Somalia está al borde de la hambruna, alertó el lunes el jefe de la agencia humanitaria de la ONU, en un “último aviso” antes de que se produzca una catástrofe en este país del Cuerno de África golpeado por una sequía histórica.
“La hambruna llama a la puerta. Hoy hay un último aviso”, lanzó Martin Griffiths, jefe de la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (Ocha), en una rueda de prensa desde Mogadiscio, la capital somalí.
Los últimos datos “muestran indicaciones concretas de que se alcanzará una hambruna (...) entre octubre y diciembre de este año” en dos distritos del sur del país, Baidoa y Buurhakaba, señaló.
Griffiths se dijo “profundamente conmocionado por el nivel de dolor y sufrimiento que tantos somalíes soportan”.
Afirmó haber visto “niños tan malnutridos que apenas podían hablar” en su visita a Baidoa, “epicentro” de la catástrofe inminente.
Estas condiciones extremas podrían durar al menos hasta marzo de 2023, pronosticó.
En todo el país, un total de 7,8 millones de personas –cerca de la mitad de la población– se han visto afectadas por una sequía histórica. De ellas, 213.000 están ante un gran peligro de hambruna, según cifras de la ONU.
El hambre y la sed obligaron a un millón de personas a dejar sus hogares desde 2021.
“Nuestros peores temores para Somalia ahora son una realidad: la hambruna es inminente si los fondos no llegan de inmediato”, dijo el director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos, David Beasley, en Twitter: “El mundo debe actuar ahora” añadió.
El país, escenario desde hace 15 años de la violenta insurrección de los islamistas radicales Al-Shabaab, atraviesa actualmente su tercera sequía en una década.
Cuatro temporadas de lluvias insuficientes
Griffiths aseguró que la situación en Somalia era peor que durante la hambruna de 2011, que causó unos 260.000 muertos, más de la mitad de ellos niños de menos de seis años.
Esta sequía es el resultado de cuatro temporadas seguidas con lluvias insuficientes desde finales de 2020, una situación que no se ha dado en las últimas cuatro décadas.
La Organización Meteorológica Mundial (OMM), una agencia de la ONU, advirtió a finales de agosto que había muchas probabilidades de que la próxima temporada, entre octubre y noviembre, tampoco bastara.
La sequía diezmó los rebaños, cruciales para la supervivencia de una población mayoritariamente dedicada al ganado, y los cultivos, que ya se vieron asolados por una invasión de langostas en el Cuerno de África entre finales de 2019 y 2021.
Las consecuencias de la pandemia de coronavirus (confinamiento, comercio limitado...) volvieron más precaria todavía la vida de muchos somalíes.
Y estos últimos meses, la invasión rusa de Ucrania tuvo repercusiones dramáticas para el país, cuyo suministro de granos depende en un 90 % de estas dos naciones.
El envío de ayuda es imposible en las amplias zonas rurales controladas por los Al-Shabaab, islamistas radicales vinculados a la red de Al Qaeda que luchan desde hace 15 años contra el gobierno federal.
Somalia se vio afectada en 2011-2012 por una hambruna que mató a unas 260.000 personas, la mitad de las cuales eran niños menores de cinco años.
La hambruna fue declarada en varias zonas del sur y centro del país entre julio de 2011 y febrero de 2012.
En 2017 se evitó un nuevo desastre gracias a la movilización temprana de la comunidad internacional.
Pero este año, frente a la multiplicación de urgencias humanitarias (Yemen, Afganistán, Ucrania...), los numerosos llamados lanzados por las oenegés y las agencias de la ONU para evitar una tragedia –en Somalia y en todo el Cuerno de África (Etiopía, Kenia)– han tenido poca repercusión.