Desde hace décadas, Nicaragua se convirtió en una prisión para sus propios ciudadanos, que viven en un país donde la más mínima oposición contra la dictadura de Daniel Ortega es causante de encarcelamiento bajo el delito de “traición a la patria”. Centenares de personas inocentes han caído en las manos del autoritario Gobierno, que se ha atornillado al poder de todas las formas posibles.
Después de una larga lucha, en cooperación con el Gobierno de los Estados Unidos, 222 presos políticos fueron liberados por el régimen nicaragüense, varios de ellos llevaban numerosos años tras las rejas, en las prisiones eran condenados al aislamiento, a condiciones infrahumanas y ahora muchos tienen que iniciar sus vidas desde cero en otro país, mientras que su tierra sigue condenada a seguir bajo el yugo de Ortega.
Max Jerez es un líder estudiantil que ha sido un activista opositor contra la dictadura desde 2018, formando parte de la Alianza Juvenil Nicaragüense, la cual vela por los derechos humanos y la justicia en el país. En consecuencia, dicho movimiento se hizo incómodo para el Gobierno de Ortega. También cuenta que formó parte del equipo negociador en los diálogos de 2019, pero cuando se rompió dicho proceso, decidieron encarcelarlo.
El 5 de julio de 2021, Jerez fue apresado por el régimen de Daniel Ortega, meses antes de la elección presidencial que dio con la reelección del mandatario, en un proceso sin verificación de transparencia internacional y con muchos de sus contrincantes encarcelados de manera arbitraria. Ese día inició un viacrucis personal para el líder estudiantil y que se llevó a cabo durante 18 meses.
“Yo estaba en mi casa y hubo un allanamiento ilegal a eso de las nueve de la noche y fui trasladado inmediatamente a la cárcel de El Chipote, que es la cárcel política de Managua”, dice Max Jerez, quien cuenta que apenas entró al penal, fue llevado a una celda de castigo, que fue lo peor que tuvo que pasar durante su periodo tras las rejas.
“Es una celda muy pequeña, de dos metros cuadrados como máximo, sin ninguna ventana, con cuatro paredes y una puerta sellada. Ahí fue donde fui sometido a aislamiento y a incomunicación por varios meses hasta que fui posteriormente trasladado a otra celda”, cuenta Jerez acerca de cómo era la pequeña habitación en la que estuvo durante meses en el penal, a la espera de que toda esa pesadilla terminara.
Jerez sostiene que vivir allí era una tortura completa. “Estuve solo, totalmente aislado, incomunicado, sin saber absolutamente nada sobre lo que estaba sucediendo afuera. Ni siquiera tenía la plena seguridad de si era de día o de noche, porque no podía ver ningún tipo de luz, solo tenía una luz permanente en mi celda y esa situación se prolongó por varios meses”, contó el liberado preso político a SEMANA.
A pesar de haber pasado lo peor de su estancia en la cárcel, la situación no fue precisamente cómoda para Max Jerez y los demás presos políticos encerrados en Nicaragua. “Las condiciones seguían siendo hostiles, porque estaba totalmente restringida la comunicación, cualquier tipo de seña, cualquier tipo de palabra con las otras personas que tuvieran detenidas en ese momento estaba limitada. Estábamos obligados a guardar silencio o hablar muy bajo, solamente con aquellos que compartían nuestras propias celdas”.
“Había condiciones también en contra de la humanidad de las personas como, por ejemplo, la ausencia de distracción, la incomunicación con el mundo exterior, la falta de noticias, de visitas frecuentes con nuestros familiares por periodos prolongados; eran acciones que lastimaban las emociones de las personas y en ese sentido fueron condiciones realmente hostiles”, relató Max Jerez.
Una nueva vida
Dieciocho meses de encierro después, Max Jerez formó parte de los 222 presos políticos liberados, pero la decisión fue una total sorpresa tanto para él como para todos los demás prisioneros. La noticia de que iban a ser llevados hasta los Estados Unidos no la recibieron sino cinco minutos antes de subirse al avión, ni siquiera sabían que iban a ser liberados, mucho menos su destino.
Jerez no sabe a ciencia cierta si era de noche o de madrugada cuando les anunciaron su liberación, ya que los guardias no les permitían ni siquiera saber la hora. “Nunca se nos informó cuál era el propósito. Hicieron grupos y abordamos buses. Fuimos llevados al aeropuerto, donde al final, cuando estábamos en las escaleras del avión, se nos informó que estábamos siendo trasladados a Estados Unidos”.
Hubo lágrimas y abrazos dentro del avión. Ya no eran más prisioneros del régimen de Daniel Ortega, pero aun así sentían mucha nostalgia de dejar su país y tener que iniciar de cero en territorio extranjero, lejos de sus familias y de las causas que defendieron y que los llevaron a ser encerrados por la dictadura, ahora tenían que iniciar de cero.
Al igual que Max Jerez, son cientos de nicaragüenses que terminaron en Estados Unidos siendo desterrados por el Gobierno de su país, además sin ningún chance de regresar en el corto plazo, ya que también les quitaron su ciudadanía. Ahora tendrán que esperar a que algún día la situación en la nación centroamericana se normalice, algo que parece improbable con Daniel Ortega en el poder.
Las personas que llegaron a territorio norteamericano volvieron a hacer su activismo de manera más que enérgica, usando sus redes sociales para condenar al Gobierno de Ortega. Todo mientras intentan normalizar su situación de asilo político, así como adaptarse a las circunstancias de estar lejos de su país, ya que son varios los que tienen que vivir con amigos o parientes lejanos, pues sus familias se quedaron en Nicaragua.
“Las circunstancias en el país siguen siendo muy duras. Nuestra liberación ha sido una cosa importante, pero no ha sido definitiva sobre la situación. Nicaragua sigue siendo, probablemente, una de las cárceles más grandes del mundo, porque todos los ciudadanos nicaragüenses tienen restringidos sus derechos”, dice Jerez sobre lo que se vive en su nación.
Cuenta también que los nicaragüenses viven con miedo por no tener capacidad de discernir contra el Gobierno, saben que en cualquier momento pueden ser capturados y encarcelados sin ningún motivo aparente, más allá de ser opositores a Daniel Ortega, quien lleva más de 20 años en el cargo. “Durante estos meses fueron secuestrados jóvenes, empresarios, periodistas, conductores, familiares de personas que estaban participando en el activismo político y se ha generado una profunda sensación de inseguridad en Nicaragua”, dice el activista político.
Las esperanzas de un cambio en Nicaragua parecen más bien pocas, desde los opositores exiliados piden que sea mediante un verdadero proceso de diálogo entre las partes y que culmine con que en el país se pueda celebrar una verdadera democracia.
Pero para eso, primero los presos políticos restantes deben ser liberados y que haya una verdadera voluntad de parte de la dictadura, algo que, por ahora, parece más que lejano mientras la nación siga en las garras de Ortega.