En Buenos Aires, Argentina, Antonia Miranda lleva a su hijo de 10 años de la mano para el colegio, cuando escucha a la mamá de uno de los amiguitos del niño preguntarle por su hermanita, refiriéndose a la misma bebé que tres semanas atrás estaba en el vientre de Antonia. El niño con algo de timidez mira a su madre mientras ella toma aire y dice con voz firme y acento rolo. “No era la hermanita, es que yo me presté para una gestación subrogada”. La cara de sorpresa de las otras mujeres demostraba en algo la ignorancia de lo que hablaban.
En palabras coloquiales se refiere a que Antonia alquiló su vientre para dar vida a Inés, una niña deseada por una familia que no podía tener hijos. Es como si hubiera arrendado una habitación por algo más de 8 meses para que al interior de ella se formara un bebé con los genes de sus padres biológicos que físicamente no podían hacerlo. La despedida de su ‘inquilina’ fue justo días después de dar a luz. Eso forma parte de los acuerdos plasmados en un contrato que se firma con la intermediación de una agencia. En el mismo documento se establece que el valor a pagar por ese servicio es de aproximadamente 11.000 dólares, el equivalente en pesos colombianos a 45 millones de pesos, además de los gastos que genera el embarazo como cambio de ropa, vitaminas, atención médica, entre otros.
“¡Usted vendió a su hija!”, exclamó en medio del llanto una de las mujeres que estaba alrededor de Antonia, ante otras evidentemente conmocionadas. “No vendí a mi hija”, fue la respuesta que dio la mujer que ha sido juzgada sobre todo por las generaciones mayores. “Mi hijo de 10 años lo entendió mucho más rápido, porque desde el primer día que tomé la decisión le explique que ese era un acto de amor no solo por una pareja que no conocíamos, sino por amor a él, porque busco un mejor futuro para nosotros como familia”, explicó a SEMANA.
La bogotana lleva viviendo 12 años en Argentina, trabaja como camarera en un restaurante, y gana 200 dólares mensuales; sus egresos superan ese valor, pero con las propinas que recibe alcanza a cubrir algunos gastos. Almuerza en su lugar de trabajo y el niño estudia en un colegio público, ahorrándose pensión y la alimentación básica de él. Pero la vivienda y otras responsabilidades son muy costosas en el país que tiene la inflación más alta de la región y una de las economías más inestables del mundo. Sueña con migrar a Canadá, espera tener calidad de vida, pero le exigen un ahorro de 30.000 dólares para ingresar con su hijo.
Lleva años tratando de reunir el dinero sin éxito. “Un día dije: necesito hacer algo que me genere un ingreso rápido, sin caer en lo ilegal; por el contrario, que ayude a alguien”, narra. En ese momento, un familiar en Colombia le dijo que en este país es cada vez más común que mujeres entren al negocio del alquiler de vientres, así que decidió preguntar en Argentina si existía la posibilidad y efectivamente encontró ofertas por doquier.
No cualquiera puede hacerlo, hay límites de edad, exámenes médicos y psicológicos. Si pasa las pruebas, entra en un catálogo donde los padres biológicos escogen a la mujer que llevará a su hijo en sus entrañas. “Eso es lo mismo que prostituirse. Dañar su cuerpo porque otra mujer no quiere pasar por esas”, le dijo la pareja de Antonia. Pero ella ya había escuchado la historia de la mujer que estaba dispuesta a pagar por su servicio, había intentado tener su segunda hija con esfuerzo, pasó por procesos de inseminación fallidos, cuando fecundó el ovuló a los 24 meses de gestación el bebé murió y ella tuvo que parirlo sin vida. Una historia que generó compasión en Antonia, y pese a las críticas decidió seguir adelante con el proceso.
Hoy es consciente de que $45 millones no pagan todas las complicaciones que trae un embarazo. “No lo vuelvo a hacer por plata, pero sí por alguien que ame, ayudar a dar vida es el acto más hermoso”, dijo Antonia mientras le escribía a Inés un mensaje con los ojos encharcados y foto de su vientre protuberante: “Que seas feliz siempre. Gracias porque, aunque aún no lo comprendas, juntas nos dimos una oportunidad de vida”.