Sumido en una grave depresión, un padre de familia sobreviviente del terremoto de Turquía tomó la decisión de asesinar a su hija (también sobreviviente) de 12 años de edad de un disparo en la cabeza. El hombre, quien había perdido a su esposa y otros dos hijos en la tragedia, también se quitó la vida tras dispararle a la menor.
Ferit Dayan se desempeñaba como profesor de ciencias, sin embargo, los terremotos de 7.7 y 7.6 grados paralizaron el mundo aquel 6 de febrero, hecho que generó un giro aterrador en su vida. En un abrir y cerrar de ojos aquel hombre perdió para siempre a su esposa, Feray, y dos de sus hijos llamados Alperen y Azra Beril.
Pero aún quedaba una luz de esperanza, su hija Asya Irem Dayan logró sobrevivir a la tragedia. El dolor de Ferit lo llevó a recibir terapia emocional luego del terremoto, pero sumido en una crisis emocional decidió tomar la aterradora decisión.
El 27 de abril la niña se encontraba jugando en el patio de su casa cuando su padre la llamó para que fuera con él y le disparó en la cabeza. Luego Dayan se suicidó la misma arma de fuego, los disparos alertaron a los vecinos quienes llamaron a la policía.
Al llegar a la escena encontraron a la niña en un estado grave, pero aun con algunas señales de vida, razón por la cual fue trasladada al Estatal de Besni para que los médicos hicieran todo lo posible para salvarle la vida. Luego fue remitida al Hospital de Educación e Investigación de Adiyaman.
Lastimosamente, la menor perdió la vida por cuenta de la gravedad de sus heridas. Padre e hija fueron sepultados uno al lado del otro en el cementerio de la aldea de Tasliyazi, según informó el Daily Mail.
Los traumas que dejó el terremoto
Algunos apenas duermen o temen los espacios interiores. Otros han desarrollado un intenso miedo a las montañas que antes les proporcionaban consuelo y bienestar.
En el sur de Turquía, a los pies del acantilado que domina Antakya, la angustia y el malestar atormentan todavía a los supervivientes del terremoto que provocó al menos 50.000 muertos en febrero. Este sentimiento de angustia no los abandona desde la noche del 6 de febrero, en la que perdieron todo: casa, familia y, en muchos casos, el empleo.
El psiquiatra Eralp Turk intenta curar esos traumas recorriendo voluntariamente la zona siniestrada, con un botiquín de medicamentos y una libreta en la que anota las angustias de sus pacientes.
Es uno de los miles de voluntarios que acudieron a Antakya, la antigua Antioquía, golpeada como ninguna otra ciudad por la peor catástrofe ocurrida en la Turquía moderna.
El treintañero visita a una quincena de personas cada día, a partir de una lista suministrada por los servicios sociales de la provincia. Algunos damnificados se sienten inhibidos de abrirse ante un desconocido.
“Yo no insisto. Solo propongo”, dice Eralp Turk al volante de su coche.
“Los síntomas más habituales son el estrés agudo, la tristeza y la reactivación de antiguos problemas psiquiátricos”, explica.
“Pero cada catástrofe es distinta. Cada región y sus habitantes tienen sus especificidades. La cultura y las tradiciones desempeñan también un papel”, agrega.
“Irascibles o agresivos”
La montaña que Nuriye Dagli adoraba se ha convertido en una fuente de estrés desde que el desprendimiento de sus rocas casi le cuesta la vida.
“Fuimos una familia afortunada”, explica la mujer de 67 años en de las tiendas donde vive ahora la mayoría de habitantes de la región.
“Nos sentábamos al pie de la montaña, los niños jugaban”, lamenta. “Incluso cuando estaba sola, no tenía miedo”.
Pero eso quedó atrás. “Un psiquiatra vino una vez. Creo que ayudó”, matiza la mujer, sin demasiada convicción.
Aysen Yilmaz, un trabajador social, serpentea también entre los poblados de tiendas que se han levantado en la región.
Su conclusión es amarga: todas las personas que le han consultado presentan los síntomas propios de un estado de estrés postraumático.
*Con información de AFP.