Tras cinco días de aparente incertidumbre, marcados por las intensas protestas de los seguidores del candidato opositor Henrique Capriles, se confirmó lo que parecía inevitable. Nicolás Maduro, el candidato ungido por el difunto Hugo Chávez para continuar la revolución bolivariana, se posesionó ante la Asamblea Nacional en una ceremonia a la que asistieron 17 presidentes latinoamericanos.  Atrás quedaron las protestas de los opositores, que salieron ruidosamente a las calles y los frenéticos esfuerzos de la campaña de Capriles por concitar la solidaridad internacional para sus denuncias de fraude. Al final del viernes, el juego parecía terminado, aunque en realidad, con las circunstancias en que se encuentra el país y el débil liderazgo del nuevo mandatario, podría decirse que apenas comienza.  Venezuela quedó aturdida desde el 14 de abril, cuando Maduro fue proclamado ganador y Capriles no reconoció los resultados. Desde el lunes en la tarde, la oposición convocó a una protesta que se tornó violenta en algunas zonas del país y dejó como resultado siete muertos y más de 130 heridos.  El gobierno reaccionó a los gritos, responsabilizó a la oposición de lo ocurrido y amenazó con reprimir nuevas marchas de la oposición, que señalaba más de 3.000 abusos e irregularidades que favorecieron al gobierno en votos.  Ante las amenazas Capriles le bajó el volumen a sus declaraciones y canceló la marcha convocada para el día siguiente, pero dijo a sus simpatizantes que continuaran expresando su “arrechera” con cacerolazos desde sus casas todas las noches. Como contraofensiva, Maduro ordenó a los chavistas responder con “cohetazos” de pólvora y música revolucionaria.  La guerra del ruido, que tuvo lugar durante tres noches seguidas, terminó el jueves en la noche. La presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena, anunció que aceptaba la petición de auditar los resultados de las elecciones, lo que produjo el doble efecto de complacer a los presidentes latinoamericanos reunidos en Lima para estudiar la situación, y aplacar a los opositores, que celebraron la decisión porque les permite acceder a las actas, las papeletas y los cuadernos de votantes para sustentar mejor sus denuncias e impugnar las elecciones en algunas mesas dentro de 20 días.  Capriles les dijo a sus seguidores que fueran pacientes porque el proceso de revisión podría tardar meses. En vez de marchar o ‘cacerolear’ durante el acto de posesión, Capriles les pidió que pusieran canciones de salsa y el viernes en la tarde el ‘salserolazo’ se mezcló con el taca taca de las ollas usadas como timbales, mientras Maduro juraba por la patria en el recinto de la Asamblea Nacional.  Hasta que no se resuelva la disputa electoral, si es que se resuelve, el “mientras tanto” de Maduro sería de varios meses o de seis años, que es lo que dura el periodo presidencial. No será un tiempo fácil para un país que quedó partido en dos. Hay serias dudas sobre la ecuanimidad de las instituciones venezolanas, principalmente, de los organismos de control en esta crisis.  Y es poco probable que la comunidad internacional decida interferir a fondo en un asunto interno tan complicado. Los otros poderes, el económico y el de los medios, están bajo amenaza permanente del gobierno, y el militar obedece formalmente a Maduro, quien ha sorprendido en los últimos días por un talante irascible y represivo, muy distinto al que se le conocía como canciller. De su liderazgo depende que las partes se entiendan y que el país salga a flote de una fuerte crisis económica que ha estado en pausa por las elecciones, pero que más pronto que tarde va a hacer agua.    Diálogo de sordos   Pero no habrá entendimiento posible si las declaraciones subidas de tono y descalificativos continúan de un lado y otro. Tras los disturbios violentos de la noche del lunes, Maduro no dudó en calificar a Capriles de “asesino”, “fascista”, que estaba detrás de “hordas nazistas” que “odiaba” al pueblo, no solo venezolano, sino también al cubano e incluso al colombiano. El canciller, Elías Jaua, dijo ante el cuerpo diplomático que responsabilizaba a Capriles de lo que llamó la ‘noche de los cristales’ venezolana, haciendo alusión a la fatídica noche de la Alemania nazi, en la que fueron atacados miles de judíos.   No es la primera vez que Maduro y otros representantes del gobierno hacen comentarios de este estilo contra un nieto de sobrevivientes del holocausto nazi. Semejantes barbaridades en boca de Chávez, que también las decía, no eran tomadas tan en serio por la personalidad del presidente.  