Miles de personas salieron esta semana a las calles de Nueva York, Washington, Boston, Chicago, Miami y Albuquerque a protestar por la mala situación de su país, que identifican principalmente con la codicia de los banqueros de Wall Street y la destrucción del medio ambiente. Y para reclamar un puesto de trabajo en Estados Unidos, donde el desempleo supera el 9,1 por ciento y donde la crisis económica domina el panorama político. Marchas anárquicas como estas tienen pocos precedentes en Norteamérica. Pero lo cierto es que, sin que se lo haya propuesto, y aunque suene absurdo, puede que el gran beneficiario de semejante fenómeno sea el presidente Barack Obama, que la está viendo cuesta arriba de cara a las elecciones de noviembre de 2012.Todo empezó el 17 de septiembre en el parque Zuccotti, bautizado por los manifestantes como la Plaza de la Libertad, en Nueva York. Ese día, centenares de personas se dieron cita en el lugar y empezaron a quejarse con pancartas y consignas de viva voz. El movimiento tomó nombre: ‘Occupy Wall Street‘, es decir ‘Ocupen Wall Street‘, en referencia a la avenida donde trabajan los banqueros neoyorquinos.En las manifestaciones por Manhattan, varias pancartas reclamaban "volver a Wall Street una plaza Tahrir", la misma donde en febrero pasado miles de egipcios lograron tumbar el régimen egipcio de Hosni Mubarak. Pero por sus métodos y sus reivindicaciones, es muy evidente que se inspiraron de los españoles del 15-M. Como ellos, acampan en un lugar simbólico, el distrito financiero de Nueva York, en el que reúnen todo tipo de tendencias políticas, anarquistas, ecologistas o sindicalistas y dominan las redes sociales y la comunicación. Y como los de la Puerta del Sol, los jóvenes del parque son a veces ingenuos, algo paradójicos, no siempre coherentes y hasta exagerados. Para nadie es un secreto que en Estados Unidos se ha exacerbado el desprecio por los financistas de Manhattan. El detonante de este sentimiento ocurrió el 15 de septiembre de 2008, cuando Lehman Brothers, una firma de inversión que simbolizaba la respetabilidad del sistema gringo, se declaró en bancarrota, dejó un hueco financiero de 613.000 millones de dólares y puso a tambalear la economía mundial. Pero no solo eso. A la debacle se sumaron el naufragio de las dos entidades que prestaban para comprar vivienda, Freddie Mac y Fanny Mae, y también el desplome de la pirámide que montó en Manhattan el financista Bernard Madoff, que evaporó 63.000 millones de dólares y dejó en la calle a miles de personas.Pero esos son apenas algunos de los síntomas. Hace menos de un mes, la Oficina del Censo de los Estados Unidos anunció que en el país había más de 46 millones de pobres, la cifra más alta desde que empezaron las mediciones en los años cincuenta. Hay además 14 millones de desempleados, la mitad de los cuales no trabaja desde hace por lo menos seis meses y la deuda externa gringa llega a 14,46 billones de dólares, cerca del 98 por ciento del PIB. Y las perspectivas económicas para los próximos meses son desastrosas. Muchos economistas anuncian un "double dip", o sea dos recesiones seguidas en muy poco tiempo. Por eso no fue difícil que la gente se diera cita hace veinte días en Nueva York para protestar. La cosa no se quedó ahí sino que fue creciendo poco a poco hasta que hace una semana, en pleno sábado, justo cuando terminaba una marcha frente a Wall Street, más de setescientas personas fueron detenidas en el Puente de Brooklyn, al sur de Manhattan. Pocas veces se había visto algo de tales proporciones.El fenómeno se fue extendiendo aún más y varias celebridades se matricularon. El director de cine Michael Moore, famoso por documentales como Bowling for Columbine salió a marchar por las calles, y actores como Alec Baldwin o académicos como Noam Chomsky, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y el economista Joseph Stiglitz se declararon simpatizantes de los indignados.No es fácil determinar qué buscan concretamente quienes conforman las marchas, por lo que la prensa republicana ha tratado de minimizar su importancia. En la página web de Occupy Wall Street se pide desde la abolición de las fronteras entre países hasta el fin del cambio climático, pasando por la creación de empleo y el cierre de instituciones como Goldman Sachs. Pero entre todas las interpretaciones sobresalió la de Douglas Rushkoff, de CNN, para quien las protestas son un fenómeno del siglo XXI que algunos tratan de analizar con una mirada del siglo XX. Para él, "no se trata de un movimiento tradicional, que identifica un enemigo y busca una solución particular", sino uno que debate permanentemente, en busca de su propio valor, con un nuevo colectivismo copiado de la plaza Tahrir. "No es como un libro, es como internet". Esto se nota también en las calles. "Tenemos que ponerle fin a la codicia de los banqueros. En este país existió una democracia, donde lo que importaba era la voluntad del pueblo. Ya no. Solo importa la plata. No soy republicano ni demócrata. Soy un ser humano", le dijo, por ejemplo, a SEMANA Brad Geyer, de 40 años, que llegó el jueves desde su natal Wisconsin hasta la Plaza de la Libertad, a tres cuadras de la Casa Blanca. Otro manifestante, Troy