Rodrigo Botero, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) y uno de los mayores conocedores de la Amazonía, hace un fuerte llamado. Es el momento, según él, de que el país ponga un alto fuego.
El reconocido ambientalista ha estado en el equipo negociador con el ELN del gobierno. Cuenta que así como se han hechos esfuerzos por lograr la paz con los grupos armados, es necesario generar un proceso de esa embergadura para frenar los incendios.
Asegura que están en juego los ecosistemas más estratégicos del país: los páramos y la selva amazónica. Agrega que los dos son esenciales para el agua del país y del mundo.
Botero hace hincapié en que la sequía en el Amazonas podría manifestarse muy pronto, lo que aumentaría la amenaza sobre un ecosistema ya devastado por la deforestación y los incendios provocados por la intervención humana. Allí, miles de hectareas han sido calcinadas por manos criminales que quieren apropiarse de la tierra para expandir la frontera agrícola.
Según afirma Rodrigo Botero, “una hectárea de bosques amazónicos puede almacenar más o menos 280, 300 toneladas de biomasa por hectárea, que adicionalmente representan unas 140 a 150 toneladas de carbono, almacenado allí en términos de su cobertura aérea, que tiene además la posibilidad de retener en sus raíces, una cantidad casi que similar a la que se sostiene en la parte aérea y con una capacidad, obviamente, de remoción de carbono atmosférico cercana a las 300 toneladas”
Así mismo, cuenta que los registros evidencian que frente a 2023 se ha presentado un aumento del 200% en el número de focos en la Amazonia colombiana y se espera que el fenómeno se agudice en febrero.
“Me parece súper importante decir que en una hectárea de bosques naturales en la región amazónica se está perdiendo el equivalente a entre 600 y 700 árboles maduros por hectárea, de diferentes especies”, detalla.
“Adicionalmente, tenemos que en el suelo, en las ramas, en los diferentes estratos del bosque existen diferentes tipos de especies, un universo enorme de especies que nos ubican allí en cada hectárea, una de las zonas más ricas en biodiversidad del planeta, que contrasta mucho con los bosques homogéneos de pinos que tenemos en los cerros orientales, en donde difícilmente encontramos una especie diferente debido a que han sido especies plantadas allí, de una manera uniforme que adicionalmente ya no pueden casi sostener ningún tipo de especies de animales vertebrados diferentes a algunas aves, y en donde lo que encontramos es un bosque desértico, en términos de biodiversidad contrastado con el bosque que encontramos en la región amazónica”, agrega.
Así mismo hace un llamado a señalar que el fenómeno que se ha venido dando en estos días está liberando unas cantidades enormes de CO2. Añade que de allí se produjo un proceso de contaminación atmosférica que dejó en algunos días de la semana pasado el 90 por ciento de las estaciones con una calidad de aire de mala a muy mala. “Se podrá imaginar lo que sucede cuando se dan las quemas de los bosques, durante el periodo verano en la región amazónica”, asegura.
“Para dar una idea también en términos de la magnitud, aquí en Bogotá se han quemado cerca de 30 hectáreas. Estamos hablando de que en la región amazónica es multiplicado por mil lo que hemos visto. En los últimos cinco años hemos encontrado cifras de 120 mil a 140 mil hectáreas de bosques incendiados y calcinados, producto del proceso de deforestación. Esto sin contar, por ejemplo, lo que sucede con las áreas de sabanas que no se contabilizan dentro de los procesos digamos lo de incendios o las áreas de rastrojos que también se pierden, que son coberturas naturales producto de los incendios”, comenta Botero.
Ahora bien,”los únicos datos que tenemos de contaminación atmosférica está en ciudades, están para Bogotá y Medellín, pero en general todo el aire urbano, del país, se ve seriamente afectado por las emisiones de material particular”, asegura.
Un estudio, recientemente publicado en la revista ‘European Journal of Clinical Investigation’, plantea una perspectiva nueva al demostrar que la contaminación del aire, que tradicionalmente se ha asociado con problemas respiratorios, también puede tener efectos perjudiciales en los niveles de lípidos en la sangre, aumentando así el riesgo de enfermedades cardiovasculares.