En periodos de crisis podía tornarse muy severo, pero parecía saber cuándo suavizar el verbo y utilizar el humor para distensionar el ambiente. Las frases de Maduro no tienen nada de gracioso y resultan peligrosas en un ambiente tan polarizado. En su largo discurso presidencial osciló entre el ataque feroz contra la oposición, a la que calificó hasta de “diablo”, y gestos de paz y diálogo que no hicieron más que confundir a la audiencia. “Agarrémonos las manos, démonos un abrazo” .  Por otro lado Capriles, quien en términos generales se creció como el líder de la oposición en esta crisis, pareciera a ratos no haber entendido que ya no está en campaña. Sigue atacando a Maduro, llamándolo “mentira fresca” en sus discursos, y en actitud de machito retador, dijo en una entrevista por televisión que sabía que querían atentar contra su residencia de gobernador y que por eso mismo allá iba a estar esperándolos. Horas antes, les había dicho a sus seguidores que se resguardaran y no cayeran en provocaciones.   Como líder de esa opción política que representa a la mitad del país, a Capriles le correspondería guardar prudencia y protegerse, sobre todo después de que el gobierno amenazó que si no reconocía a Maduro, no lo reconocería a él como gobernador del estado Miranda. De hecho, el gobierno creó hace dos semanas Corpomiranda, una institución paralela a la que dotó de presupuesto y administrada por el canciller Jaua, quien perdió ante Capriles en las pasadas elecciones regionales.  El gobierno también ha amenazado con llevar a Capriles a la cárcel y a otros líderes de la oposición por ser autores intelectuales de los sucesos de violencia ocurridos la semana anterior. En los últimos días, han arreciado rumores de órdenes de captura contra algunos dirigentes, entre ellos el exalcalde Leopoldo López, que ya tiene varios procesos ante la Justicia. Al menos dos diputados opositores y el gobernador Henri Falcón, mano derecha de Capriles, enfrentan también investigaciones por supuestos actos de corrupción.  Guerra informativa Salvo las contiendas del lunes, la confrontación se ha dado más en los medios que en las calles. Esta crisis ha hecho evidente una vez más el frágil equilibrio informativo que ha existido en Venezuela desde el golpe contra Chávez de 2002, pues desde entonces muchos venezolanos ven a los medios como actores políticos y no como informadores. Por eso, el lunes en la noche, durante las protestas violentas, las sedes de algunos diarios y periodistas considerados gobiernistas u opositores fueron detenidos o atacados, incluso a tiros, en varias partes del país.  En esas circunstancias, los medios se acusan mutuamente de mentir, lo que ha hecho imposible tener información confiable, y las redes sociales, en vez de contribuir a la verdad, exacerban las pasiones y aumentan la desinformación. En un episodio emblemático, el gobierno denunció que algunos centros médicos habían sido atacados por culpa de un trino del periodista Nelson Bocaranda, según el cual allá se guardaba material electoral.  Pero un diario local y la ONG Provea investigaron los hechos y no encontraron daños. Medios oficialistas denunciaron, por otra parte, que los miembros de la oposición habían publicado fotos de 2010 de urnas quemadas como si fueran de ahora.  Lo grave es que Nicolás Maduro, en vez de exigirles responsabilidad a los periodistas, les está pidiendo que tomen partido. “Llamo a Venevisión, a Televen, a todos los medios de comunicación. Defínanse con quién están, con la patria, con la paz, con el pueblo o van a volver a estar con el fascismo”. Esta crisis se da, además, justo en momentos en que Globovisión, el único canal de televisión abiertamente opositor, está en proceso de ser comprado por empresarios que impondrían una línea editorial menos crítica y combativa, para no sufrir las presiones que terminaron por hacer económicamente inviable al canal.    Poderes capturados La guerra de los micrófonos también se expresó de manera brutal en el seno de la Asamblea Nacional. Su presidente, el diputado Diosdado Cabello, gritó desde su púlpito el miércoles que no le daría el derecho a la palabra a ningún parlamentario que no reconociera a Nicolás Maduro como legítimo presidente.  Además, amenazó con la siguiente frase. “No se equivoquen. Chávez era el muro de contención de esta revolución…No jueguen con candela”, dijo. Esa misma noche, los micrófonos no solo fueron utilizados para intimidar a los parlamentarios, sino también para atacarlos. El diputado opositor William Dávila fue golpeado en el ojo y según el médico que lo atendió de urgencia, estuvo a punto de desprendérsele la retina. Este es el segundo incidente de violencia que se presenta entre parlamentarios en lo que va corrido del año.   