calculó que cada silla le va a costar al país 5.800 dólares. Por el contrario, Alemania apenas gastó 3.400 dólares por espectador y después de la Copa tuvo equipos lo suficientemente populares como para hacer rentables sus flamantes escenarios. Jens Alm, el autor del estudio, dijo que “es normal que un país que organiza una Copa quiera buenos estadios. Pero nada explica por qué los gastos en Brasil son más elevados que en Alemania o en Suráfrica”. En infraestructura hay retrasos en los aeropuertos de siete de las 12 sedes, mientras un documento del gobierno, revelado por la agencia Reuters, acepta que el tráfico aéreo va a exceder en más del 50 por ciento las capacidades aeroportuarias. La línea de tren ultrarrápido entre Río de Janeiro y São Paulo solo existe en los discursos y las nuevas autopistas tienen problemas de contratación. De los 50 proyectos de movilidad urbana, ya se abandonaron 13.A los brasileños también les prometieron que llegarían 600.000 visitantes, se crearían 720.000 empleos y el país recibiría una inyección de 50.000 millones de dólares. En realidad, los megaeventos no tienen un impacto grande sobre el turismo, pues son tantos los que llegan como los que se ahuyentan por la falta de hoteles, las hordas y la inflación. En agosto de 2012, en plenos Juegos Olímpicos, llegaron 150.000 personas menos a Londres que en 2011, y en Sudáfrica solo aterrizaron 309.000 extranjeros cuando contaban con 450.000 viajeros. Con el Mundial sin duda se crearán trabajos, pero la mayoría son temporales, mal remunerados y hasta inseguros, como se reveló con los accidentes en las obras mundialistas. En Cuiabá, donde jugará Colombia, incluso reclutaron mano de obra de inmigrantes haitianos para suplir los huecos.Aunque hacer desde ya balances económicos es imposible, el caso de Sudáfrica sirve de ejemplo. El Mundial le costó 3.500 millones de dólares y le dejó, en palabras del gobierno, un “legado intangible”. Se invirtió en infraestructura, pero también hay varios elefantes blancos como el estadio Green Point en Ciudad del Cabo, que ahora piden demoler, pues cuesta demasiado mantenerlo.Los economistas Simon Kuper y Stefan Szymanski escribieron en su libro Soccernomics que “el Mundial no va a hacer Brasil más rico. Hay que entenderlo como una serie de transferencias de dinero: de los contribuyentes brasileños a la Fifa, a los fanáticos, a los clubes y a las constructoras. No es una bonanza, Brasil sacrifica un poco de su futuro para organizar la Copa Mundo”.Por eso muchos apuestan que la cita mundialista, como lo fue la Copa Confederaciones en 2013, será de nuevo un escenario de protestas. Cada vez que puede Romario lanza puntazos contra los “ladrones corruptos” que dirigen el balompié y pide a los brasileños no descansar: “Una cosa positiva es que las personas han salido a las calles y quiero que sigan protestando”. Algo vital, pues como explicó Andersen a esta revista, “está muy bien que Brasil le dé vida democrática a un movimiento deportivo al que le hace falta tanta democracia. Puede ser el primer paso hacia más transparencia. Aunque claro, la Fifa puede pensar que de ahora en adelante sea tal vez mejor organizar su Mundial en países autoritarios, donde no hay tanto ruido”. ¿Será una mera coincidencia si las próximas Copa Mundo se jugarán en Rusia y en Qatar?¡Qatárstrofe!Las denuncias en torno a la sede del Mundial de 2022 dejan claro que los dirigentes todavía no son fair play.En fútbol el resultado más sobresaliente de Qatar en su historia fue haberle ganado 9-0 a Afganistán. Por eso el mundo se asombró cuando este billonario emirato petrolero de menos de dos millones de habitantes se ganó el derecho de organizar el Mundial de 2022. La competencia, que se jugará después de Rusia 2018, desde ya se ahoga en los escándalos.¿Compraron el Mundial? La revista France Football reveló un correo interno de la Fifa en el que el secretario general, Jerome Valcke, escribió hablando del dirigente deportivo qatarí Mohamed Bin Hammam: “Piensa que puedes comprar a la Fifa como compraron la Copa del Mundo”. Aunque Valcke dijo que era un comentario “jocoso”, también se reveló que la delegación francesa apoyó la candidatura árabe a cambio de inversiones en petrodólares. Trabajo esclavoEl diario británico The Guardian y después la ONG Amnistía Internacional denunciaron que inmigrantes nepaleses e indios construyen en Qatar las obras mundialistas en condiciones más que precarias. A muchos les quitan sus papeles apenas llegan, no les pagan sus sueldos y trabajan jornadas de más de 12 horas sin seguridad, descanso ni alimentación. Según la investigación, en estas condiciones podrían morir alrededor de 4.000 obreros antes de que empiece el Mundial.Una Copa en inviernoDesde siempre los Mundiales se disputan en junio, pero en Qatar es imposible pues en ese mes el termómetro alcanza los 50 grados centígrados. Aunque los jeques aseguraron que iban a construir estadios con aire acondicionado e incluso nubes robots, lo más probable es que la competencia se dispute en el invierno qatarí, cuando el mercurio llega a los 25 grados. Eso va a provocar disputas mayores con los campeonatos de clubes, que tendrán que reorganizar su calendario.