Es cerca de la medianoche del 2 de noviembre, Ángel Ruiz se apresura para vestirse con una túnica blanca con capucha, cargar una gran campana de bronce en la una mano y en la otra una calavera y un rosario, antes de iniciar el recorrido por las calles de Penipe, una pequeña ciudad de los Andes ecuatorianos. Desde hace 60 años Ángel es el “Animero” de Penipe, un personaje histórico que recorre cada año las pequeñas y desoladas calles de la ciudad en la provincia de Chimborazo. Así despierta al pueblo para rezar por las almas de los difuntos. A los 15 años heredó de su padre este oficio. Con una voz fuerte, y en momentos fúnebre, el “Animero” va entonando en cada esquina de la ciudad un cántico para recordar que el Día de Difuntos ha llegado y que es momento de hacer una oración por el alma de los muertos.
“Recordad almas dormidas. Rezarán un Padre Nuestro y un Ave María por las benditas almas del Purgatorio y por el amor de Dios”, repite Ruiz en cada una de las esquinas que recorre. Desde la iglesia principal de Penipe, una ciudad ubicada a los pies del volcán Tungurahua en el centro andino de Ecuador, Ruiz inicia una travesía en donde el asegura: “ya no soy el mismo, me vuelvo sordo y mudo para poder rezar por las almitas”. Su romería avanza hasta el cementerio de la ciudad. Al llegar a la primera tumba, el “Animero” deja a un lado su calavera y su campana. Inicia su fúnebre y lento canto. Se recuesta sobre el sepulcro para iniciar una serie de rezos. Así recorre gran parte del cementerio realizando la misma rutina como parte de un “homenaje” a las almas del purgatorio que allí se encuentran. A la salida del cementerio, los niños y decenas de personas esperan al “Animero” para entregarle una limosna; también besan la calavera, que según Ruiz representa a las almas; al crucifijo que cuelga de su cuello y los fieles se persignan antes de permitir que el animero avance en su recorrido. Fieles como María Suárez, una anciana oriunda de Penipe. Recuerda al “Animero” desde que era una niña, por eso junto a sus hijos y nietos lo esperan en la puerta de su casa para rezar y entregarle una “monedita”, como símbolo de agradecimiento al rezo por las almas de los muertos. La escasa luz de las calles alumbra el caminar de Ruiz que, a su paso, recibe pequeñas limosnas que la gente le entrega al terminar su canto en cada esquina. El sonido de su gran campana retumba en todo el pueblo y el ruido que ella hace permite que la gente sepa que el “Animero” está recorriendo y deben salir a rezar, relata Ruiz a la Agencia Anadolu minutos antes de iniciar su peregrinaje.
Aunque su recorrido inicia acompañado de decenas de fieles y curiosos, a la mitad de su trayecto el frío y la lluvia son sus únicos compañeros. En la penumbra de las pequeñas calles sigue su rutina y no se detiene hasta que haya cubierto las 59 cuadras que comprenden su trayecto. Cerca de dos horas después, Ruiz sigue su caminar por una larga cuesta que finalmente lo conduce a su casa. Ruiz cuenta que es el único animero del Ecuador, pero comenta que dos de sus familiares han decidido seguir sus pasos y desde ya los está preparando para que cumplan con la “Novena de las Almas”, aprendan a cantar y no dejen morir esta tradición. Cada 2 de noviembre en Ecuador se recuerda del Día de los Difuntos con varias celebraciones que muestran el sincretismo entre el cristianismo y la cosmovisión indígena. En esta época es común que las familias se reúnan para elaborar la “colada morada”, una bebida hecha a base de harina de maíz negro, mortiño y frutas tropicales; así como las “guaguas de pan”, que son masas horneadas con formas de humanos.
En las zonas rurales, en cambio, los indígenas preparan esta bebida y otros alimentos para llevar al cementerio y “compartir” con sus muertos la comida al pie de sus tumbas. *Con información de ANADOLU/ MARÍA DONOSO.