La Asamblea Nacional es solo uno de los poderes en Venezuela controlados por el chavismo. Por ser el principal órgano de deliberación política, preocupa la amenaza de mordaza, pero es aún peor lo que sucede en otras instituciones, especialmente los organismos de control. Las declaraciones de las dos cabezas principales de la fiscal general y de la presidenta del Tribunal Supremo de Justicia son una alerta de que no hay una imparcialidad garantizada en la justicia en medio de esta crisis, en la que van más de 90 personas acusadas por varios delitos.  Organizaciones defensoras de derechos humanos han emitido comunicados de alerta por algunas de estas detenciones consideradas arbitrarias, y por el uso de fuerza excesiva por parte miembros de la Guardia Nacional contra algunos manifestantes.  El jueves en la noche también se conoció una grabación de un director de una entidad oficial en el Zulia, que amenazaba a los empleados públicos que habían votado por Capriles con que perderían sus empleos por haber traicionado la causa. Maduro ha anunciado que tendrá “mano dura” y que “cortará la cabeza que haya que cortar” en las instituciones del Estado para avanzar en una lucha contra la corrupción e ineficiencia que el chavismo está reconociendo.  Las primeras medidas de este tipo, que suenan a purga, empezarán por Corpoelec, responsable de la electricidad nacional y en cabeza del hermano del fallecido presidente, Argenis Chávez. Durante la campaña hubo apagones que Maduro denunció como “sabotaje” en su contra, ordenó militarizar los centros, y a partir del lunes se declarará el sistema eléctrico como “servicio nacional de seguridad”.   El poder económico se ha mostrado más prudente que nunca ante esta crisis política, pero está con las manos atadas. Fedecámaras emitió un comunicado en el que “convocaba a todo el empresariado nacional representado en esta institución y a todas sus entidades afiliadas, así como a todos nuestros trabajadores a mantener el aparato productivo nacional en normal desenvolvimiento.”  La frase no es inocente. Durante los últimos meses, el gobierno ha acusado a los empresarios de acaparar para provocar el desabastecimiento que alcanzó su peor nivel de los últimos cinco años en el primer trimestre de 2013 y dijo que perseguiría a los “especuladores” que incentivan el mercado paralelo de divisas, en un país que lo importa casi todo y que sufre una de las inflaciones más altas de todo el continente. Varios sectores consideran que lo que tienen en los inventarios alcanza por unos meses más, pero si el gobierno no flexibiliza algunas reglas del juego, temen que irán a la quiebra.  El otro poder, el de presión de la comunidad internacional y países vecinos, no pesó. Los organismos multilaterales, las Naciones Unidas, la OEA, consideradas más “neutrales” han emitido comunicados y pronunciamientos cautelosos. La Unasur, el Alba, la Celac, Petrocaribe, están alineados con el gobierno y rápidamente reconocieron a Maduro.  El Centro Carter emitió un comunicado para condenar los hechos de violencia y llamar a que las partes se reconozcan, pero no ha ofrecido mediación formal. Estados Unidos, que de todas formas no tiene relaciones formales con Venezuela, es de los pocos países, junto con Panamá y España, que han mostrado distancia frente a la legitimidad de Maduro como presidente.  Pero internamente a Maduro le costará más posicionarse como presidente legítimo, cuando ganó unas elecciones por un margen de menos del 2 por ciento, luego de una campaña que en vez de consolidar votos en el chavismo los ahuyentó. Muchos piensan que sin Chávez el chavismo se desintegrará. Con el caudillo vivo ninguno de sus contradictores se atrevía a poner en tela de juicio la escogencia de Maduro. Pero en su ausencia, varios de ellos, en especial Jaua y Cabello, podrían avanzar sus proyectos personales, sobre todo ante la evidente falta de liderazgo del excanciller.  En los próximos meses habrá elecciones para alcaldes en todo el país y nuevamente se medirá el pulso político entre una oposición envalentonada y un oficialismo debilitado. El “hijo de Chávez”, como él se hace llamar ahora, no se parece en nada a su padre. No tiene el estilo, pero sobre todo no heredó la autoridad que este tenía sobre las distintas facciones del chavismo. Su tono airado y sus amenazas de radicalización quizá sean un primer síntoma de que a pesar de que hoy es el nuevo presidente de Venezuela, no lo tiene todo bajo control. La erosión del chavismo A pesar de la ola emocional que dejó la muerte de Hugo Chávez y la maquinaria gubernamental al servicio del candidato-presidente Nicolás Maduro, al chavismo nunca le había ido tan mal en unas elecciones presidenciales.