Horton, de 58 y oriundo de Arizona, añadió: "Vamos por el camino equivocado. Este país está destruido".Pero sin duda el otro gran interrogante a 14 meses de los comicios presidenciales es a quién favorecerá este descontento, al que se han unido ya los grandes sindicatos. Y lo cierto es que, si bien suena paradójico por ser él quien maneja una economía maltrecha, y aunque el 61 por ciento de los ciudadanos creen que en ese aspecto va por el camino equivocado, el gran beneficiario podría ser Barack Obama."No hay duda de que Occupy Wall Street tiene el potencial para volverse un movimiento progresista de cara a las elecciones", le dijo a SEMANA Alex Seitz-Wald, editor del blog ThinkProgress. "No creo que sus integrantes vayan a votar por los republicanos. Quizás el beneficiado sea Obama, aunque muchos manifestantes quieren el fin de las guerras en Afganistán e Irak y más dureza con Wall Street. Hay que ver cómo maneja él la situación. Si los convence, votarán. Si no, se quedarán en casa el día de las elecciones". ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el partido de Reagan y los Bush defiende a capa y espada a los acaudalados, rechaza el aumento de impuestos para los más ricos, mira por encima del hombro a los inmigrantes y protege a los banqueros.Obama, por su parte, se la supo jugar y aludió por primera vez esta semana a los manifestantes. "Los que salen a estas marchas están demostrando el descontento general", dijo en una rueda de prensa. Y, sin querer queriendo, se montó al bus de las decenas de miles de manifestantes que no han lanzado un solo grito contra él.En ese escenario, todo indica que si Obama, sumido en la impopularidad, logra interpretar el descontento, podría neutralizar el conservatismo extremo del Partido del Té conformado por un sector republicano de extrema derecha. Esto significaría entonces que Occupy Wall Street iría rumbo a convertirse en el antídoto del Partido del Té o, incluso, en el de los demócratas. En efecto, el profesor Lee Fang, del Center for American Progress, un prestigioso instituto de análisis político con sede en Washington, lo dice clarísimo: "La Revuelta del Té, ese momento que activó la independencia gringa en el que en 1773 algunos patriotas echaron al mar en el puerto de Boston varios sacos de té como protesta porque la Corona británica los obligaba a comprarlo y los gravaba, se parece mucho más a lo que piden los de Occupy Wall Street".Según Fang, lo que exigen hoy los indignados es idéntico a lo de hace 237 años en el sentido de que "critica la codicia, arremete contra las grandes empresas (en esa ocasión contra la East India Trading Company, que comerciaba el té) y busca una democracia más fuerte".Lo insólito de este movimiento que congrega a gente joven y de mediana edad en las calles de Nueva York o Washington es que su iniciador es un anciano que en los últimos tiempos fue un cómodo burócrata europeo. Se trata de Stéphane Hessel, un hombre de 93 años, nacido en Berlín y nombrado como gran oficial de la Legión de Honor francesa por sus contribuciones al mundo de la diplomacia y de la legislación internacional.Por circunstancias diversas, logró escapar de la Alemania nazi y ser testigo de la derrota de Hitler por parte de los aliados en 1945. Con posterioridad, aceptó ser nombrado en la delegación francesa en las Naciones Unidas, donde tres años más tarde pudo ver muy de cerca un episodio que lo marcó para el resto de su vida: la forma como se redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un documento impulsado por Eleanor Roosevelt, la viuda del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt.Pero a pesar de los años, el alma de Hessel guardaba todavía la capacidad de reaccionar, y algo que le molestó mucho, como lo dijo en una entrevista con El País de Madrid, es que los gobiernos actuales estaban "incumpliendo sus compromisos con la gente".¿A qué se refería? A que les estaban quedando mal a los ciudadanos. No les daban seguridad social ni respetaban sus derechos básicos, admitían la corrupción, no luchaban por reducir las desigualdades y no mantenían un Estado de bienestar. En resumidas cuentas, "no honraban los principios de la Resistencia". Y todo esto, atención, antes de que se produjera la ‘primavera árabe‘.Esa preocupación condujo a Hessel a escribir ‘Indignaos‘, un panfleto de menos de cien páginas en el que simplemente reivindica los derechos básicos de los ciudadanos, a quienes les pide que exijan respeto de parte de sus gobernantes. Él mismo lo ha afirmado: "Cuando la indignación se pone en entredicho, es necesario reaccionar. La indignación viene cuando se pisotea la dignidad de cada uno de nosotros. No podemos olvidar lo que dice el artículo primero de la Declaración de los Derechos Humanos: ‘Todos los seres humanos somos iguales en dignidad y derechos"‘. Pues ese panfleto, que prendió la mecha en seguida, movió a miles de personas, bautizadas ‘indignados‘, a acampar por semanas en la céntrica Puerta del Sol de Madrid. Influyó seguramente de algún modo en la ‘primavera árabe‘. Y tiene a medio Estados Unidos preguntándose a dónde se fue el ‘sueño americano‘ y a Barack Obama viendo en el horizonte un salvavidas que le puede representar la reelección.