A Bin Laden lo mataron cuando estaba solo, desarmado y casi inválido. No opuso resistencia. Los únicos disparos que se escucharon el 2 de mayo de 2011 en Abbottabad fueron los de las fuerzas especiales estadounidenses (Seal). Estas, además, no llegaron hasta su residencia sigilosamente, sino que contaron con el apoyo de los militares pakistaníes. En realidad, la versión que el mundo conoce de la operación que acabó con la vida del terrorista más buscado fue un simple asesinato y está plagada de mentiras.
Esas son algunas de las afirmaciones que hace el decano de los periodistas de investigación, Seymour Hersh, en La muerte de Bin Laden, una crónica de 20 páginas publicada por la revista London Review of Books. En el texto analiza la versión oficial y hace varias afirmaciones explosivas que afectarían gravemente el legado de Barack Obama. Como era de prever, la Casa Blanca rechazó sus denuncias y las tildó de “completo disparate”. Sin embargo, no solo los representantes del gobierno rechazaron las acusaciones de Hersh, sino que incluso varios de sus colegas pusieron su versión en entredicho. Objetivo del gobierno de Barack Obama Como se recordará, la muerte de Bin Laden fue uno de los momentos clave del primer periodo de Barack Obama, quien anunció el éxito de la misión por cadena nacional. Según la versión oficial, tras casi una década, en agosto de 2010 las autoridades estadounidenses localizaron e identificaron al mensajero de confianza del líder de Al Qaeda. Con esa pista, la CIA pudo ubicar la casa en la que se alojaba. Para confirmar su identidad, organizó un falso programa de vacunación gracias al cual fue posible obtener muestras de su ADN.
Pero para Hersh, nada de eso es cierto. Por el contrario, afirma, la información les llegó a las autoridades gringas tras pagarle los 25 millones de dólares de recompensa a un militar pakistaní. Según su relato, en 2006 traicionaron a Bin Laden quienes lo protegían en la frontera entre Afganistán y Pakistán, y desde ese año vivió como prisionero del servicio secreto de este. En ese sentido, su deceso en 2011 fue una ejecución extrajudicial. A su vez, La muerte de Bin Laden pretende desmentir otro elemento clave de la versión oficial, según la cual todo se realizó a espaldas de los pakistaníes, porque estos, según Washington, habrían sido incapaces de mantener el secreto “durante más de un nanosegundo”. Por el contrario, para el periodista los principales líderes del Ejército de Pakistán –los generales Ashfaq Parvez Kayani y Ahmed Shuja Pasha– no solo estuvieron al tanto, sino que jugaron un papel crucial. Las muestras de ADN del líder de Al Qaeda habrían aparecido en realidad gracias a un médico vecino, quien actuó siguiendo órdenes de Kayani y de Pasha y recibió parte de los 25 millones de recompensa. Hersh denuncia a su vez que esos generales “se aseguraron de que los helicópteros en los que viajaban los Seal pudieran cruzar el espacio aéreo pakistaní sin que se activaran las alarmas”. Las denuncias del ensayo no se limitan a la operación que acabó con Bin Laden ni a sus preparativos. Hersh pone también en duda que los Seal hayan encontrado en Abbottabad varios computadores, decenas de discos duros y un centenar de dispositivos de almacenamiento que les habrían permitido tener un completo panorama de Al Qaeda. Por el contrario, “estos simplemente empacaron en sus morrales algunos libros y papeles que encontraron en la habitación de Bin Laden”. Pero tal vez la denuncia más grave es que la Casa Blanca “traicionó” a sus aliados pakistaníes. Según Hersh, Obama incumplió por razones políticas el guion pactado, que consistía en afirmar que el cerebro del 11-S había muerto en el ataque de un dron cerca de Afganistán. Por el contrario, el presidente de Estados Unidos se apresuró a contar una versión que subrayaba el heroísmo de sus tropas y exageraba su papel como comandante en jefe. Y todo para satisfacer sus ambiciones políticas y reelegirse en 2012. La intervención de Obama, afirma Hersh, tomó sin embargo por sorpresa a los Seal, que para ese entonces ya habían despedazado el cadáver de Bin Laden e incluso arrojado algunos trozos desde el helicóptero en el que salieron de Abbottabad. “Si el presidente hubiera seguido con la historia pactada, no habría sido necesario inventarse un funeral pocas horas después del ataque”, le habría dicho a Hersh un exoficial pakistaní de alto rango, en cuyo relato se basa su ensayo. “Pero una vez esa fachada saltó en pedazos, y el público estaba al tanto de la muerte de Bin Laden, la Casa Blanca tuvo un problema del tipo ‘¿dónde está el cuerpo?’”. De ahí que las agencias de seguridad gringas habrían tenido que inventar a última hora lo del entierro en el mar. Pero entonces, ¿por qué Obama no está contra la pared, como Nixon en 1974 cuando Carl Bernstein y Bob Woodward revelaron que había mentido al país en el escándalo del Watergate? Hersh tiene una gran estatura periodística con investigaciones históricas como su denuncia de la matanza de My Lai, durante la guerra de Vietnam, o las torturas infligidas a los prisioneros de Abu Ghraib, durante la de Irak. La respuesta es que los primeros en poner en duda su versión han sido sus colegas, que han divulgado severas críticas a su trabajo en publicaciones como The Washington Post, The Wall Street Journal, CNN, Slate o Vox. Estos han subrayado que el ensayo se basa en dos fuentes, la principal de las cuales es anónima (el exoficial pakistaní) y la otra, Asad Durrani, lleva más de 20 años retirado. A su vez, han sacado a relucir otras afirmaciones de Hersh que no se pudieron verificar y que el paso del tiempo ha desvirtuado, como que las fuerzas especiales de Estados Unidos están controladas por el Opus Dei, que el Ejército norteamericano entrenó terroristas iraníes en Nevada, o que el ataque con armas químicas en Siria de 2013 fue perpetrado por Turquía para desacreditar al régimen de Bashar al Asad. Del mismo modo, el opositor Partido Republicano ha expresado su incredulidad ante el relato de Hersh, en una de las contadas ocasiones en que ha apoyado al presidente en sus casi siete años de mandato. “La operación contra Bin Laden fue un gran éxito de esta administración y un hecho por el que todos admiramos la decisión del presidente”, dijo John McCain, el candidato que Obama derrotó en 2008 y actual senador por Arizona. Todo lo cual no quiere decir que la versión de Hersh sea ficción ni que nadie haya creído su historia. Como le dijo a SEMANA Rajat Ganguly, profesor de Política y Seguridad en Asia del Sur de la Universidad Murdoch de Australia, “entre los especialistas existe la sensación de que Estados Unidos no pudo haber llevado a cabo esa operación sin la colaboración de los pakistaníes. En ese sentido, creo que en general la historia de Hersh podría ser precisa, o por lo menos parte. Del mismo modo, puedo entender por qué Estados Unidos le quiere quitar credibilidad a su versión”. Lo único que es absolutamente seguro es que Hersh se jugó su maltrecha credibilidad al todo por el todo: o desacredita para siempre al gobierno de Obama, cosa improbable, o pasa a la historia como un promotor de teorías conspirativas que alguna vez fue periodista. Le puede interesar: